La Copa del América, el ITER y la ciencia
Aunque a veces uno piense que tiene agotada la capacidad de asombro, no debemos perder la esperanza, pues seguro que pronto ocurrirá algo que no sólo nos asombre sino que incluso pueda llegar a sonrojarnos. En un país como el nuestro, poco dado al análisis serio de las situaciones, estos hechos sonrojantes suelen quedar luego incorporados al dominio público, aumentando el grado de desinformación más que de formación del ciudadano. Viene esta reflexión a cuento por las noticias que nos llegaron el pasado 25 de noviembre y la presentación que se hizo de las mismas en algunos medios de comunicación. Quiso la casualidad que el mismo día se hicieran públicas dos decisiones que afectaban a España.
La conclusión inducida es obvia: empate, 1-1, lo cual no está nada mal, sobre todo jugando en campo contrario
La primera es la concesión para Valencia de la organización de la Copa del América para el año 2007, presentándola como un extraordinario éxito nacional. En realidad nuestro éxito nada tiene que ver con el deporte ni con nuestros deportistas, sino con una bien fundada tradición de organización de eventos deportivos: olimpiada, campeonatos mundiales, Copa Ryder, etcétera, lo que demuestra que este sector turístico-propagandístico está bien fundamentado. Esto, expresado en el lenguaje de la calle vendría a ser: "Eso sí lo sabemos hacer y así nos lo reconocen".
La segunda noticia llegaba a continuación: la Comisión Europea decide que su única propuesta sea construir en Cadarache (Francia), el ITER (International Thermonuclear Experimental Reactor) en detrimento de la opción española de Vandellòs que se había convertido en la propuesta estrella de la política del gobierno en investigación.
La conclusión inducida es obvia tras estas noticias: empate, 1-1, lo cual no está mal, sobre todo jugando en campo contrario y con los árbitros en contra, según el símil futbolístico.
El problema está en que una y otra noticia no tienen nada que ver entre sí y los criterios que rigen en el sistema científico, de ningún modo deben compararse con los eventos turístico-deportivos. Ésta podría haber sido una excelente ocasión para explicar lo que es la actividad investigadora en vez de situarla gratuitamente a los pies de los caballos. De nuevo en lenguaje corriente se fomenta el "en eso de la investigación, estamos donde siempre, que investiguen ellos".
A nadie que medianamente esté involucrado en la actividad científica y tenga someros conocimientos de la realidad de la comunidad científica europea le ha podido sorprender la decisión sobre el ITER, por varias razones:
- La contribución francesa a la ciencia ha sido y es contundente y especialmente en materia nuclear cuenta con una comunidad numerosa y grupos de referencia mundial.
- El sistema organizativo de la investigación en Francia reposa en tres pilares: CEA, CNRS y Universidades y ha dado excelentes frutos en las últimas décadas. Lamentablemente en este momento sufre importantes problemas derivados de la situación económica y de políticas restrictivas, lo que convierte el proyecto ITER francés en uno de los ejes de relanzamiento del sistema, según las declaraciones de la propia ministra francesa Claudie Haigneré. Es claro, por otra parte, que esa apuesta política despierta serias y razonables inquietudes en gran parte de los investigadores franceses.
- La Comunidad Europea ha creado un sistema científico con voluntad de competitividad mundial, alcanzando notables logros de liderazgo en algunas ramas de la ciencia. En la mente de todos, están el CERN en física de altas energías, el EMBL en biología molecular o el ILL o ESRF en las ciencias de la materia, entre otros. Estos centros de excelencia se crearon con clara vocación de identidad europea y se mantienen al más alto nivel con una participación cada vez de mayor número de países. En este contexto, era de difícil encaje la propuesta española cuya virtud política era el posible apoyo de la Administración de Bush. Pienso, y esto entra en el terreno de las conjeturas, que la pertinaz insistencia española en su propuesta era percibida en los foros europeos como un intento de desagregar, más que de sumar esfuerzos y fue presentada con una buena dosis de prepotencia: "Oiga usted, que tenemos amigos importantes" y demagogia localista, que inducía a una fácil lectura política en el contexto actual en que nos vemos envueltos.
