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Columna
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Caperucita tendrá que ir descubierta

Andrés Ortega

Escondido en el cuento, antropólogas y psicólogas francesas como Yvonne Verdier, Caroline Eliacheff y Nathalie Heinich hace ya un tiempo descubrieron lo que la tradición escrita había transformado respecto a la oral: el interlocutor principal de la niña en realidad no es el lobo, sino la abuela; el centro no es el enfrentamiento con la sexualidad masculina, sino la relación entre generaciones, en este caso de mujeres. Pobre Caperucita Roja, pues en Francia la próxima ley sobre el laicismo podría acabar obligándola a ir con la cabeza descubierta.

Pues ¿no estamos hablando de un mito? Si viene a cuento el cuento es porque el Gobierno francés se está equivocando de objetivo. Y el resultado puede ser agravar unos problemas en vez de resolverlos o simplemente conllevarlos. La Comisión Stasi hizo un buen informe, pero con conclusiones más que discutibles. El problema que puede suponer que jóvenes musulmanas lleven foulard (yihab) o algunos judíos kippa en la escuela pública no se resuelve a golpe de leyes.

En nombre del laicismo (aunque en Francia más de un 20% de la escuela financiada por fondos públicos es religiosa) Chirac pretende por ley prohibir los signos religiosos ostensibles en la escuela pública (¿Por qué no en la Universidad? Porque sabe que sería imposible). La medida será desigual: afecta a las chicas entre los musulmanes. No a los varones. Estas chicas suelen ser menores de edad y en este sentido puede que la República francesa les tenga que proteger frente a sus madres y a sus abuelas. O, por actualizar el cuento, de sus padres o, más aún, de sus hermanos. En Francia aumenta el número de mujeres de origen árabe que se casan con franceses de toda la vida para huir de la presión de sus familias. La lucha de la República contra el velo debería estar dirigida a proteger a las caperucitas inmigradas a través de una labor educativa y social también de sus padres, madres, hermanos y abuelas.

El Informe Stasi señala correctamente que el laicismo que está en la base de la República francesa tiene un doble origen: la guerra de las religiones -pero era otra guerra, entre cristianos- y el hecho de que se intentaba así escapar a una Iglesia católica asfixiante y retrógrada. Pero hoy Francia, y el resto de Europa, ya no vive una lucha entre cristianos y/o laicos. La cuestión actual no es ésa, sino el grado de aceptación en Europa del hecho musulmán. Pero, ¿estamos hablando de religiones o más bien culturas, confundiendo lo árabe y lo musulmán? No es lo mismo, aunque tenga mucho de lo mismo. Cuando tanta gente se casa aquí por la Iglesia o celebra primeras (y muchas veces últimas) comuniones, ¿estamos acaso ante un rebrote religioso, que el Gobierno del PP quiere imponer vía asignatura obligatoria y puntuable? No. Europa, con Francia a la cabeza, seguida de Gran Bretaña, es quizás la región más descreída y menos religiosa de todo el mundo. Pero estamos ante ritos con los que la res pública no ha sabido competir.

Al menos en sus propósitos, el presidente francés, Jacques Chirac, ha omitido lo que también recomendaba prohibir el citado informe: los signos políticos. Pero con esa nueva presión, el velo se puede convertir en un signo de resistencia política y social ante la cultura local. Y la prohibición de la kippa en la escuela pública puede alimentar el rebrote del antisemitismo en Francia. Lo que está ocurriendo con la inmigración va a cambiar muchas cosas, para todos: para los inmigrantes y para los países de acogida. El anterior Gobierno, el de la izquierda plural de Lionel Jospin, nunca quiso legislar en esta materia, sino abordarla con sentido común.

Pero ahora quien parece dictar la agenda en estos temas no es el Gobierno de Chirac o la Comisión Stasi, sino el gran contaminador de la política francesa: Jean Marie Le Pen, seguramente, desde la derecha extrema, un gran admirador de la versión escrita masculina que sitúa al lobo en el centro del cuento de Perrault.

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