La sufrida clase de 'médicos basura'
El consejero de Sanidad, Vicente Rambla, tiene cartel de gestor prudente y eficiente. No abona grandes titulares de prensa, acaso porque cultiva un bajo perfil político, que es tanto como decir que carece de ambiciones públicas. De su paso por Economía y Hacienda apenas podría destacarse un rasgo definitorio, no obstante el agujero negro de su tesorería, imputable a la dispendiosa estrategia del zaplanismo, que no a la impericia de su contable. Ahora, en el área sanitaria del Consell, por la que ya transitó junto a quien fuera su titular Joaquín Farnós, lleva trazas de pasar sin dejar huella de emprendedor, lo que posiblemente es un pronóstico confortante. Igual le da un ramalazo de activismo y privatiza un par de hospitales que es el santo y seña del día.
La contrapartida de este proceder moderado y romo es que los problemas se contemplan con tanta frialdad y distancia que pueden llegar a congelarse o parecer ajenos, pues nunca se ve la hora de fajarse con ellos. Y tal ocurre, entre otros muchos, con el régimen laboral de los llamados médicos basura, que es un baldón para la profesión, para el censo sanitario en general y también para un amplio estamento social y político, afín al PP, que se jacta de estar propiciando un largo ciclo de prosperidad. Que el consejero no se destemple ante esta situación sólo nos puede sugerir que está desarmado de recursos y de sensibilidad.
Los médicos basura -como se intitulan con mortificante ironía-, son, y al lector quizá le conste, el censo innumerable de facultativos explotados que cubre en buena parte los servicios de urgencias mediante turnos de 16 o 24 horas, sin otra cotización que los días trabajados, siempre en precario y percibiendo retribuciones muy inferiores a la de sus colegas. Mas otra desventaja: que sobre ellos recae el fardo principal de la faena, que aun estando mal pagada les obliga a asumir los gastos de desplazamientos para visitar a los pacientes. Una situación, en suma, muy próxima al esclavismo, pero que, paradójicamente, no merma, sino todo lo contrario, la profesión de fe de estos sanitarios y sanitarias en la asistencia pública.
A lo peor, ésa es la clave de sus desdichas. Nadan contra corriente. No sería sorprendente que, de postular la privatización del sector público sanitario, ya tendrían atendidas sus reivindicaciones y estarían percibiendo los pluses de nocturnidad, productividad y las correspondientes pagas extraordinarias, como cualquier otro profesional. Pero ocurre que, mayoritariamente, creen que la sanidad es algo demasiado serio como para dejarla enteramente en manos de gestores particulares. Y mucho más, el servicio de urgencias y atención continuada, que a juicio de muchos de ellos está degradándose sin pausa.
La alternativa para estos facultativos está en la emigración, como en los años de la hambruna franquista. Emigrar a cualquier otro punto de España, donde cobrarían más, o a Portugal -lo que tiene visos de sarcasmo- u otro país de la UE. Seguro que en esos destinos, por el mismo rendimiento, superarían los 2.300 euros brutos, o los 13,2 la hora, a excepción de los enfermeros, que se quedan en seis, poco más o menos lo que se afana un gorrilla. Unos estipendios de todo punto disuasorios y chocantes, digámoslo así, con el currículum académico y la responsabilidad que se les exige a estos forzados de la medicina.
Pero por desgracia para ellos, y tal como se constata en otros ámbitos profesionales -y de modo muy notable en el periodismo-, la larga cola de facultativos parados impide que se afronte el problema. Siempre hay un cupo de aspirantes por cada baja que se produce. Es el ejército de reserva, tan caro -querido- por la otra parte contratante, sea o no la Administración. Además, el mismo alto sentido deontológico de los médicos basura les conmina a entregarse a su labor sin reservas, aliviando así las graves deficiencias del servicio. Un mérito que se convierte en bumerán para los damnificados. Algo que explica la indolencia de los gestores políticos, pero que también delata el abuso que se prolonga. La basura, sin duda, no está en los galenos, sino en quien no remedia su explotación y, en cambio, nos promete magnificencias hospitalarias. De todo lo cual el consejero Vicente Rambla está, obviamente, al cabo de la calle.
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