Un trofeo a precio de saldo
El indudable impacto de la captura de Sadam Husein procede tanto de la larga incertidumbre que sobre su paradero ha rodeado al personaje durante meses como de la humillación que representaba para la gran superpotencia mundial no lograr atraparlo. Pero ahí se acaban las repercusiones que dicha captura tiene para la situación en que se encuentra Irak desde marzo de este año. Pretender convencernos de que apresar al ex dictador iraquí justifica la invasión de Irak o que a partir de ahora "acaba una era oscura" para los iraquíes, como ha dicho el presidente George W. Bush, no es más que un ejercicio de propaganda para quienes buscan desesperadamente legitimar lo ilegitimable y ganar elecciones en su propio país.
Ver a un dictador humillado y desprovisto de todo poder es siempre una imagen gratificante, pero no podemos olvidar que el pretexto con el que se invadió y ocupó Irak fue que se consideraba a su régimen una amenaza para el mundo. Sin embargo, las armas de destrucción masiva no han aparecido, así como ninguna otra señal de que Irak pudiese amenazar a nadie tras 12 años de embargo draconiano. Es más, la manera en que ha sido capturado Husein, patéticamente solo y escondido en un agujero, muestra la piltrafa política a la que se estaba enfrentando el mejor Ejército del mundo. Lo que ahora han atrapado es a un Sadam Husein políticamente muerto, sólo rentable para tratar de cegar a las opiniones públicas con el argumento de que la barbarie norteamericana en Irak justifica el fin honorable de dar caza a un repugnante dictador. Pero cuando este dictador cometió las masacres y llevó el terror a la población iraquí fue en la década de los años ochenta, al amparo de sus protectores occidentales. Entonces, no sólo no se le capturó, sino que se le disculpó y apoyó. Ahora, el trofeo no es más que un saldo.
Es por ello que atrapar a Sadam Husein ni justifica ni legitima la guerra y ocupación de Irak. Estamos en el mismo punto que en el día anterior a su captura. Y es por ello que tampoco su apresamiento significa cambio alguno con respecto a la desastrosa, caótica y violenta situación en la que Estados Unidos y sus seguidores han sumergido a este país y a la región desde el 20 de marzo.
Por el contrario, una vez agotada la utilización política de su captura, las fuerzas ocupantes van a encontrarse sin un argumento que hasta ahora han tratado de difundir: la identificación de la resistencia iraquí con el dictador y su supuesta dirección de la misma. La resistencia iraquí va a continuar de la misma manera que hasta ahora porque el cartel de sadamista que le habían colgado no respondía a la observación de la realidad, sino a la propaganda. La raíz de la cada vez más intensa resistencia iraquí es la ocupación extranjera y responde a una reacción nacionalista múltiple y diversa ante la apropiación de su territorio y de sus fuentes de riqueza, como ha ocurrido en todos los procesos de ocupación a lo largo de la historia. El problema está en que, aun si se resolviese la situación en Irak de la debida forma, reconvertir un movimiento de resistencia en un movimiento democrático requiere un largo proceso político. Es decir, se están creando absolutamente todas las condiciones para que la tan cacareada democracia que los norteamericanos dicen querer llevar al Medio Oriente no sea más que una falacia que ellos mismos están día a día construyendo.
Es por todo esto que las muestras de alegría por la caída del dictador no se han traducido en una enorme ola de entusiasmo en el mundo árabe y en el propio Irak. Aquí la simbología juega un importante papel. A muchos no les ha gustado ver que sean los ocupantes de Irak y los que apoyan la ocupación israelí de Palestina los que han detenido al dictador; otros se han sentido colectivamente maltratados ante las imágenes degradantes mostradas despiojando y obteniendo saliva de Husein, lo cual no era necesario mostrar porque lo que nos hace diferentes de los Sadam Husein es el principio del respeto a la dignidad del ser humano, y otros son muy conscientes de que la era oscura que ha acabado con Husein ha sido sustituida por otra era también oscura, que es la de la ocupación norteamericana. Sólo que una pertenece al pasado y la otra es la que tienen en su presente y su futuro.
El carácter pedagógico y el fuerte mensaje político que significa capturar a un dictador, en este caso tampoco tiene la incidencia que debería tener porque las poblaciones del mundo árabe saben que ello no significa una dinámica nueva que ponga fin a las otras dictaduras que cada cual padece, sino que, para su desgracia, las dictaduras proamericanas -la mayoría ya en la región- gozan del beneplácito de la superpotencia.
Lo que va a ser de gran importancia va a ser el juicio a Sadam Husein. Desgraciadamente, el dictador no ha tenido la grandeza final de suicidarse y esto va a acabar siendo engorroso para muchas potencias occidentales, y desde luego para Washington. El perfil de Sadam Husein, muy lejos de asemejarse a Saladino, es el de un superviviente y sabe que puede contar cosas que muchos no quieren que el mundo sepa. Con ello cuenta para negociar su vida. Pero la credibilidad de una potencia democrática es garantizar un juicio justo y transparente, y tal como van las cosas con Guantánamo, hacer algo parecido con Husein situaría a Washington ante un gran reto. La idea de que debe ser juzgado en Irak y por los iraquíes suena en teoría bien y justo, pero en la práctica plantea más sombras que luces. El Gobierno provisional iraquí, y por tanto el supuesto tribunal que están preparando para juzgar los crímenes durante el régimen de Husein, no tienen legitimidad porque proceden de un proceso de designación directa de la fuerza ocupante, y, por ello, pierden día a día credibilidad entre los iraquíes.
Por esta misma falta de independencia y soberanía, su imparcialidad sería más que dudosa porque el juicio se organizaría, como todo hasta ahora, de acuerdo con los diktats de Washington. Pero, además, dada la anarquía existente, probablemente ni siquiera tendrían la capacidad material y jurídica de llevar a cabo dicho juicio. Llevarlo a la Corte Penal Internacional de La Haya sería mucho más coherente y apropiado o, si no, como han señalado algunas voces, organizar en Irak un juicio amparado por la ONU con juristas iraquíes e internacionales. En este caso, se lograría reconfortar el sentimiento iraquí de que es juzgado en su propio país a la vez que mejoraría la maltrecha imagen de la organización internacional en el mundo árabe y se garantizaría el juicio que todos deseamos ver. ¿Pero es éste el juicio que quiere ver Washington? Quizás se acaben arrepintiendo de haber atrapado al viejo tirano.
Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.
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