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LAS SECUELAS DE LA ENTREVISTA DE CAROD CON ETA
Columna
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¿Vuelve Lerroux?

Antonio Elorza

Es la historia inevitable en estos días. Lo que en principio parecía un episodio muy simple en su desarrollo y complejo sólo en sus consecuencias políticas se ha convertido en un verdadero culebrón, con apasionadas protestas desde la Cataluña ofendida, diarios que se tiran los trastos a la cabeza, víctimas del terrorismo que pasan a la ofensiva y exigencias de investigación en las que sólo falta pedir por socialistas y carodianos los nombres de los posibles infiltrados de Interior en el entorno de ETA. Cada vez que hay una crisis y recibe un gol del PP, la dirección del PSOE pierde los nervios y se lanza con todos sus efectivos al asalto de la portería contraria, aun a riesgo de perder por goleada en los contraataques. Está bien preguntarse por la filtración, pero honestamente debieran percibir, el PSOE y sus valedores, que el problema político es el de fondo, y que mal servicio se hace al propio socialismo dejando por entero el rigor hacia ETA en manos del PP.

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La maraña está formada, a pesar de que en el momento álgido de la crisis el PSOE y el PSC lograron capear el temporal. Zapatero hizo bien en confiar primero en Maragall, en lanzar el órdago luego, y por fin en aceptar una solución que implicaba el desplazamiento de Carod sin dinamitar el tripartito. Maragall compensó pasados errores con el discurso, verdaderamente noble, en que dio cuenta de la resolución salomónica de la crisis, poniendo de manifiesto que su Gobierno no podía recuperar su crédito sin una petición generalizada de excusas por parte de Carod, incluso dirigidas al Gobierno como institución. Sólo que el defenestrado Carod no estaba por la labor, y en su discurso, una pieza cargada de demagogia de principio a fin, se reafirmó en lo dicho y hecho. Hizo gala de una chulería que sin el uso del catalán hubiera sido adscrita al peor casticismo hispánico, imágenes taurinas incluidas; profanó el "¡no pasarán!" de Pasionaria y repitió los más manidos tópicos de la paz con ETA mediante el diálogo, descalificando a todo disconforme. Anunció un plebiscito en torno a su candidatura, la del político "que no se arrodilla ante Madrid", y, ya en plan chulapón, cerró la arenga con un "¡ahí queda eso!", en castellano. El discurso anuncia el triste regreso del populismo pendenciero de Lerroux, sólo que ahora impulsado desde un republicanismo chovinista. De paso se abre una caja de Pandora, cargada de xenofobia en los medios del catalanismo radical, donde la oposición a Aznar es antes que nada satanización de España, "de Madrid", y Carod oficia de adalid y mártir.

Se dice que Carod fue ingenuo o víctima de sus errores. Más bien, es lícito pensar que no se resignó al simple papel de líder secundario en un Gobierno progresista, y que desde un principio diseñó una estrategia de desbordamiento, jugando a establecer una red de nacionalistas radicales con Euskadi. Tal es la línea de actuación dibujada en la visita a Bilbao del 10 de diciembre. Fue allí a apoyar el plan Ibarretxe, a entrevistarse con EA y a confraternizar con Elkarri, proclamando la necesidad del diálogo con ETA para alcanzar "la paz". Es lo que luego puso en práctica. Una convergencia de independentistas, en torno a los nuevos Estatutos, podía ser impulsada con el anuncio de una tregua por una ETA exánime, dispuesta a pactar para salir del aislamiento presente. No era una jugada estúpida y ETA tenía todo que ganar en ella. Una operación de salvamento político para el terror en nombre de la paz, culminada simbólicamente con un manifiesto por la autodeterminación de los pueblos del Estado. Carod en la cúspide.

La verdadera responsabilidad de Zapatero y de Maragall consiste en no haberse dado cuenta de con quien se estaban jugando los cuartos. Los antecedentes de Carod estaban ahí, y la visita a Bilbao hubiera debido hacer saltar las señales de alarma. ¿Con qué confianza puede mirar ahora la opinión democrática un futuro Gobierno y un futuro Estatuto en los cuales ha de jugar un papel decisivo Esquerra? Menos aún después de que Maragall, increíblemente, avale el regreso de Carod.

Por último, algo que está quedando en la sombra. Los interlocutores de Carod fueron Antza y Josu Ternera, prueba irrefutable de que ETA y Batasuna son la misma cosa. ¿Cómo valorar la actitud del PNV en defensa de la segunda, esto es, de esa ETA a la que dice rechazar? ¿Qué piensan ahora los juristas y los políticos demócratas que lanzaron sus truenos contra la ilegalización del partido que es ETA?

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