_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La extraña pareja

Prefiero que me incineren a que me sepulten y ambas cosas a pasar un fin de semana en el campo con mi mujer. Eso lo decía un personaje de Woody Allen al que no le debían gustar mucho ni la naturaleza ni su matrimonio, aunque aún menos lo segundo. No es raro, por desgracia. De hecho, ocurre a menudo en las parejas, por varios motivos: porque la gente cambia y se equivoca, pero también porque elegir es difícil. Muy difícil. A veces ves una pareja y te preguntas: ¿Pero cómo pueden estar juntos, estos dos? ¿Qué tienen en común? ¿Es que acaso no son absolutamente opuestos, en realidad? ¿No son incompatibles? Si él fuese un número par, ella lo sería impar. Si fuesen una comida, serían huevos fritos con mermelada de arándanos. Qué raro todo.

Es que hay parejas que ya no es que se lleven mejor o peor, sino que, directamente, no se tragan. A ella le produce ardor de estómago oírle hablar, siempre tan resabiado, tan contento consigo mismo; y a él le parece que ella es tan reaccionaria que la habrían expulsado del Ku Klux Klan por intolerante.

Siempre que sueñan el uno con el otro se despiertan con taquicardia y siempre que hablan de ello lo hacen construyendo frases en las que puedan aparecer las palabras sabandija y balazo. A él le encantaría que ella confundiese la botella de Coca-Cola con la del ácido sulfúrico y que la lengua se le quedase pegada al paladar; ella se ha dicho más de una vez que la única silla en la que le gustaría verle sentado es la silla eléctrica. Así están las cosas.

Sin embargo, a pesar de todo son una familia, y en nombre de los demás, de sus intereses y de sus proyectos compartidos, no quieren dar su brazo a torcer ni dar mal ejemplo, porque tienen una tarea común. "Los dos remamos en el mismo barco", dicen de cara al exterior, cuando alguien les pregunta por su relación, pero por dentro piensan: "Ojalá tu mitad de barco se hundiera y te convirtieses en carne para caimanes".

Por supuesto, ninguno de los dos soporta a los allegados del otro, porque en las guerras siempre hay dos bandos, un solo mandamiento que dice conmigo o contra mí y únicamente dos palabras posibles: aliado o enemigo.

Sus agendas están, por lo tanto, llenas de cruces negras, de apellidos tachados y de planes de venganza. Claro que, a veces, para respetar ciertas convenciones y ciertos intereses, tienen que contemporizar con sus rivales y ponerle al mal tiempo buena cara, y ésa es la razón de que en algunas fotografías se les vea abrazándose a seres que detestan, se les pueda ver sentados a la misma mesa que ellos o compartiendo unas bebidas en un cóctel, cuando lo que de verdad les gustaría sería regarlos con gas-mostaza. Bendita hipocresía.

Cada vez que un cincuenta por ciento de la extraña pareja se entera de alguna clase de proyecto del otro, intenta boicoteárselo de norte a sur, lo desprestigia ante el mundo entero, lo combate hasta la extenuación. En sus vidas se ponen tantas zancadillas que si en los matrimonios hubiese árbitro, no acabarían ni un partido: tarjeta roja. Él cree que con todas las ideas de su compañera se podría hacer, como máximo, un buen abono para lechugas y la única iniciativa de él que ella apoyaría sería la de arrojarse bajo las ruedas de un tanque ruso. Los dos piensan que el otro es la persona más estúpida de la Tierra, ni siquiera entienden que sea capaz de atarse los zapatos o de usar un sacacorchos sin leer el libro de instrucciones.

A su alrededor no florece nada, excepto las ortigas, de modo que más bien son peligrosos para cualquiera que se les acerque, aparte de para ellos mismos. Y, claro, todo lo que cae en sus manos acaba roto, partido por la mitad, porque los dos tiran de ello, uno por cada lado, con auténtica saña.Una vez les regalaron un pastor alemán y lo transformaron en dos caniches.

Bueno, pues ahora que lo pienso, son dos personajes que me valdrían para hacer algún relato cómico. De hecho, lo voy a hacer. Tengo el perfil y tengo la historia.

Ya sólo me queda ponerles nombre.

¿Y si les llamásemos Esperanza y Alberto?

No sé, denme su opinión.

¿Qué les parece?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_