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Columna
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Los estados generales de la enseñanza

Josep Ramoneda

"El mundo de las palabras, de los sones y de las frases nos pertenece". Lo decía André Malraux, para enfatizar la importancia de la cultura, "del conocimiento de aquello que hace del hombre alguna cosa más que un accidente del universo". Eran tiempos de reconstrucción. Y Malraux quiso hacer llegar la cultura a todos los rincones de Francia. Ha pasado casi medio siglo y en Cataluña acaba de llegar un nuevo Gobierno con voluntad de sacar al país de su tendencia al ensimismamiento y encontrar su lugar en el mundo global. La clave está en la educación. Y no hay que perder tiempo, porque los demonios familiares del país siguen despiertos, empeñados en ahogarnos en el ejercicio retrógrado de siempre: hurgar en nuestro ser e inventar una nueva tradición para legitimar a los que acaban de llegar. El sentido común convertido en horizonte insuperable de los catalanes ha dado algunos dividendos en pragmatismo y prudencia, pero ha frenado y reprimido demasiadas veces la creación y la innovación. Los problemas de autoestima de un país que no acaba de creerse a sí mismo y que está permanentemente mirándose al espejo han hecho gastar muchas energías en la búsqueda de raíces y fundamentos inmarcesibles. Ha llegado el momento de dejar de obsesionarse en qué somos y empezar a ser sin complejos. Y creo que el Gobierno catalán podría predicar con el ejemplo, colocando la educación como prioridad absoluta de su trabajo.

Tengo la sensación de que existe un clima favorable a esta apuesta. Creo que si el nuevo Gobierno catalán consultara a los ciudadanos sobre sus prioridades, muchos apostarían por la enseñanza. La enseñanza abarca un espectro muy amplio: la transmisión de los conocimientos acumulados, la preparación técnica y práctica de los ciudadanos para ocupar un lugar en la sociedad, el conocimiento de las cartas de navegación necesarias para no perderse en la vida real, el reconocimiento de los signos que roturan nuestro entorno, la familiarización con el saber y la cultura. A partir de estos presupuestos, lo demás, la excelencia, la innovación y la creación, se da por añadidura. Sin una educación de primer nivel, sólo puede darse por casualidad y sin continuidad alguna.

Naturalmente, la mayoría de los ciudadanos piensan en la enseñanza en relación con el futuro profesional. Los padres, sin distinción de clases, quieren que sus hijos tengan los conocimientos necesarios para ganarse la vida con decoro y con mayor facilidad que ellos. El auge del inglés y la informática refleja, en estos momentos, que las perspectivas laborales son el motor de la demanda social de enseñanza. Pero sobre esta inquietud ciudadana se puede construir un país que haga del nivel educativo un objetivo nacional.

Dar prioridad a la educación implica principalmente a las consejerías de Enseñanza y de Universidades e Investigación. Pero no sólo. Significa la movilización de los medios de comunicación públicos -y la colaboración responsable de los privados- y una política cultural que potencie las industrias de la cultura y apueste por la calidad, sabiendo que la creatividad está en muchas partes y no sólo en los lugares tradicionales de culto. Para que un país haga suya la enseñanza como prioridad es necesario que se entienda que la cultura es un bien de primera necesidad. Lo cual requiere probablemente una pequeña revolución cultural, empezando por la mentalidad de los propios dirigentes políticos y culturales. La revolución educativa que este país necesita está reñida con los gremialismos, que asoman inmediatamente cuando hay un cambio de gobierno.

En una sociedad que vive bajo el signo de la mercantilismo, el éxito mediático y el individualismo compulsivo, es evidente que la apuesta por la educación tendrá apoyo social si se la considera como camino hacia el éxito en términos de rentas y de reconocimiento. No es necesario que acabemos creyéndonos nosotros mismos el guión escrito del discurso hegemónico, hasta el punto de pensar que a nadie le interesa la educación y la cultura si no es por los resultados. Puesto que los resultados también son importantes, utilicémoslos como coartada. Pero de lo que se trata es de dar un salto cualitativo en la enseñanza en un país que necesita de aquello que le abra al mundo. Y nada es más universal que la voluntad de saber. La prioridad de la educación debe hacernos más permeables, más exportables, y facilitar la incorporación de los que vienen de fuera a la vida colectiva.

Naturalmente, en el sistema educativo está la clave. Dotarlo de más recursos, mejorar la situación del profesorado y comprometer a la escuela pública y a la escuela privada en la exigencia de calidad son condiciones necesarias para que este gran reciclaje educativo nacional sea posible. La cuestión de los profesores es central. Sobre ellos recae una responsabilidad excepcional: la formación de los futuros ciudadanos del país. Durante muchos siglos, el ritmo lento de renovación de conocimientos garantizaba que los saberes básicos no se modificaban sustancialmente a lo largo de la vida de un hombre; actualmente, el saber se renueva a tal velocidad que los referentes pueden cambiar varias veces en una vida. Los profesores deben tener las condiciones de trabajo y las oportunidades de formación necesarias para cumplir con estos retos. Pero una operación de renovación cultural de largo alcance debe contar con la complicidad de la ciudadanía. A los medios de comunicación de masas corresponde hacer de intermediarios efectivos.

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Quizá la convocatoria de unos estados generales de la educación que movilizaran a todos los sectores implicados sería un buen punto de partida para hacer de la prioridad educativa una cuestión de conciencia nacional.

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