_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Francia, a favor de Europa

En el último Consejo Europeo de Bruselas no logramos llegar a un acuerdo sobre el Tratado constitucional. Pero no hemos perdido la esperanza de dar a los 450 millones de hombres y mujeres de la Unión Europea un pacto constitucional que selle su "vida en común".

Para Francia, Europa es antes un estado de ánimo, una comunidad de almas, que un conjunto geográfico. Europa es un pensamiento que, desde el Siglo de las Luces, está en busca de la felicidad y de la justicia, que ha convertido al hombre en el núcleo de su proyecto político y que ha alcanzado el objetivo de paz que ya había establecido, en su época, Victor Hugo. Nosotros reivindicamos ese humanismo.

En el año 2000, el presidente de la República Francesa, Jacques Chirac, trazó las líneas de nuestro proyecto en el discurso que pronunció ante el Bundestag.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Nosotros hemos optado por la ampliación con confianza. Hemos aceptado compromisos difíciles para que las condiciones justas hicieran posible que esta nueva geografía fuese un éxito. Francia se alegra de haber tomado esas decisiones. Al acoger a los diez nuevos miembros, hará todo lo posible para que los pueblos se agrupen en torno a su destino común. Gracias a la Comunidad Europea se pudieron derrumbar todos los muros. Europa del Este ya no existe; Europa está reunida en torno a la esperanza que encarna la democracia humanista, y tengo la certeza de que todos los europeos sacarán provecho de la ampliación.

La patria de Paul Éluard no olvida a su poeta: "Un corazón sólo es justo si late al ritmo de los demás corazones". Para Francia, la ampliación es una oportunidad, la de salir al encuentro de los demás, escucharles y alimentar así nuestro patrimonio cultural, pedestal de todas nuestras ambiciones. Europa ha asimilado la moral de Goethe en El rey de los elfos: no ha desoído la llamada.

Para nosotros, la ampliación siempre ha supuesto profundizar. En efecto, hemos vivido los sobresaltos de la gobernanza europea, especialmente la tentación federal, la deriva burocrática, los maratones fuera de tiempo o las negociaciones sin fin... Pero no me olvido de éxitos como la emergencia del sistema monetario, con Valéry Giscard d'Estaing; de la democracia europea, con Simone Veil, o del mercado único, con Jacques Delors. No estoy tratando de decir que los franceses hayan hecho Europa, sino que, desde la época de los padres fundadores, Europa ha sabido seducir a talentos franceses.

Lo que nos enseñan todas estas experiencias es que Europa necesita una Constitución, un texto fundamental que constituya una garantía de eficacia y perennidad para nuestra construcción común. A nuestro juicio, el trabajo de la Convención sobre el futuro de Europa es una auténtica experiencia europea. En el plazo de dieciocho meses, la Convención ha sido capaz de proponer, de forma consensuada, un proyecto equilibrado e innovador, realista y ambicioso. Una presidencia más estable, un ministro de Asuntos Exteriores de la Unión, la extensión del campo de las medidas tomadas por mayoría cualificada, el reforzamiento del control democrático y de la subsidiariedad, el derecho de iniciativa europea, la inclusión de la Carta de los Derechos Fundamentales, la afirmación de nuestros valores...

Todas estas iniciativas están a la altura de la profundización institucional que debe acompañar a la necesaria ampliación de la Unión. Como jefe de Gobierno, confiero la mayor importancia a la regla de la doble mayoría; en efecto, las reglas europeas con las que tendré que trabajar deben disponer de una fuerte legitimidad para imponerse: con el 50% de los Estados y el 60% de los ciudadanos, en este proyecto, la legitimidad europea es indiscutible.

La exigencia de una Constitución para Europa es histórica, no es cuestión de unas semanas. Creemos que el acuerdo es posible. Estamos trabajando para lograrlo y contamos con la presidencia irlandesa, después de los avances realizados por la presidencia italiana. En la hipótesis contraria, los países que ambicionan esa Constitución trabajarán juntos para, en la acción, convencer a los demás. Los grupos pioneros construirán el futuro respetando el acervo comunitario. La relación germano-francesa, auténticamente densa, podrá hacer las veces de polo de acogida para aquellos que deseen reforzar su cooperación: por ejemplo, el Reino Unido en materia de defensa, Polonia para estimular el triángulo de Weimar, o el Eurogrupo para relacionar mejor estabilidad y crecimiento en el seno del Pacto del Euro...

