Rostros de vida
Gustavo Martín Garzo ha ensayado una taxonomía de las madres. Puede que alguien eche en falta un perfil determinado, aunque me temo que lo tendrá difícil. Todas las reunidas en Pequeño manual de las madres parecen agotar tal reino. La provocativa originalidad de este libro estriba en jugar a adivinar qué madre falta en sus páginas y, de paso, jugar a ver cuál de esas progenitoras se parece a la nuestra. ¿Será una madre fantasiosa, una madre elefante o una madre niña? Veamos por ejemplo qué podemos saber de una madre despreocupada: "Los niños de las madres despreocupadas vivían por esta causa en un mundo azaroso e incierto, en el que no cabía hacer previsión alguna de futuro. Por eso, cuando crecían, se hacían actores, políticos o guías turísticos". Además de estos casos, además de las madres que se infantilizan, las madres sublimes o las madres de los santos, el autor de El lenguaje de las fuentes dibuja otras realidades colindantes.
PEQUEÑO MANUAL DE LAS MADRES
Gustavo Martín Garzo
RqueR. Barcelona, 2003
189 páginas. 23 euros
En el mismo registro prosístico, Martín Garzo ensaya a la vez una clasificación subordinada: habla del canto que acuna a los niños, de los niños pobres (antes incluyó a las madres muertas), del complejo de Edipo, la realidad demográfica y los cuentos infantiles. No hay ninguna duda acerca de la condición ficcional de este libro. Su tono y su tratamiento estilístico indican la vocación entre fantástica y etérea con que su autor se acerca a la realidad humana, la certeza de que no todo es comprensible, de que hay zonas tan insondables que exigen cierta circunspección, de ahí ese decoro en la elección de la frase cuidada, aunque no exenta de sensualidad y metafóricamente tan certera. Y sin embargo tampoco hay que desestimar, aunque irónico, la apelación a la consulta que señala su título. Como manual, este libro también funciona. En él no se prescribe nada. Nada se dice de cómo neutralizar a una madre que no sabe educar. Pero se la relata con tal elegancia literaria (casi se diría también clínica) que aunque no sé si uno tendría mucha suerte en tener una madre así, por lo menos sí como lector uno tiene la suerte de verla retratada como lo hace Gustavo Martín Garzo. Dejo para el final el capítulo de las madres de los asesinos, probablemente la madre que otro autor de esta misma taxonomía se hubiera dejado en el tintero, por descuido o por miedo a rozar lo inverosímil. Porque uno concibe a los asesinos, pero cuesta más reparar que tienen una madre. Pues sí, la tienen. Esta madre resume el carácter fatalista, poético y delicadamente humorístico que tiene este sugestivo libro.
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