Emocionante juego de espejos
Sigue vivo el viejo juego de espejos entre el cine del Oeste americano y el cine japonés de samuráis. Si el salto del ascético espadachín errante al western tuvo siempre aires -que se respiran a pleno pulmón en la conversión de Los siete samuráis de Akira Kurosawa en Los siete magníficos de John Sturgess- de cosa natural, otro tanto ocurre con su inversión, pues encaja sin forzamiento y tiene verosimilitud, el salto del pistolero desde el mito épico de la Frontera a la escena ritualizada del Japón feudal.
Este juego de espejos vuelve a ocurrir en El último samurái, donde Tom Cruise define con precisión, en el arranque de la aventura, su condición de hombre del Oeste, al decir a quien lo contrata como mercenario para enseñar el arte de la guerra moderna a un ejército como el japonés de finales XIX, anclado aún en códigos preindustriales de combate: "Cobraré por matar japoneses, sioux, cheyennes, todo lo que usted me mande matar, pero a usted lo mataría gratis".
EL ÚLTIMO SAMURÁI
Dirección: Edward Zwick. Guión: John Logan. Intérpretes: Tom Cruise, Ken Watanabe, Koyuki, Timothy Spall, Masako Harada, S. Nakamura. Género: aventura, Estados Unidos-Japón, 2003. Duración: 154 minutos.
Es El último samurái buen, incluso excelente, cine convencional: usa el buen cálculo, emplea con astucia reglas del clasicismo, construye situaciones vibrantes y da cuerpo con pulso firme a una galería de personajes muy bien abocetados. Arranca con trazos de western de tiralíneas y, poco a poco, escalón tras escalón de una subida incesante de la emoción, va absorbiendo otros modelos genéricos, mezclándolos sabiamente y abriendo cruces y sucesiones de secuencias de lucha, de idilio, de tensión y de melodrama que nunca se estorban, sino que encajan recíprocamente sin dejar ver grietas ni holguras en un mecanismo de filmación solidísimo que, gracias a un guión muy bien hecho, a un reparto excelente y a una producción de lujo, emociona y, a ratos, cautiva.
Hay finura y calidades en el triángulo de amor y amistad que tejen la hermosa viuda del guerrero abatido por el mercenario americano, éste y el jefe de los samuráis rebeldes. Son tres poderosos personajes admirablemente interpretados por la magnífica actriz japonesa Koyuki y el dúo Tom Cruise-Ken Watanabe, sobre el que gira la apasionante aventura, que deja ver su fuerza en algunas singulares escenas, como la expresión en un solo golpe visual del debate moral del fondo del filme: la imagen de la entrada de Tom Cruise en la casa de la mujer, manchando el delicado suelo de madera con sus botas embarradas de bárbaro barro occidental. Y, junto a esta síntesis, algunos anchos instantes de noble y pura acción, como la lucha de Cruise y un samurái bajo la lluvia y la pelea contra los emboscados vestidos de negro, entre muchas.
Esto y más, añadido a su notable -la apuntó en el desatado melo de Leyendas de pasión- habilidad para saltar, sin arañar los ojos, del cine de seda al cine de esparto, dejan ver en Edward Zwick muestras de talento, aunque el buen productor que ha demostrado ser domine aún al director y al guionista y los ponga en exceso a su servicio.
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