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Reportaje:

Yemen, de sospechoso a aliado

El presidente Saleh mantiene un difícil equilibrio entre su cooperación con EE UU y los recelos de los yemeníes

En la escuela de mujeres de Nuqum, en las afueras de Saná, decenas de adolescentes vestidas de negro de los pies a la cabeza y con el rostro completamente cubierto, salvo los ojos, reciben clases de costura, de ordenador, de peluquería e incluso aprenden a pintar. Copian al óleo en grandes lienzos fotografías de modelos occidentales sacadas de viejas revistas europeas. A varios kilómetros de allí, en la otra parte de la capital de Yemen, junto a la gran avenida donde se conmemoran las efemérides patrióticas y se celebran los desfiles militares, se construye la mezquita más grande del país, la llamada mezquita del presidente Alí Abdalá Saleh, un dirigente que, en los pocos años que van de siglo, ha pasado de sospechoso a aliado de Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo. Presidente desde 1978 de Yemen del Norte y desde 1990 del Yemen unificado, Saleh gobierna uno de los países más pobres del planeta en un difícil equilibrio entre las presiones modernizadoras de Washington y la servidumbre a las tradiciones islámicas y tribales de su pueblo.

Las autoridades se toman muy en serio el tema de la seguridad desde el 11-S

Yemen, que apoyó a Irak en la guerra del Golfo de 1991 y envió a miles de yihadistas a la cruzada contra la Unión Soviética en Afganistán, se colocó definitivamente en el punto de mira de Estados Unidos tras el atentado suicida contra el destructor Cole, en el puerto de Adén, en octubre de 2002, en el que murieron 17 marinos norteamericanos. Era la prueba del nueve de que el país estaba infestado de militantes de Al Qaeda. Pero todo cambió con el 11 de septiembre y desde entonces el presidente Saleh se ha convertido en un socio de Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo, una guerra que libra desde la primera línea del frente en un país donde se calcula que existen 60 millones de armas para una población de 20 millones.

Robert Hindle, representante del Banco Mundial en Saná, compara la situación de Saleh con la del presidente de Pakistán, el general Pervez Musharraf. Ambos encaran un dilema semejante: si cooperan demasiado con Washington pierden apoyo popular, y si no lo hacen se arriesgan a sufrir la cólera norteamericana. "Así es", dice Hindle. "Son casos muy similares, cuyo principal desafio político es manejar el poder de las tribus y donde aún existen zonas del país fuera del control del Gobierno. Desde el 11-S el Gobierno empezó a ocuparse de las madrasas y a tomarse el tema de la seguridad muy seriamente. El año pasado el presupuesto de Defensa se incrementó en un 10%. El problema es que esos recursos se detraen de otras partidas presupuestarias como educación o sanidad y también su asignación: ¿para qué quiere Yemen esos misiles scud norcoreanos que la marina española interceptó en diciembre del 2002?".

Faris Sanabani, asesor de prensa del presidente y director del periódico en inglés Yemen Observer, admite que actualmente hay instructores militares norteamericanos en el país, "en equipos de 30 como máximo cada vez", que operan presumiblemente en las zonas tribales fronterizas con Arabia Saudí. Sanabani reconoce que "justificar la cooperación con Estados Unidos es un trabajo difícil porque a la gente no le gusta", pero también tiene claro que para Yemen, salir de su aislamiento y "unirse al mundo pasa por la lucha contra el terrorismo".

Los méritos antiterroristas se han convertido en la gasolina del motor de la democratización y del desarrollo económico de un país con una renta per cápita de 460 dólares y una esperanza de vida de 57 años. "Hay razones para el optimismo", afirma Hindle, "porque la sociedad se ha ido liberalizando y la gestión macroeconómica del Gobierno ha sido acertada" con una media de crecimiento desde 1998 del 4%, según los datos del Banco Mundial, "pero también para la preocupación". "Casi la mitad de la población vive con menos de dos dólares al día, el 50% de los hombres y más del 70% de las mujeres son analfabetos, las reservas de petróleo decrecen cada año y existe una gran corrupción a altos niveles".

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A este panorama, al que hay que añadir la escasez de agua, un crecimiento demográfico disparado con una media de seis hijos por mujer y un sistema bancario apenas sin desarrollar -la tradición religiosa es refractaria al concepto de préstamo e interés-, Hindle suma el problema del qat, la droga nacional y legal de Yemen, "que absorbe gran cantidad de los ingresos, el agua y el tiempo de los yemeníes" hasta suponer el 20% del gasto familiar. Cada día, nada más terminar la hora del almuerzo, los hombres empiezan a masticar las hojas de esta planta que contiene sustancias estimulantes. Forman una enorme bola del tamaño de una pelota de tenis, preferentemente en el carrillo izquierdo, que mantienen en la boca durante horas, al tiempo que fuman, hablan o conducen.

El qat fomenta las relaciones sociales y calma el hambre, pero es también una de las razones de la malnutrición de las familias y, cuando escasea, de la violencia doméstica. Las caras deformadas de los yemeníes que se ven al atardecer en las miserables calles de Saná ilustran como pocas imágenes pueden hacerlo el reto del cambio social en Yemen y del pulso, Al Qaeda al margen, entre la modernidad y la tribu.

Vendedores de frutas en el mercado central de Adén.
Vendedores de frutas en el mercado central de Adén.ASSOCIATED PRESS

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