Debemos hacer que evolucione el Pacto de Estabilidad, porque es demasiado indiferente a los cambios coyunturales. Es necesario volver a situar la disciplina presupuestaria dentro de un marco de política económica más ambicioso.

He aquí por qué deseo que un pacto renovado valore más las reformas fundamentales que, como en el caso de las pensiones, mejoran la viabilidad a largo plazo de nuestras finanzas públicas; asimismo, deseo que se dé más valor al gasto destinado a preparar el futuro, especialmente el gasto en investigación.

También deseo que las voces autorizadas de Europa hagan entender nuestro mensaje en contra de la inestabilidad de los tipos de cambio entre el dólar y el euro. Esta inestabilidad no beneficia a nadie. Debemos encontrar juntos los medios de garantizar una paridad más compatible con la realidad económica.

En este contexto, Francia es exigente consigo misma. Se ha movilizado para aportar a Europa su parte de crecimiento. Para ello, mi Gobierno se ha comprometido con numerosas reformas estructurales que, al modernizar a Francia, sirven a la causa europea: financiación de las pensiones, organización descentralizada de la República, lucha contra la inseguridad, nuevo derecho a la formación profesional, desarrollo de las empresas (ayuda a la creación, aligeramiento de las cargas, flexibilización de los reglamentos, etc.), bajada de los impuestos... En 2004, nos movilizaremos por el empleo, por reformar el seguro de enfermedad, financiar las necesidades peculiares de las personas de edad muy avanzada, revisar la ley de orientación para la escuela, reforzar el principio de laicidad en la República... He aquí algunas de las reformas que vamos a emprender. Los esfuerzos inscritos en la agenda 2006 de mi Gobierno se enmarcan dentro de la dinámica desarrollada en otros países de la Unión. Francia no desea ni abandonar su modelo social a las lógicas de la financiarización de la economía, ni abandonar a sus agricultores a las incertidumbres frente a la nueva Política Agraria Común. Por todas estas razones, Francia desea un marco constitucional estable para que las decisiones de Europa sean a la vez atentas y legítimas.

Querido lector, ya he discutido acerca de todos estos asuntos con el jefe de su Gobierno.Václav Havel tiene razón cuando afirma que "la misión actual de Europa es reencontrar su conciencia y su responsabilidad, responsabilidad no sólo sobre su propia arquitectura política, sino también en relación con el mundo en su conjunto".

Su propia responsabilidad es poner a Europa al servicio de los europeos. Es por los europeos por quienes respaldamos el proyecto ITER para la energía del siglo XXI; es por los europeos por quienes queremos construir un espacio de crecimiento duradero, necesario para el empleo y el progreso social, contra la desindustrialización que amenaza nuestro continente. En esta misma línea, queremos promover las redes de comunicación entre europeos.

La responsabilidad respecto al resto del mundo implica tejer unas relaciones euro-americanas nuevas, basadas en una capacidad de diálogo de igual a igual y en la voluntad de formular aspiraciones comunes para la organización del mundo.

La responsabilidad internacional también supone desarrollar una visión humanizada de la mundialización, que convierte la diversidad cultural, la democracia, la ayuda al desarrollo y la lucha contra las epidemias en prioridades de la Unión. Asimismo, Europa debe implicarse en la protección de nuestro planeta en el marco del proyecto de una Organización Mundial del Medio Ambiente -tal como desea Jacques Chirac, presidente de la República-, en prolongación de los acuerdos de Kioto. Este es nuestro proyecto: hacer que la Europa de veinticinco miembros sea lo suficientemente fuerte como para compartir con el mundo su espíritu de justicia y su humanismo.

Yo confío en Europa y quiero decir que Europa puede confiar en Francia.

Jean-Pierre Raffarin es primer ministro del Gobierno francés.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_