El gran desnudo de Meg Ryan
No importa demasiado que En carne viva sea un truculento thriller no sólo oscuro, sino también algo confuso. Es lo que cabía esperar de la buena pero algo desorientada directora australiana Jane Campion, que sigue pletórica de ambición pero no acaba de salir totalmente del cerco de sus dos excelentes películas de arranque, Un ángel en mi mesa y El piano, aunque ahora, en este filme, hace un esfuerzo ostensible para recuperar aquella onda creadora de la que partió.
EN CARNE VIVA
Dirección: Jane Campion. Intérpretes: Meg Ryan, Mark Ruffalo, Jennifer Jason Leigh y Nick Damici. Género: thriller. EE UU, 2003. Duración: 119 minutos.
Lo que importa de En carne viva es que Meg Ryan se mete con sinceridad y coraje en el pellejo de su personaje y, dentro de él, acepta el desafío de las oscuridades del estilo bronco y tenebrista de Jane Campion, para salir de ellas con su propia luz intacta e incluso crecida. Durante demasiado tiempo ha perdido esta hermosa actriz su norte en personajes y películas inferiores a ella, pero ahora parece agarrar las riendas de su trabajo por las bravas, para abrirse otros caminos sin llevar paños calientes en el equipaje. Todo un gesto.
En su amargo y escabroso personaje de En carne viva -que presagió en su corta y conmovedora actuación episódica en Hurlyburly, dirigida por Anthony Drazan-, Meg Ryan prescinde de sus sabidos tics cómplices y de su consabida sonrisa llena de candor, adorable y contagiosa, que comenzaba ya a correr el peligro de convertirse en mueca.
Y se pone seria hasta casi parecer irreconocible y hace suyo el gesto gastado de una mujer a la deriva, atrapada entre un hombre y un crimen. Y su vuelo y su vuelco, escoltada por colegas de la altura de Jennifer Jason Leigh, Mark Ruffalo y Kevin Bacon, son convincentes, pues contienen, además de ganas de riesgo, gravedad y solvencia.
Babelia
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