Europa en el medievo
El nuevo volumen de la colección La construcción de Europa, lanzada simultáneamente por cinco prestigiosas editoriales, se ha encomendado, en una elección más que lógica, al celebrado medievalista francés Jacques Le Goff, que nos ofrece aquí una apretada y rigurosa síntesis de la historia de la Edad Media, donde se subrayan las aportaciones a la formación europea de los distintos periodos en que puede subdividirse tan amplio espacio de tiempo, una época que además no es una realidad herméticamente cerrada, sino que enlaza con la anterior del Imperio romano y abre las puertas a la modernidad a partir del Renacimiento.
Apoyado en su exhaustivo conocimiento, el autor puede señalar así los legados que confluyen en los tiempos medievales: la herencia griega, la herencia romana, la que llama "ideología trifuncional indoeuropea" (que define una sociedad dividida entre los que guerrean, los que oran y los que trabajan) y la herencia bíblica. Este patrimonio es elaborado, en la confluencia de la época antigua con la medieval, por una serie de fundadores o padres culturales de la Edad Media, que son Boecio, Casiodoro, Beda el Venerable y el español Isidoro de Sevilla. Y, a renglón seguido, el continente evoluciona a través de una serie de etapas, cada una de las cuales deja impreso su sello particular: el renacimiento carolingio, la Europa soñada del año mil, la Europa feudal, la hermosa Europa de las ciudades y, finalmente, el otoño de la Edad Media, el momento estudiado en su día por Johann Huizinga.
¿NACIÓ EUROPA EN LA EDAD MEDIA?
Jacques Le Goff
Traducción de María José Furió Sancho
Crítica. Barcelona, 2003
234 páginas. 17,50 euros
De esta forma, la Europa medieval no aparece ni como un mundo unitario ni como un universo inmóvil. Todos los pueblos, incluso los recién llegados (los escandinavos, los húngaros, los eslavos), ofrecen su contribución propia. Y cada época significa un salto adelante con respecto a la anterior, una vez que el proceso de secularización de la cultura permite superar la tentación esencialista del cristianismo, de modo que "el obstáculo para el progreso que podría significar esta ganga religiosa se transforma paulatinamente en un trampolín hacia el progreso".
Enriquecido por un apéndice cronológico, un selecto aparato bibliográfico y unos índices onomástico y topográfico, el texto presenta algunos lunares en la traducción de los nombres (san Esteban de Hungría es siempre san Etienne, el Cid es Rodríguez Díaz de Vivar), lo que no basta para empañar una traducción solvente.
En definitiva, un esfuerzo para comprender esta Europa plural, de origen múltiple, forjada en cien batallas, pero que comparte asimismo un patrimonio común (y no sólo la vieja herencia cristiana, sino también el moderno laicismo y la libertad de conciencia) y que tiene voluntad de acentuar en el futuro sus apuestas de convivencia y solidaridad frente a aquellas opciones políticas (injustificables y desafortunadas) que tratan de desactivar el europeísmo y sustituirlo por un atlantismo artificial y oportunista.
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