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Tribuna
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Misión: la Tierra

"Misión: Marte". El presidente Bush acaba de anunciar que la política espacial de los Estados Unidos se incrementará en la medida apropiada para, en el plazo de diez años, poder alunizar con frecuencia de tal modo que se asegure la presencia del hombre en la Luna y, con la experiencia adquirida, amartizar. Inmensas cantidades de dinero se invertirán en hacer posible esta ambición y el pueblo de los Estados Unidos, bien preparado por la publicidad que rodeará tal hazaña, se sentirá orgulloso de su poder incomparable.

Como científico, conozco bien los beneficiosos resultados "colaterales" que pueden aducirse en favor de un proyecto de esta naturaleza. Pero como ciudadano del mundo conozco también los desafíos mucho más perentorios para las condiciones de vida de la especie humana que quedarán, una vez más, desatendidos. He tenido ocasión de conocer de cerca muchos de los rincones del planeta y admirar la grandeza creadora que anida en la infinita diversidad de sus habitantes. He soñado y procurado contribuir a aliviar la situación en que viven (y mueren) tantos habitantes de la Tierra, que esperaban todavía que los pueblos más prósperos volvieran, por fin, los ojos hacia ellos. La mayoría aguardaba aún que desde el barrio de la abundancia de la aldea global se diera la ansiada orden de "Misión, la Tierra". No ha sido así. Las urgentes necesidades en materia de salud, nutrición, justicia, educación... de la mayor parte de las personas se postergan, se supeditan al brillo de un Gobierno y de quienes, en su propio país o fuera de él, no alcanzan a ver, deslumbrados por luminarias fugaces, las consecuencias de no mirar alrededor y hacia delante. Y de no mirar atrás y aprender las lecciones del pasado.

Mirar hacia arriba no era lo difícil. Era lo fácil. Lo difícil es contemplar los grandes problemas de la Tierra en estos principios de siglo y de milenio y reconocer el fracaso de las fórmulas aplicadas hasta ahora para hacer frente a un buen número de ellos. Aunque se haya llegado a decir que lo más importante son los efectos y no las causas -¡qué disparate!-, es urgente reducir, hasta eliminarlos, los caldos de cultivo de miseria, de exclusión, de explotación, de dependencia, donde se genera la frustración, la radicalización, la desesperanza, la violencia. Remediar los desgarros, prevenirlos. Es urgente modificar unas pautas económicas que han ampliado, en lugar de estrechar, la brecha que separa a los ricos de los pobres. Y aprender a dar idéntico valor a las vidas -y a las muertes- de todos los seres humanos, "iguales en dignidad", como establece el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que tanto se cita como se incumple. Y preguntarse por la indiferencia creciente de muchos jóvenes. En resumen: cuestionarse por qué está aumentando la patología social, el desapego, el hastío, entre quienes más se benefician de los avances del conocimiento y de los artificios que forman parte del bienestar material.

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Si en lugar de llegar a Marte llegásemos a los que padecen sida, malaria, lepra, Alzheimer, cáncer, neumonía SARS, gripe aviar, priones (vacas locas), hambre, frío...; a los que sufren las consecuencias de catástrofes naturales o provocadas. Si Norteamérica en lugar de conocer mejor la Luna conociera mejor las Naciones Unidas, que están en la misma isla de Manhattan, y lideraran -como hicieron en 1945- el establecimiento de este marco ético-jurídico que con tanto apremio necesita hoy la humanidad, integrando en el sistema de las Naciones Unidas el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial ("de la reconstrucción y el desarrollo", por cierto), la Organización Mundial del Comercio... Si decidieran adherirse de forma inmediata al Tribunal Penal Internacional; si observaran Guantánamo y, de esta forma, se dieran cuenta de inmediato que la justicia a escala mundial requiere una particularísima atención: tráficos de toda índole, impunidad para los transgresores, para los que causan un deterioro a veces irreversible del medio ambiente, para los que practican la "contabilidad creativa"... Si, además de demostrar la presencia de agua en el planeta rojo ayudaran, como sólo el gran país americano puede hacerlo, a buscarla y administrarla mejor en la Tierra... Mirar cerca, mirar hacia Haití, hacia Meso y Suramérica, hacia África. Mirar hacia los países explotados y recelosos por tantas promesas incumplidas. Enviar expediciones a países donde viven -sobreviven- miles de millones de personas. Así, los Estados Unidos figurarían en la historia como el imperio que supo protagonizar la inflexión desde una cultura de fuerza a una cultura de conciliación, de convivencia, de paz. Ésta sería la mejor misión que pueden realizar, la que el pueblo americano se merece. Todos al lado de la vida... en la Tierra. Éste sería el liderazgo.

