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Columna
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16 a 1: Erasmo gana a Séneca

Andrés Ortega

Europa, como España, no se puede construir sólo sobre intereses cruzados, tratados o patriotismos constitucionales, sino que requiere, también, un mayor conocimiento mutuo entre sus ciudadanos. La UE, por su diversidad y pluralidad lingüística crecientes, nunca llegará a ser como Estados Unidos. Pero a cementarla en este sentido profundamente social está contribuyendo un programa, un mero programa, que, dado que la UE no tiene competencias en el ámbito educativo, ni siquiera tiene el rango de "política común": Erasmus. Casi todos los estudiantes universitarios, al menos de los actuales Quince, lo conocen y/o aspiran a participar en él, pues permite, con becas, cursar al menos un año de la carrera en la Universidad de otro país de la Unión Europea. Así se crean lazos, conocimientos y vínculos que nunca el turismo suplirá. Parece haber quedado atrás ese ruego que una abuela francesa -cuyo marido hizo la guerra del 14 y su hijo la del 40-, le hacía a su nieto que se iba a estudiar a Inglaterra: "Cásate con quien quieras, incluso, si no hay más remedio, con una inglesa, pero nunca, nunca, con una alemana".

No hay que mirar sólo hacia afuera. En España hay una preocupante falta de conocimiento mutuo que se ha puesto de relieve estos días. Probablemente varios factores contribuyen a mantenerlo o aumentarlo: la supresión del servicio militar obligatorio -como en casi toda la UE (una notable excepción es Alemania)-, que facilitaba un cierto intercambio de vivencias, al menos entre varones, o la paulatina desaparición de un funcionariado estatal que se desplazaba de un lugar a otro de la geografía y servía de correa de transmisión. Hoy, los que parecen moverse más en España, como en Europa, son, por una parte, los directivos de empresas y los comerciales, y, por otra, los inmigrantes de otros países más pobres.

De Erasmus se han beneficiado desde 1987 casi un millón de estudiantes europeos, de ellos (hasta 2002) unos 132.000 españoles. En el curso 2001/2002, en concreto, 17.403 en este país. Es mucho más que lo que ha aportado a España el llamado Erasmus español, el Programa Séneca, de becas para estudiar en otra comunidad autónoma: 1.642 en ese curso y 2.500 (en realidad, 1.100 según los cálculos de este periódico) en el próximo. Parece más fácil obtener una beca para ir a estudiar a otro país europeo que a otra región española. ¡16 veces más! Para los estudiantes españoles, Erasmus cuenta mucho más que Séneca; Europa, más que España.

Incluso, fuera de este programa de becas nacionales, y pese a que la fórmula del Distrito Abierto obligue a reservar un 20% de las plazas a estudiantes de otras comunidades, sólo un 8,3% de los universitarios españoles son de fuera de su región de domicilio, algo más que en el curso anterior (7,8%, según datos tomados del estudio sobre esta movilidad del Ministerio de Educación, octubre de 2003), una cifra insuficiente. Con todo, resulta que los jóvenes, al menos los de clase media, provengan de dónde provengan, conocen mejor Nueva York o Londres que las ciudades de España que tienen a pocos cientos de kilómetros.

Europa, al menos en estos balbuceos, se va poniendo en red. España, considerablemente menos. Quizás habría que empezar más río arriba en esta inversión e inmersión en conocimiento mutuo. En la ESO podría establecerse una asignatura de enseñanza de, al menos, los rudimentos de las lenguas de España. Facilitaría muchas cosas. No se trataría tanto de ir a la co-oficialidad simbólica que pide Maragall, sino a la realidad para conocer el país en el que vivimos. "Sólo es español quien sabe (...) las cuatro lenguas de España", escribió un poeta vasco. Evitemos acabar siendo unos bárbaros en nuestro propio país, pues eso lleva a ser bárbaros en una Europa que se complica cada vez más. aortega@elpais.es

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