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Bolonia reconstruye la fascinación del desnudo

La Galería de Arte Moderno recorre el arte de los últimos dos siglos a través de 400 obras

Enric González

La verdad, el individuo, el sexo y la muerte son las grandes obsesiones de la cultura occidental. Aplicadas al arte, todas ellas conducen al desnudo. En ese sentido, la muestra que se inaugura hoy en la Galería de Arte Moderno de Bolonia traza sobre una multitud de cuerpos humanos el itinerario del pensamiento de los dos últimos siglos, desde el idealismo de los neoclásicos de principios del XIX hasta el estupor y la saturación que caracterizan el arte en el arranque del siglo XXI. Se trata de una muestra exhaustiva, casi abrumadora, que cubre pintura, escultura y fotografía e incluye más de 400 obras y decenas de performances filmadas. La exposición está escoltada por otras menores, de idéntico tema, en las galerías privadas de la ciudad, y constituirá uno de los fenómenos culturales de este año en Italia. Los organizadores esperan haber superado la cifra de los 100.000 visitantes cuando, el 9 de mayo, se cierre la muestra.

En la primera mitad del siglo XIX el desnudo no pretendía transgresión, sino idealización
Tras la II Guerra Mundial los genitales masculinos pasaron de tabú a tótem y la mujer fue cosificada

"Esto es lo más grande y complicado que he organizado en mi vida", declaró ayer Peter Weiermair. Y añadió, antes de que nadie le preguntara: "No tenemos ni El origen del mundo, de Gustave Courbet, ni la Olympia de Edouard Manet". Tampoco está la Maja desnuda, de Francisco de Goya. Resulta razonable enumerar las ausencias notorias. Más práctico, en cualquier caso, que enumerar las obras presentes, dada la longitud de la lista. En Bolonia está casi todo. La portavoz del consejo de administración de la Galería de Arte Moderno (GAM), Marzia Costantini, atribuyó al prestigio personal del alemán Weiermair, director de la institución desde 1999, el éxito alcanzado en las fatigosas negociaciones con los principales museos del mundo para conseguir el préstamo de piezas. "Esta muestra es un triunfo de Weiermair; todos los museos nos han enviado lo que pedíamos, porque nadie le dice que no a Peter Weiermair", exultó Costantini ante un grupo de periodistas.

Había de qué presumir, en cantidad y calidad: Ingres, Degas, Renoir, Cézanne, Klimt, Modigliani, Picasso, Freud, Hockney, Warhol, entre los pintores; Canova, Giacometti, Matisse, Maillol, entre los escultores; Man Ray, Avedon, Mapplethorpe, Newton, Leibovitz, entre los fotógrafos. Weiermair nunca tuvo problemas por falta de material. Al contrario, lo difícil fue seleccionar y distribuir. "No sentíamos un interés especial por el erotismo o la sensualidad, nuestro objetivo se centraba en establecer una buena muestra sobre la iconografía del cuerpo humano", explicó el director de la galería, autor de varios libros acerca de la materia. "Por eso distribuimos los 3.000 metros de que disponíamos en espacios grandes, blancos, fríos, que permitieran mirar desapasionadamente", añadió.

Resulta fácil posar una mirada fría sobre las piezas del primer tramo: son mármoles y escayolas de Canova y Gilbert, lienzos de Ingres y Chassérieau, desnudos heroicos que no muestran, en realidad, cuerpos humanos, sino idealizaciones. En la primera mitad del siglo XIX el desnudo no pretendía transgresión, sino idealización. Las plazas de las ciudades europeas eran decoradas con alegorías escultóricas repletas de desnudos castos que glorificaban una patria, una victoria militar o una virtud abstracta. El neoclasicismo plasmaba epidermis, no carne; sus desnudos estaban vestidos de piel.

Las cosas se hacen más complicadas en el segundo tramo de la muestra, a partir del Pigmalión y Galatea (1890), de Jean-Léon Gérome, en la que el escultor se funde en un beso con la mujer de mármol que acaba de esculpir. Gérome, cuya obra es de las más antiguas llegadas a Bolonia, fue situado por Weiermair como cierre de la "época casta". Después del Pigmalión, en el que se vulnera la intimidad de una estatua, comienza la modernidad. Es decir, concluyen las idealizaciones. La represión sexual que caracterizó la vida pública en la era victoriana hizo imposible cualquier glorificación sincera del cuerpo femenino, e irrumpió la realidad (o la hiperrealidad) en el desnudo.

Una realidad en ocasiones terrible, como en la Noche de verano, de Walter Sickert, el pintor al que algunas fantasías contemporáneas acusan de ser el célebre y desconocido Jack el Destripador. Noche de verano guarda un gran parecido, ciertamente, con una foto tomada al cadáver de Mary Jane Kelly, una de las víctimas del Destripador. Resulta un cuadro violentísimo. Con la anciana de Rodin y las deconstrucciones cubistas (La oferta de Picasso, por ejemplo, en la que hombre y mujer carecen de rostro) el arte arranca la piel y empieza a hurgar en la carne, aún mayoritariamente femenina.

Tras la Segunda Guerra Mundial y el declive (al menos en términos artísticos) del musculoso desnudo totalitario, el cuerpo del hombre dejó de ser símbolo de trabajo y el de la mujer se desprendió de las funciones reproductoras. El arte del desnudo siguió explorando una carne cada vez más translúcida (Francis Bacon, Lucien Freud) y se armó de ansias transgresoras: los genitales masculinos pasaron de tabú a tótem y la mujer fue cosificada en términos tan brutales como los de Sickert, pero mucho más irónicos. Fue el caso del popular Salón, de Allen Jones (1969), un conjunto de maniquíes femeninos convertidos en mobiliario.

La fotografía, mucho más que la pintura o la escultura, condensó desde su aparición el elemento voyeurístico del desnudo. A mediados del siglo XIX nació una industria semiclandestina que, con la excusa del deporte o la "observación científica", satisfacía la demanda masturbatoria del público masculino. Hacia finales del siglo XX, el desnudo fotográfico, multiplicado hasta la saciedad por la publicidad, las revistas y la televisión y explorado por la pornografía hasta la secreción más recóndita, enlaza curiosamente con la estética estática de bodegones y naturalezas muertas: es el caso de Mapplethorpe.

<i>Salón</i> (1969), del británico Allen Jones, en la exposición de la Galería de Arte Moderno de Bolonia.
Salón (1969), del británico Allen Jones, en la exposición de la Galería de Arte Moderno de Bolonia.ASSOCIATED PRESS
Dos operarios colocan <i> Desnudo azul IV</i> (1952), de Henri Matisse, en la Galería de Arte Moderno de Bolonia.
Dos operarios colocan Desnudo azul IV (1952), de Henri Matisse, en la Galería de Arte Moderno de Bolonia.AP
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