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Columna
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Sin mayoría

En el 82, con la UCD declinante, la pregunta más reiterada cuando empezó a hablarse de la convocatoria electoral era la de con qué fuerzas políticas formarían coalición los socialistas, de quienes todos anticipaban por descontado que serían los más votados en las urnas. Pero poco antes de las vacaciones de ese mismo agosto la curiosidad había decaído al instalarse la convicción generalizada de que la victoria de Felipe González sería por mayoría absoluta, es decir, sin necesidad de alianza alguna para gobernar. En el 96 sucedió a la inversa, el PP de Aznar daba por descontada la mayoría absoluta desde un año antes y en ese convencimiento se mantuvo hasta muy avanzado el escrutinio electoral. De ahí los pareados insolentes de "Pujol, enano; habla castellano" coreados por los incondicionales concentrados en la calle de Génova. Al final, con apenas 300.000 votos de diferencia del PP sobre el PSOE, cualquier combinación hubiera podido intentarse para continuar en el poder pero los socialistas de González cedieron el paso sin interferir.

Los electores que daban la mayoría absoluta al PSOE en el 82 venían de la saturación causada por los gobiernos minoritarios de UCD, obligados cada mañana a ir a la subasta para hacerse con los votos de CiU, del PNV o de quien se prestara a acompañar sus proyectos de ley mediante el trueque de compensaciones consideradas cada vez más exorbitantes. Pero la mayoría absoluta empezó enseguida a ser considerada una anomalía tergiversadora del ser plural de España. Fue tachada de rodillo, fue vista como la pendiente imparable de todos los abusos. Entonces, las mermas de votos sucesivas del 88 y 93 dejaron a los gobiernos socialistas en minoría y necesitados del apoyo parlamentario de CiU y de otros acompañantes. A partir de ahí, los tambores del PP arremetieron sin tregua contra los colaboracionistas, acusándoles de sostener el desastre del "paro, despilfarro y corrupción", al que habían reducido la aportación política del PSOE.

Pero esos mismos aliados, tan vituperados por haber acompañado a los socialistas en fase menguante, pasaron sin más a ser solicitados para acudir con presteza en socorro del nuevo vencedor. ¡Qué negociaciones aquellas de los días previos a la investidura con CiU, con el PNV y con CC! Había que escuchar los elogios de los interlocutores. Los nacionalistas catalanes proclamaban que en dos semanas de negociaciones con Rodrigo Rato habían logrado del PP más que del PSOE en dos legislaturas y los nacionalistas vascos, por su parte, reconocían que durante una merienda en el Hostal Landa de Burgos habían obtenido cesiones en el ámbito de las haciendas forales que nunca habrían arrancado al anterior ministro del ramo Pedro Solbes en un momento decisivo porque la entrada en vigor de la Unión Económica y Monetaria habría bloqueado para siempre semejantes aspiraciones.

Ese virtuosismo negociador, basado en que la investidura bien valía cualquier concesión, fue sostenido durante la primera legislatura pepera con mano maestra. Los electores parecieron premiar esa habilidad otorgando una nueva oportunidad al aznarismo pero ahora sin restricciones, por mayoría absoluta. Una mayoría absoluta que, en esas nuevas manos, pasaba a convertirse en el estado natural de España, a falta del cual desaparecería por el sumidero de la historia. Mientras, los competidores socialistas dieron sin querer facilidades al idear la causa común con Izquierda Unida, cuya suma resultó ser inferior a los sumandos de partida.

Volveremos en marzo a las urnas cuando se completa un ciclo y el líder máximo desiste de presentarse. Cuando pesan los desaciertos de gestión, se acumulan los abusos o irrita la extrema manipulación de TVE. Cuando se dejan ver los Romeros de Tejada y otros romeros ahítos de comisiones y negocios en Madrid, en Zamora o en Castellón, sin que se les aplique el rigor sino la condescendencia "porque son de los nuestros". Cuando se evaporan los consensos en política exterior o de defensa, cunden los órdagos de los nacionalismos en sustitución de anteriores diálogos y se deslegitima el sistema a base de procedimientos como el empleado para reformar el Código Penal. Con la pérdida de la mayoría parlamentaria el PP perdería el Gobierno y sin ese cemento del poder su unidad, no la de España, es la que saltaría hecha pedazos. Pero el nuevo PSOE debe explicar si es que ha renunciado de antemano a un turno de mayoría absoluta para mejor parecer a sus futuros aliados, como si estuviera diciendo "confíen en nosotros, no tendremos mayoría".

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