Dicho todo esto, hay que señalar que la presentación por parte española de un proyecto para ITER, creíble y científicamente bien valorado, debe ser considerada como un hecho positivo y debemos sacar importantes conclusiones de esta peripecia.
En primer lugar hay que destacar que, aun contando con una escasa comunidad en fusión nuclear centrada principalmente en el Ciemat, se ha conseguido en un tiempo corto presentar un buen proyecto, donde participaron científicos, ingenieros, técnicos, economistas, etcétera, implicando a empresas españolas de contrastada solvencia profesional, lo que demuestra que hay un sustrato inicial para poder hacer las cosas bien y presentar futuros proyectos competitivos.
En segundo lugar, y esto parece "la verdad de La Palice", debe quedar claro que en ciencia las cosas no se improvisan. Lo que se necesita es contar con más y mejores investigadores, con grupos y laboratorios de referencia mundial y en todo esto estamos aún lejos de la media europea. Por otra parte, más vale no entrar en el detalle de las inversiones reales en I+D+i comparadas con las de nuestros países vecinos. Aparentemente solvencia económica hay, pues somos capaces de doblar in extremis la oferta económica para ITER en una especie de órdago, cuando de nuevo el escenario no era una partida de mus. Es evidente que cuesta mucho más tiempo y dinero formar a un investigador que a un atleta, pero utilizando criterios economicistas, sus beneficios serían durante mucho más tiempo, pues la madurez del científico empieza cuando la del atleta acaba y además, puede prolongarse mientras la mente lo permita, aunque haya comenzado la decadencia física.
La última lección que quiero señalar es que no debemos olvidar nuestro ámbito territorial. Estamos en Europa, somos europeos y debemos contribuir, sin la menor sospecha, al desarrollo y liderazgo de la ciencia desde Europa. El que España tenga mayor peso en las decisiones dependerá del prestigio y calidad de nuestros científicos y del grado de conocimiento del tema de nuestros gestores y gobernantes, a lo que éstos deberán unir la habilidad política para lograr metas concretas.
Es de justicia, sin embargo, señalar algunos indicios positivos en los últimos meses. Así, por primera vez desde finales de los ochenta, la Secretaría General de Política Científica ha definido una política activa de participación en grandes instalaciones europeas. La construcción del sincrotón Aurora en el Vallés, el telescopio Grantecan y otros proyectos, tanto en España como en otras instalaciones ya existentes, el fomento de programas de movilidad de investigadores y formación de técnicos y científicos, proyectos para nuevas infraestructuras, etcétera, indican una vía positiva y alejada de fáciles publicidades mediáticas.
Terminemos haciéndonos eco de las declaraciones recientes de Philippe Busquin, comisario europeo para la Investigación, quien declaraba en rueda de prensa el pasado 25 de noviembre: "La posición de líder mundial que tenía Europa en producción científica se está erosionando; en el año 2002 el número de publicaciones europeas y su porcentaje mundial ha disminuido notablemente. Es una señal inquietante que nos muestra que no podemos complacernos con nuestro sistema actual, donde la investigación fundamental es cada vez más víctima de las dificultades de presupuesto de los Estados miembros y tiene poco acceso a financiación europea basada principalmente en la investigación aplicada Para mí, la renovación de la investigación fundamental europea es el gran desafío al cual la política de investigación comunitaria debe aportar una respuesta contundente el año que viene".
Poco más hay que añadir, lo único sería desear que aprendamos de los errores, que los indicios se conviertan en realidades y que no nos pillen de nuevo con el paso cambiado ante estas perspectivas que se anuncian.
José Carlos Gómez Sal es catedrático de Física de la Materia Condensada de la Universidad de Cantabria.
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