Huérfanos en huelga
Una protesta infantil triunfa sobre la especulación en Rusia y salva un antiguo internado para hijos de revolucionarios
La huelga de hambre espontánea de unos niños húerfanos ha triunfado por una vez sobre la especulación inmobiliaria en Rusia y ha logrado el milagro: salvar la escuela-internado de Ivánovo, o Interdom, una singular institución fundada en la antigua URSS en 1933 para albergar a los hijos de revolucionarios comunistas del mundo. Por ella pasaron los hijos del chino Mao Zedong, del yugoslavo Josif Broz Tito, de los italianos Luigi Longo y Palmiro Togliatti y muchos españoles, como la hija de Dolores Ibárruri (Amaya), del militar comunista Enrique Líster y de la escritora Teresa Pàmies.
Con el tiempo, la institución dejó de ser secreta, abandonó la práctica conspirativa de registrar a los niños con nombres falsos y se abrió a los huérfanos en general, víctimas de tragedias como Chernóbil o Chechenia. Pero el centro ha sido un punto de referencia entre sus ex alumnos, que son más de 4.500 y están dispersos por más de 80 países.
Ante el peligro de que Interdom fuera presa de la especulación inmobiliaria que prospera hoy en Rusia, los ex alumnos se movilizaron como mosqueteros de un mundo globalizado. La energía, tesón y capacidad de lucha desplegada por esos coreanos, iraníes, españoles y griegos que pasaron su infancia en Ivánovo, cerca del Volga, al noreste de Moscú, ha sido un ejemplo sin precedentes para la apática sociedad rusa de hoy.
El peligro que amenazaba a Interdom se plasmaba en un documento avalado por Vladímir Putin. Con el visto bueno del presidente, el jefe del Gobierno ruso, Mijaíl Kasiánov, firmó en 2002 una disposición que preveía la transferencia del orfanato de la Cruz Roja rusa al Ministerio de Defensa para transformarlo en una escuela de cadetes desde 2006. Los huérfanos y huérfanas de Interdom, que hoy son más de 400, en su mayoría rusos y de los países ex soviéticos, debían ser trasladados a otros internados.Muchos sospechaban que tras el cambio de propiedad y función se ocultaba un sibilino esquema para convertir el internado -integrado por 13 edificios con piscina climatizada y una amplia extensión de terreno junto a un magnífico bosque- en un lucrativo centro de recreo.
Los ex alumnos de Interdom se pusieron en pie de guerra. Les apoyaron personajes como el campeón mundial de ajedrez, Anatoli Kárpov, y el presidente de la Asociación de Empresarios de Rusia, Arkadi Volski. Lo hacían porque Interdom, según afirmaba Tomás Pàmies, uno de sus ex alumnos, es "la misma esencia de la solidaridad". Niños de diferentes nacionalidades se formaron allí, explica Pàmies, "en un ambiente de tolerancia, amistad y respeto, donde lo singular se convertía en cotidiano y las diferencias se asumían con naturalidad".
Cuando los adultos perdían ya la esperanza de frenar la maquinaria administrativa que implacablemente estrechaba el cerco en torno a Interdom, una decena de niños del internado se declararon en huelga de hambre, es decir, se negaron a desayunar y luego a almorzar. También se hubieran negado a cenar, si su actitud no hubiera alarmado a los burócratas gubernamentales en plena Navidad ortodoxa rusa, cuando el presidente Putin gusta de visitar a niños humildes. El efecto fue inmediato. La vicepresidenta del Gobierno, Galina Karélova, se presentó en el internado y conversó a puerta cerrada con los huérfanos. Bajo los auspicios de Karélova se formó una comisión de trabajo para decidir el futuro del internado. Ayer, la alta funcionaria hizo saber que Interdom no será entregado a Defensa y que el Gobierno firmará una disposición en este sentido antes de fines de febrero.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.