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Columna
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La política de la ira

En 1939, John Steinbeck publicaba su clásico Las uvas de la ira, la denuncia más flagrante de las desigualdades de la sociedad estadounidense de la época. Si Steinbeck viviera hoy y tuviera que escribir sobre la campaña presidencial en curso no tendría ningún inconveniente en titular su trabajo La política de la ira. Sólo que en el caso actual el polo de atracción de esa ira no sería el sistema, sino un hombre: George W. Bush, sobre cuya cabeza descargan sin cesar día tras día los ataques inmisericordes de los candidatos a la nominación demócrata, encabezados por el hasta ahora mejor colocado aspirante, el ex gobernador del pequeño estado de Vermont, Dr. Howard Dean. Atacar al adversario político es la norma en toda confrontación electoral. Lo que no lo es tanto es la virulencia de esos ataques, desconocidos en el país desde la polarización provocada por la guerra de Vietnam en los años sesenta.

Hasta ahora, toda la estrategia de Dean ha estado destinada a capitalizar a su favor la indignación evidente de una parte de las bases demócratas, principalmente jóvenes yuppies y minorías intelectuales, por la política de la Administración Bush, desde la guerra de Irak, a los recortes fiscales pasando por lo que consideran, con razón, intolerable apropiación del patriotismo por parte del presidente, en un país donde todos se consideran patriotas. El resto de los nueve aspirantes demócratas ha dividido sus ataques entre Bush y Howard Dean, dando la razón a Churchill cuando advertía que en política existen "adversarios, enemigos y compañeros de partido". La estrategia ha constituido todo un éxito para Dean, que, de ser un total desconocido hace un año cuando anunció su candidatura, ha pasado a liderar las encuestas con un 22% de aceptación en su propio partido, más del doble que su inmediato seguidor, el senador John Kerry, según la última encuesta de Time-CNN, y sólo cinco puntos por debajo de Bush (51-46), entre votantes potenciales a escala nacional. La incógnita a descifrar es si esa política de crispación que Dean y, en menor medida, el resto de los candidatos han cultivado hasta ahora será suficiente para que los demócratas recuperen la Casa Blanca en noviembre. La experiencia demuestra que los radicalismos no ganan elecciones en Estados Unidos. Las campañas feroces contra Nixon y Clinton en 1972 y 1996, respectivamente (antes de Watergate y Lewinski), sólo sirvieron para facilitar sus aplastantes triunfos frente a George McGovern y Robert Dole. Incluso Bush, aunque luego ha radicalizado su política, se presentó ante la ciudadanía como el hombre capaz de unificar el país con un programa de "conservadurismo compasivo".

Dean puede ganar las primarias de Iowa y New Hampshire el 19 y 27 de este mes -más probable la segunda que la primera-, pero se enfrentará a una tarea hercúlea para conseguir la nominación en la siguiente tanda del 3 de marzo donde participarán Estados clave del sur y del Medio Oeste, donde su estilo agresivo, sus credenciales liberales y su extracción elitista de Nueva Inglaterra no constituyen precisamente una garantía de éxito. Como recordaba recientemente The Economist, "demonizar al tejano [Bush] puede ser rentable para los demócratas en Berkeley, [la universidad californiana más liberal], pero no conseguirá los votos de los indecisos en el sur y en las comunidades suburbanas". Dean puede conseguir la nominación de su partido, como la consiguieron dos gobernadores desconocidos a escala nacional en 1976 y 1992, Jimmy Carter y Bill Clinton, que, después, ganaron la Casa Blanca, aunque cualquier parecido entre los estilos de Carter y Clinton con Dean es pura coincidencia. Además, los dos primeros sólo lucharon contra la maquinaria republicana. Si consigue la nominación, Dean tendrá enfrente a no sólo esa poderosa maquinaria, sino la enemistad encubierta o declarada del sector centrista y del establishment washingtoniano demócrata, constantemente despreciados por el aspirante como "Bush, versión light". Un sector, encabezado por los llamados clintonitas, para quienes la candidatura de Dean llevaría a los demócratas a derrotas tan sonadas como las de McGovern en 1972 y de Walter Mondale frente a Ronald Reagan en 1984. Sin contar que esos sectores sueñan con la colocación en la Casa Blanca de la primera mujer-presidenta en la persona de Hillary Rodham Clinton bien en el año 2008 o, si las primarias no arrojan un ganador indiscutible, el próximo noviembre.

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