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Reportaje:

Un refugio lejos del abismo de Las Barranquillas

Aluche cuenta con el primer centro de acogida para toxicómanos sin hogar que han iniciado tratamientos con metadona

A Roberto Gonzalvo le apodan El Pirata. Pero no es un héroe. Y por eso, mientras malvivía en el hipermercado de la droga de Las Barranquillas, este toxicómano de 34 años se sentía incapaz de seguir un tratamiento de metadona. Necesitaba un lugar alejado de las chutas y de los traficantes donde cobijarse mientras intentaba sacar la cabeza del agujero.

Pero ese lugar no existió hasta julio de 2003, cuando la asociación Punto Omega abrió en Aluche, a través de un convenio con la Agencia Antidroga de la Comunidad, el primer centro de acogida para toxicómanos sin hogar que han iniciado un tratamiento. En él tienen cabida los drogodependientes con más años de adicción y de calle que, por sus dificultades para mantener unas normas de convivencia, no tenían hasta ahora cabida en otros pisos de acogida de la agencia.

"A veces hay que hacer de tripas corazón porque la convivencia es difícil"
"Algunos albergados llevan años sin saber cómo es la vida fuera del poblado marginal"

Gonzalvo llegó a este centro hace cinco meses, cuando había tocado fondo. En 16 largos años de adicción sólo ha contraído una hepatitis, pero un buen día del pasado verano se inyectó unos restos de droga que encontró en un coche de Las Barranquillas y estuvo a punto de no contarlo.

"No sé qué tenía aquello, pero me levanté tres días después en la cama de un hospital", explica, afectado pero sin dramatismo. Viéndole ahora, fuerte y limpio, cuesta creer que este hombre alto con un pañuelo en la cabeza, pendientes y tatuajes que hacen honor a su apodo pesase sólo 63 kilos el día que ingresó en el centro de Aluche.

"En el hospital me vi rodeado por mi familia y algo se me removió por dentro, yo en estos años he pasado por unos 36 centros de rehabilitación y siempre he recaído, pero ahora siento que ya no puedo seguir viviendo así. Daría lo que fuera por volver a los 18 años con esta mentalidad, porque he pasado muchas calamidades y, lo que es peor, también se las he hecho pasar a mi familia", asegura, y reconoce que se fundía todo el dinero que caía en sus manos en drogas y prostitutas.

La convivencia en el centro no es fácil. Los albergados llevan años sumergidos en la ley de la selva de los poblados marginales y los nervios están a flor de piel. "A veces tienes que hacer de tripas corazón y quedarte quieto cuando alguno te provoca. También es difícil resistirte a la tentación de consumir, pero quiero aprovechar la oportunidad", explica Gonzalvo.

Desde su apertura, el 1 de julio de 2003, por este centro han pasado 52 toxicómanos. De ellos, seis han sido dados de alta por cumplir los objetivos; 18 se marcharon por voluntad propia y 14 han sido sancionados por mostrarse violentos o por consumir drogas y sustraer objetos dentro del centro.

El gerente de la Agencia Antidroga, Manuel Molina, considera que es muy pronto para hacer un balance de esta experiencia piloto. Pero cree que por ahora "está dando buenos resultados teniendo en cuenta que atiende a una población muy alejada de la red asistencial". La agencia ha firmado un contrato de dos millones de euros con Punto Omega para que desarrolle este proyecto durante tres años. "Cada plaza cuesta 80 euros al día, un precio que creemos ajustado", concluye Molina.

Juan Ignacio Jiménez Frisuelos, presidente de Punto Omega y capellán de la prisión de Navalcarnero, explica que la mayoría de los usuarios del centro han llegado a él a través de los servicios de la agencia que atienden a los toxicómanos más desarraigados.

"Éste es un centro de baja exigencia al que puede entrar cualquier toxicómano sin hogar siempre que cumpla unas normas muy básicas de convivencia y que haya iniciado un tratamiento. En los seis meses que pasan aquí, se les motiva para que sigan con la metadona y recuperen algunos hábitos como la puntualidad o la responsabilidad. Después pasan a otros pisos de acogida más exigentes", asegura, y explica que algunos albergados llevan años sin saber lo que es la vida fuera de los poblados marginales.

Ése no es el caso de Fernando Romero, de 43 años. Pertenece a una generación que experimentó con las drogas y lo pagó caro. Adicto desde los 25 años, ha combinado épocas de bonanza, en las que apenas consumía y trabajaba de intérprete o de decorador, con otras en las que dormía en las calles de Berlín, Amsterdam, Suiza o India.

Hace cuatro años empezó a tratarse con metadona y se siente estabilizado como para buscar un trabajo. No es de los que necesitan que se les enseñen habilidades sociales. En una entrevista laboral haría un buen papel. ¿Qué pinta entonces en un centro dirigido a los toxicómanos más marginalizados? "Hace dos meses yo estaba durmiendo en la calle, y así, por mucho que intentes ir limpio a buscar trabajo, siempre tienes mal aspecto. Vine aquí para conseguir ese cobijo desde el que tirar para adelante", explica, y añade que le gustaría que entre la veintena de profesionales que atienden esta residencia hubiera alguno que conociese la toxicomanía en carne propia "porque siempre da otra perspectiva para ayudar a los demás".

Todos los residentes de este centro son hombres, treintañeros y con una media de 12 años de consumo. La mayoría han seguido, sin éxito, numerosos programas de desintoxicación y buena parte de ellos han pasado por la cárcel (cinco viven en el centro por mandato judicial como alternativa al ingreso en prisión). Dos de cada diez sufren problemas psiquiátricos graves. El centro les ofrece apoyo y cobijo mientras inician su tratamiento. Es su refugio, lejos del abismo de Las Barranquillas.

'Privilegios' y sanciones

Jiménez Frisuelos asegura que en el centro no se han producido graves problemas de convivencia en estos meses. "Los comportamientos violentos se sancionan con la expulsión, aunque se valora cada caso y a menudo se acepta el reingreso", asegura.

El gerente de la agencia está de acuerdo con las expulsiones en caso de agresión, pero cree que debe existir una mayor flexibilidad en otras infracciones como las ausencias cortas del centro. "Éste es un proyecto piloto, no existe otro igual y, por eso, iremos modelándolo según vayamos viendo cómo evoluciona", añade. El presidente de Punto Omega puntualiza que más que a través de sanciones se pretende conseguir una buena convivencia mediante un sistema "de privilegios". "En vez de sancionar a un residente por haberse retrasado en sus tareas de limpieza o de cocina, lo que hacemos es conceder privilegios a quienes funcionan mejor; algunos de esos privilegios son dormir en una habitación individual en vez de en una de cuatro camas o poder salir solo sin los educadores", explica.

Al principio los internos sólo pueden salir del centro acompañados de un educador. Pero la cuerda se va aflojando poco a poco.

Por las mañanas, los residentes acuden a talleres y tratamientos fuera de la residencia. Por la tarde, cuando regresan, colaboran en las tareas de cocina y limpieza, siguen clases de alfabetización, talleres de habilidades sociales, sesiones de relajación y los que tienen hijos participan en una escuela de padres.

Los fines de semana se organizan actividades de tiempo libre, pero a medida que la situación de los internos mejora éstos van planificando el ocio por su cuenta. Eso sí, siempre con supervisión.

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