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La globalización y sus quejas en 2004

Joseph E. Stiglitz

El año 2003 fue, en muchos aspectos, un desastre para la globalización. Estados Unidos y su "coalición" de voluntarios emprendieron la guerra de Irak sin el apoyo de la ONU, y la asamblea de la Organización Mundial de Comercio en Cancún -que debía dar el impulso necesario para culminar con éxito la ronda de desarrollo de las negociaciones comerciales- acabó en fracaso. Es muy probable que 2004 sea mejor, tanto para la globalización política como para la economía mundial. Pero no creamos que va a ser un año espectacular.

Los acontecimientos de Irak demuestran el fracaso de los procesos democráticos a escala internacional y la necesidad de reforzarlos. La forma que ha tenido el Gobierno de Bush de afrontar la guerra y la posguerra se ha caracterizado por el mismo unilateralismo visible en su rechazo del Protocolo de Kyoto y el Tribunal Penal Internacional.

En estos dos casos, en los que la decisión colectiva del mundo difería de los deseos de los norteamericanos, el presidente Bush insistió en que Estados Unidos se saliera con la suya. El hecho de que el Gobierno estadounidense mintiera deliberadamente al mundo sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, o se dejara arrastrar por su propia retórica, es menos importante que la lección que nos enseña: es peligroso poner un poder excesivo en manos de unos cuantos.

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Ahora bien, Estados Unidos está comprendiendo, por fin, que ni siquiera una superpotencia puede garantizar la seguridad en un país ocupado por la fuerza. Podría haberse ganado al pueblo iraquí en los primeros meses de la ocupación, pero, a estas alturas, la acumulación de errores quizá ha condenado dicho esfuerzo al fracaso. Asimismo, se ha dado cuenta de que es necesario condonar la deuda de Irak, para lo que será necesario recuperar la cercanía y la cooperación con países que eran aliados tradicionales de Estados Unidos, pero se opusieron a la guerra.

Estos pasos representan la esperanza de que, en 2004, Estados Unidos adopte una actitud más multilateral en su política exterior. Una esperanza que, sin embargo, se ve debilitada por el hecho de que el Gobierno de Bush excluya de los contratos de reconstrucción a países acreedores como Francia, Alemania y Rusia.

Al mismo tiempo, si se lleva a cabo la "terapia de choque" que proponen los estadounidenses para esa reconstrucción -liberalización económica y privatización inmediatas-, seguramente aumentará el desempleo y se generará más resentimiento. La "terapia de choque" es una estrategia que ha fallado en repetidas ocasiones. En 2004, es muy posible que el mundo vuelva a descubrir los riesgos de depender demasiado de la ideología o el liderazgo de un solo país. Irak sufrirá más que otros, pero las consecuencias se sentirán seguramente en todas partes.

Las conversaciones de la OMC en Cancún fueron el otro gran fracaso de la globalización en 2003. Estados Unidos y Europa faltaron a su promesa de que iba a ser una ronda de negociaciones destinada a mejorar las circunstancias de los países en vías de desarrollo. Es más, no lograron restablecer los desequilibrios de las rondas de negociaciones anteriores, que habían empeorado la situación de los países más pobres del mundo.

EE UU y Europa no sólo intentaron imponer sus prioridades comerciales a los países en vías de desarrollo, sino que además siguieron insistiendo en su derecho a mantener los subsidios agrarios y plantearon nuevas exigencias que habrían empeorado todavía más la vida en esos países. Por primera vez, los países en vías de desarrollo se unieron, y las negociaciones fracasaron.

Después de echarse mutuamente la culpa de este fracaso, Estados Unidos y Europa seguirán insistiendo, en 2004, en que quieren reanudar la ronda de desarrollo. Ahora bien, si no se hacen concesiones significativas en agricultura, barreras no arancelarias y derechos de propiedad intelectual, ¿qué pueden ganar los países en vías de desarrollo? Los aranceles sobre los productos industriales en los países avanzados son ya lo suficientemente bajos como para que los países en vías de desarrollo no tengan muchas probabilidades de beneficiarse demasiado, y, en cambio, tienen mucho que perder si se llega a otro acuerdo comercial injusto.

No obstante, los países en vías de desarrollo están aprendiendo varios trucos de Occidente. El pasado mes de noviembre, en Miami, aprobaron una zona de libre comercio de las Américas, que, en realidad, no permite el libre comercio y no va mucho más allá de lo que ya se había acordado en la OMC. En otras palabras, empieza a parecer que cualquier éxito posible en la ronda actual de negociaciones comerciales tendrá que basarse en acuerdos sin sustancia.

La recuperación de la actividad económica en Japón y Estados Unidos es un buen augurio para la economía mundial en 2004, y también lo es que se mantenga la fortaleza de China. Todas las crisis económicas tienen un final, y ya ha llegado el momento de que la economía estadounidense, que comenzó su desplome hace casi cuatro años, empiece a recuperarse. Podría haber empezado antes si el Gobierno de Bush hubiera defendido los recortes fiscales para los pobres y la clase media, y no para los ricos. Pero los recortes fueron de tal dimensión que, aun así, supusieron cierto estímulo. Sin embargo, el coste ha sido enorme: un déficit fiscal gigantesco que pone en peligro el crecimiento futuro.

Ese inmenso déficit fiscal tiene su equivalente en un enorme déficit comercial. El doble déficit ha afectado de forma muy negativa a la confianza de los extranjeros en la salud tradicional de la economía estadounidense y, por tanto, al valor exterior del dólar. Mientras el euro se mantenga fuerte respecto al dólar, el déficit comercial de Estados Unidos se aliviará, pero a costa de hacer que sea todavía más difícil una recuperación firme de Europa.

Por otro lado, cuando se confirme la recuperación, las grandes demandas en materia de préstamos de Estados Unidos y Europa harán, sin duda, que los tipos de interés crezcan en todo el mundo, y eso planteará nuevos problemas a los mercados emergentes, que se encontrarán, una vez más, con un nuevo caso de tener que pagar el precio de los errores estratégicos cometidos en los países industriales avanzados, un nuevo ejemplo de fracaso de la globalización.

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