Desencuentro americano
La otra América, la Latina, se muestra poco dócil hacia Bush. En la Cumbre de las Américas, en Monterrey, se ha encontrado con una resistencia a sus planes de crear una zona continental de libre comercio (ALCA) para 2005, y a su intento de castigar a los países corruptos. La distancia entre ambas Américas ha crecido desde la última reunión, en 2001, antes de que el 11-S relegara este Sur en las prioridades de Washington y triunfaran electoralmente opciones de izquierda como Lula en Brasil -país que acaba de entrar en el Consejo de Seguridad de la ONU en el lugar de México- y Kichner en Argentina, pasando por el inefable Chávez, que ha convertido al excluido Fidel Castro en un protagonista ausente. Bush debería haber aprendido que el dictador cubano se siente reforzado por este tipo de exclusiones, pero todos deberían preocuparse de esa conexión La Habana-Caracas.
Esta cumbre extraordinaria había sido convocada para hablar de desarrollo, pobreza y crecimiento con equidad. Más allá de las palabras, los hechos hablan. Pese al discurso liberalizador, las subvenciones estadounidenses a su agricultura suponen más de 5.000 millones de lucro cesante en comercio no realizado para América Latina. Y frente a los proyectos globales o continentales, la Administración de Bush parece preferir acuerdos bilaterales, ya sea con Centroamérica, con el Pacto Andino o con Chile, frente a la resistencia de Brasil, eje de Mercosur. El intento de Bush de castigar a los países corruptos se ha quedado en el compromiso de todos de intensificar la lucha contra la corrupción -uno de los grandes dramas de América Latina- y denegar refugio a los funcionarios que la practiquen. Una muestra más de que esta América Latina está dispuesta a aguantar el embate del gigante norteño, al que, no obstante, necesita. Nadie ha seguido a Brasil en la imposición de controles fronterizos a los visitantes estadounidenses, en "reciprocidad" por los practicados ahora en EE UU. Y la oferta de Lula de retirarlos no tiene aún respuesta. Las Américas están distanciadas como hace tiempo que no lo estaban. Que no hubiera nada en juego en esta cumbre deslavazada, en la que los encuentros bilaterales han pesado más que las sesiones plenarias, ha servido para constatarlo.
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