Globo pinchado
El Foro Social Mundial de Bombay ha perdido el norte, o mejor dicho, el sur, y ha salido algo deshilachado. El Económico de Davos, carente de hilo conductor, también. ¿Tiene algo que ver lo ocurrido en el uno y en el otro? La globalización no ha tocado techo, pero puede haber llegado a un límite de la mano de dos pinchaglobos -Osama Bin Laden (que ha usado los instrumentos de la globalización contra la globalización) y George W. Bush- y de sus propios fallos. No hay comparación posible entre ambos personajes. Pero el uno, con el ataque del 11-S, y el otro, con su reacción y, de paso, defensa de sus intereses, puede suponer un freno a la globalización, o incluso un peligro de desglobalización. Y si la globalización se para, la antiglobalización, o la alterglobalización, también. Bache o tendencia, la crisis de Bombay y la crisis de Davos no son sino las dos caras de una misma moneda. Quizás acabe en una convergencia entre ambos.
Puede ser que Davos sea víctima de un exceso de éxito y de crecimiento, pues ha provocado la multiplicación de este tipo de encuentros, aunque éste tenga algo de único. Puede también que en año electoral en EE UU poco haya que hacer, salvo mantener alguna llama viva como la que aporta el Acuerdo de Ginebra para las perspectivas de negociación en Oriente Próximo.
El aviso en Davos de Kofi Annan, convertido en autoridad moral, una especie de papa laico universal, no debe caer en saco roto: el clima económico global y el de la seguridad, alertó, son menos favorables al mantenimiento de un orden global estable equitativo y basado en reglas. El fracaso de las negociaciones comerciales en Cancún y otros retrocesos o falta de avances ponen la globalización en cuestión. Ésta está sacando a cientos de millones de personas de la pobreza, especialmente en China (la ganadora de esta edición de Davos) y en India, pero ha condenado a otros tantos a la miseria. Las dudas no son sobre las consecuencias positivas de la globalización, sino sobre sus "severas consecuencias negativas", en palabras de Annan. Y si se siguen incrementando, las medidas de control de los vuelos y buques -hay ya agentes de EE UU en 20 puertos del mundo como parte de la Iniciativa de Defensa de Contenedores-, entre otras, pueden provocar una cierta desglobalización, aunque no un reventón.
Los datos, al menos para 2002, indican que el 11-S no frenó cuantitativamente la globalización económica o de migraciones humanas. No se trata de eso, ni de una repetición de la historia, como ocurrió a principios del siglo pasado, sino de que la Administración de Bush haya revertido hacia lo que algunos expertos como Martin Shaw (Anuario de la sociedad civil global 2003, Oxford University Press) llama la "globalización regresiva". Los globalizadores regresivos, frente a los que apoyan la globalización, la rechazan de plano o quieren reformarla, son "individuos, grupos, empresas o gobiernos que favorecen la globalización sólo cuando sirve a sus intereses particulares, independientemente de las consecuencias negativas para otros". Previsiblemente, aunque en un grado variable, EE UU seguirá esta tendencia tras las elecciones de noviembre. Y en Europa también tenemos nuestros regresivos.
Bush pudo afirmar en su discurso sobre el estado de la Unión que EE UU es "una nación con una misión". Pero la misión no está nada clara. La "guerra contra el terrorismo", que, a decir de Cheney, puede durar décadas, no servirá para llenar ese vacío. Puede ser una, pero no la cuestión principal, según Richard Haas, que dejó recientemente esta Administración. Annan tiene razón: el terrorismo separa a los pueblos, pero la guerra contra el terrorismo puede exacerbar estas divisiones. A la vez, abundan los expertos que consideran que los inmensos esfuerzos de EE UU en esta "guerra" han impedido varios atentados, pero han alimentado a la bestia, y tampoco han traído tranquilidad, como se ha visto estas navidades. La pregunta que se planteó una y otra vez en Davos -¿qué pasará si EE UU sufre otro atentado masivo?- quedó siempre sin respuesta. Pero puede ser: más desglobalización.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.