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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Sola en la noche

Sofía Gaviria llegó hace cinco años a Barcelona. Había nacido en Medellín, la capital del Estado de Antioquía, en Colombia. Era la hija del propietario y director del periódico El Mundo, un viejo jovencísimo de casi 80 años, que sigue escribiendo a diario los forzudos editoriales de su periódico. En cuanto a su madre, la habían tenido cuatro meses secuestrada en la selva. Entonces Sofía era todavía una niña y procuraban ocultarle la verdad con mil embustes. Una noche se levantó desvelada y entró en el escritorio de su padre. No buscaba nada en especial, pero se topó con una carta donde se exponía que a su madre la cortarían a trozos y meterían los trozos en bolsas, y esos trozos serían lo último que sus hijos verían de ella. Pero Guillermo Gaviria, padre, acabó pagando y mamá volvió.

Todos los recuerdos de Sofía Gaviria cabría enmarcarlos en la llamada 'situación colombiana', en lo que ella llama "una piscina de sangre"

Sofía traía este recuerdo atroz, aunque no era el único. Un amigo muy querido de la familia, como un padre para ella, no había vuelto de la selva. De hecho aún no ha vuelto, y han pasado más años, y cuentan que lo llevan encadenado por las aldeas, como un animal raro, sabiéndose que hay quien añade a esta imagen otra complementaria en la que el antiguo hombre arrastra sus cadenas sacando espuma por la boca. Todos los recuerdos de Sofía cabría enmarcarlos en la llamada situación colombiana. Es decir, en lo que Sofía llama "una piscina de sangre". Expresión muy precisa. Originándose en el legendario tropo que hermana el fluido vital del agua con la muerte ("río de sangre", 1.600 googles; "mar de sangre", 670; "océano de sangre", 87; "piscina de sangre", 27 googles), pero vinculados casi todos al relato gore y ninguno a la metáfora, resulta ser una indiscutible muestra de progreso poético. Tanto más infalible siempre la metáfora cuanto más delgada sea la frontera que la separa de su estricta posibilidad de cumplimiento. Entre 1984 y 1995, y según cálculos avalados por el Ministerio de Defensa Nacional, murieron en Colombia, por la causa técnica del Conflicto Armado Interno, unas 200.000 personas. Dado que en el momento de morir cada una de esas personas llevaba en su cuerpo unos cinco litros de sangre; dado igualmente que en la piscina olímpica Antonio Roldán Betancur de la ciudad de Medellín caben 2.270.000 litros de agua, se comprobará que la piscina, con alrededor de un millón de litros completados, ha alcanzado ya un nivel medio. Considerable. Pero aún dispone de bastante lugar. Está al nivel idóneo para que la metáfora pueda volar sin despegarse del suelo.

A 19 de abril del año 2002 Sofía Gaviria llevaba una vida feliz. Incluso estaba embarazada de la que ha acabado siendo Helena. Su imagen de la felicidad se anclaba en Barcelona de un modo específico. Sola en la noche. Caminando sola de vuelta del cine, de un restaurante o de unos amigos. Poder hacerlo. Cuando en una calle vacía escuchaba sus pasos se sentía muy acompañada. Tanto ir y venir en semejantes coloquios, pensaba, para acabar concluyendo que la libertad es una noche cerrada. El 19 secuestraron a su hermano Guillermo y se lo llevaron a la selva. Guillermo Gaviria era entonces gobernador del Estado de Antioquía, el tercer cargo en rango de Colombia. Había salido de Medellín, encabezando una marcha. Le acompañaban unas 1.000 personas. La comitiva pretendía llegar hasta los pueblos destruidos por la violencia y levantar allí una primera piedra simbólica. Este tipo de renacimientos obligatorios. Antes de llegar al municipio de Caicedo, un lugar muy batido por la tragedia, un grupo armado les dio el alto. Se llevaron montaña arriba a Guillermo y también a Gilberto Echeverri, ex ministro de Defensa colombiano y su asesor para asuntos de paz.

Sofía trabajó duramente por la liberación. Poco antes de ser secuestrado, Guillermo había estado en Barcelona y se había entrevistado con las primeras autoridades políticas. No lo habían olvidado y tanto el Gobierno de la Generalitat como el del Ayuntamiento ayudaron a Sofía. Más remisas se mostraron algunas organizaciones no gubernamentales: en Colombia había elecciones y se negaron, con exquisitez, a cualquier gesto que pudiera interferir en el proceso. No hay que ser superficial en el análisis de la violencia. Pasó más de un año estéril hasta la noche del 5 de mayo del 2003. Sofía y su marido cenaban en su casa con un matrimonio amigo. El día anterior había estado desplegando pancartas en el circuito de Montmeló aprovechando que el ídolo colombiano Ricardo Montoya corría allí. Hablaban en la cena, de lo de siempre, de Guillermo, de la selva, y de los 3.000 secuestrados. En un momento Sofía dijo exactamente: "Ah, no, yo estoy segura de que no matarán a Guillermo", y al minuto exactamente sonó el teléfono y un amigo estaba diciendo, agarrándose los sollozos: "Sofía, Sofía", y poco más. Ella recuerda que tiró el teléfono y que gritó, aunque el grito, más que por la muerte de Guillermo, baleado a orillas de la quebrada Papayal, iba por la ciega garantía de vida que le había extendido un minuto antes. El grito de la trágica que advierte que hundió la daga en el corazón erróneo.

[Coro de la ciudad: será el día primero del año 2004 cuando Aníbal Gaviria, hermano, tome posesión tras su limpia victoria de la gobernación de Antioquía.]

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