Era prudente y comprensible, después del 11 de septiembre de 2001, adoptar todas las medidas posibles para evitar tragedias de esta naturaleza, pero sabiendo -España tiene experiencia en esta cuestión, por desgracia- que siempre puede haber un resquicio que aprovechen los terroristas para llevar a cabo sus acciones, especialmente cuando se trata de actos suicidas. Las acciones preventivas y disuasorias no deben comportar, salvo en momentos muy precisos, que los ciudadanos vivan aterrorizados y se aíslen, poco a poco, de sus coetáneos, en lugar de integrarlos por la solidaridad y la capacidad de socorro en situaciones catastróficas. El presidente Kennedy animó la creación del Peace Corps y la Alianza para el Progreso, al tiempo que impulsaba el programa espacial y la lucha contra el cáncer. A pesar de la "carrera" con la URSS, miraba más a la Tierra que a la Luna. Entonces, los jóvenes del mundo volvieron su mirada hacia Norteamérica. Ahora la han vuelto, en su gran mayoría, hacia otro lado. Ahora los más desfavorecidos luchan por sobrevivir. Los otros -aunque veo con esperanza un número creciente de "disidentes"- se dejan con frecuencia llevar por las modas, por el dictado interesado del consumo, por la adicción al alcohol y a las drogas, perdiendo el tiempo -nuestro gran tesoro- absortos, alucinados, ausentes.

Son muy numerosas y de reconocido prestigio las organizaciones que consideran esencial, para esclarecer el horizonte, hoy tan sombrío, dotar al mundo de un sistema de las Naciones Unidas con los adecuados recursos humanos y financieros que garanticen a escala global el cumplimiento de las normas -desde la economía a lacultura y el medio ambiente- que permitan una auténtica gobernanza global. Todos aplaudiríamos si una parte importante de 'Misión, la Tierra' descubriera y eliminara las redes de narcotraficantes (¡empezando por los de arriba!), la compraventa ilegal de armas, los paraísos fiscales (que son una vergüenza consentida, una realidad sobre la que se hace la "vista gorda"), las mafias y el extremismo. Millones de personas reconocerían la actuación de quienes de esta forma mejoraran su bienestar.

En la puesta en práctica de "Misión, la Tierra", constituiría una prioridad aceptada por todos los ciudadanos del mundo refundar unas Naciones Unidas -"Nosotros, los pueblos..."- que permitieran que todos fueran interlocutores de un nuevo diálogo para establecer los "contratos" necesarios para enfrentar debidamente un futuro, que, se quiera o no reconocerlo, será un futuro común.

Me preocupa el antiamericanismo rampante que veo surgir en todas partes. Cualquier reacción contra un pueblo es indebida y peligrosa. No son los ciudadanos, sino los gobernantes en un periodo determinado los que pueden merecer una reprobación generalizada. Alimentar sentimientos a favor o en contra de cualquier país o cultura es otra forma de azuzar el terror. Nadie ha elegido nacer en un lugar determinado y tener un color de piel u otro, ser hombre o mujer. No es cómo y dónde se nace mérito o demérito y, en consecuencia, nadie puede por esta razón vanagloriarse o ser menospreciado. No es cómo se nace, sino cómo se hace, cómo se actúa, lo que importa. ¡Educación para todos a lo largo de toda la vida! Éste sería el núcleo más relevante y trascendente del "Proyecto Tierra", si en lugar de invertir en prestigio hoy se hiciera en el porvenir de los habitantes del planeta.

Ahora, al contemplar la Tierra en su conjunto, nos damos cuenta de la grave irresponsabilidad que supuso transferir al mercado los deberes políticos que, guiados por ideales y principios éticos, podrían conducir a la gobernanza democrática. Al observar la degradación del medio ambiente -del aire, del mar, del suelo-; la uniformización progresiva de las culturas, cuya diversidad es nuestra riqueza (estar unidos por unos valores universales es nuestra fuerza); la erosión de muchos aspectos relevantes del escenario democrático que con denodados esfuerzos construimos... nos parece más inesperada e inadmisible la ausencia de reacción de instituciones y personas, la resignación, la sumisión, el distraimiento de tantos. ¿Cómo es posible? En muchos de estos países, empezando por los propios Estados Unidos, es innegable la irrestricta libertad de expresión. Todos pueden decir lo que quieran... pero con frecuencia los medios de comunicación de mayor difusión seleccionan las noticias y las presentan de tal modo que se favorece el pensamiento único, la aceptación de lo que sucede (de lo que dicen que sucede) y de la forma en que los gobiernos así auto-halagados abordan los problemas. Por otra parte, los que disienten entran pronto en el grupo de los afectados por la "sospecha preventiva".

Los Estados Unidos son un crisol de culturas. Ha sido tierra de acogida y ha sabido -y sabe todavía- atraer a talentos de todo el mundo, lo que le confiere una extraordinaria fuerza creadora. Inmediatamente después de hacerse público el proyecto Luna-Marte, con el telón de fondo de las ya próximas elecciones en Estados Unidos, Rusia ha anunciado el relanzamiento de sus programas espaciales y la Agencia Espacial Europea ha puesto de manifiesto que este organismo tendrá que "adaptar su paso" al nuevo calendario marcado por los Estados Unidos. Los intereses de un enorme complejo industrial aplauden esta propuesta. Sería fascinante, es cierto, comprobar que en Marte haya podido desarrollarse alguna forma de vida elemental. Todos los países deberían unirse para llevar a cabo unos programas espaciales de tal naturaleza que no impidieran ni menoscabaran la gran prioridad que representan los seres vivos y, en primer lugar, los seres humanos que ya existen sobre la Tierra. ¿Misión: la Luna y Marte? No, presidente Bush. Su país ya se está situando, indebidamente, muy lejos del corazón de la mayoría de los ciudadanos del mundo. No lo aleje más. Bastaría con que tuviera la visión y el coraje de proclamar: "¡Misión: la Tierra!".

Federico Mayor Zaragoza es catedrático de Bioquímica de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Cultura de Paz.

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