"Soy actor como una forma de activismo"
Cuando habla le saltan chispas y cuando actúa, muchas veces también. Debe ser porque Imanol Arias (Riaño, León, 1956) iba para electricista y se le debió quedar pegada la corriente de los circuitos -o de los cortocircuitos que montaba en la escuela de armería y que eran un desastre, dice, "porque soy muy poco habilidoso con las manos"-. Pero también porque desde que le dio por hacer de chico de Charlot, "el que tiraba la piedra para despistar", muy de niño, a este actor que hoy encarna el franquismo sociológico con bigote, sopa en platos de duralex y pelo cortado a navaja en la serie Cuéntame, concibe su profesión como un artefacto: "Soy actor como una forma de activismo", declara el intérprete, que mañana estará en la presentación de su biografía, extensa y completa, que le pinta como un tipo muy apegado a las cosas con raíz, escrita por Rosa Alvares y titulada Imanol Arias, con los pies en la tierra (Bellacqua).
"Me gusta actuar porque es un mecanismo de engaño que consiste en transformarse"
"En los ochenta nos fue muy fácil a algunos, porque se buscaban caras nuevas"
Se presenta con corbata y chaqueta granate de las de ponerse cómodo para cenar en un descanso del rodaje y pide su bocadillito de tortilla francesa y la caña a media mañana. Despacha con unos y con otros, con el montador, los de producción, las de sastrería, con los muebles y las plantas, incluso. Tiene ansia de hablar, apego y vicio por el saludo. "Es necesidad de sentirse querido", interpreta Rosa Alvares. "Es que soy un charlatán", admite él, con más modestia.
El caso es que mañana, en la presentación del libro (Fundación Winterthur, en Madrid, 20.30), este actor extravertido, que da la mano con determinación, imita todo lo que le rodea y se ríe de su sombra, "porque eso sí, cara dura, me sobra", se sonrojará seguro cuando hablen de él los que le presentan: la autora, Gerardo Vera, Jaime Chávarri y Mercedes Milá. Eso le da reparo. "Es curioso lo que se escribe de uno. El libro es resultado de muchas conversaciones y Rosa ha interpretado mi vida. Yo lo suscribo todo al cien por cien, pero hay cosas que ella ve con más claridad que yo. Cosas que yo no sabía de mí mismo y que ella ha sacado como conclusión y está bien, eh".
Al despacho del productor, con la mesa vacía -"y él por ahí sin meterse en nada, el productor perfecto"-, Arias ha llevado un cuadro de Riaño, su pueblo perdido de León, lugar mítico donde nacieron él y su madre, Pitxi, columna bien plantada de su vida, como su mujer, Pastora Vega, su padre, Manuel María, "que tiene mucho que ver con Alcántara", y sus dos hijos, Jon y Daniel.
De Riaño era también la abuela Flora, que le implantó el gusto por la fantasía. "Tenía seis hijas morenazas todas muy guapas a las que se arrimaba todo el pueblo, menos una rubia, con ojos verdes, a la que llamaban la fea y que es mi madre", cuenta Imanol. Pitxi se largó con su novio, "al destierro de la tripa hinchada", que cuentan en el libro. Así nació el pequeño Arias, que fue dando tumbos de pueblo en pueblo hasta que acabaron en Eibar, con su padre haciendo cualquier oficio que le diera beneficio en esa España negra donde a las familias con antecedentes de rojería -"mi abuelo estuvo preso en El Dueso"- se les imponía sobrevivir.
"Yo he conocido bien la posguerra, las habitaciones con derecho al jolgorio lingüístico de la cocina, en las que vivíamos varias familias y junto a los fogones se hablaban todos los acentos. Uno habla como come, y yo pedía lacón con acento gallego o pescaíto con deje andaluz". Así también empezó a estudiar para actor, fijándose en la gente. Con la curiosidad que en su casa le ha valido el mote de Discovery Channel.
Luego fueron a parar a un piso como el de los Alcántara, "pero con una habitación menos". Y donde no se hablaba de política. "Mi padre era igual que mi personaje. En mi casa nunca hubo una actitud de derechas, ni una palabra de más ni una bofetada de menos, y cuando yo criticaba al régimen mi padre me daba la razón pero me decía que anduviera con cuidado porque no quería que volviera a pasarnos lo que le ocurrió al abuelo".
Se fue concienciando ante lo que le rodeaba. Era más un Toni de la época, su hijo en la ficción. "También nos reuníamos en la sacristía de Ermua, con gente de ese sindicato que ahora han vuelto a bautizar en el Telediario de Urdaci, 'ce ce o o', lo que antes era Comisiones Obreras. ¡Qué fuerte! ¿no?". Se arrepiente todavía de no haber hecho más. "La política es algo que llevo clavado como una espina, por eso cuando me piden comprometerme con algo digo sí rápido, y más ahora, con lo que estamos pasando, con todos estos tontos contemporáneos que nos gobiernan. Yo les tengo mucho miedo, me acuerdo que desde la izquierda comentábamos lo simples que eran Reagan y la Thatcher y, mira, cambiaron el mundo, le dieron la vuelta otra vez, así que, con los de ahora, con los Bush y los Aznar, cuidado".
Como actor triunfó y dice que fue porque llegó en el momento de una regeneración. "En los principios de los ochenta nos fue muy fácil a algunos, porque se buscaban caras nuevas, y luego con la ley Miró se hacían muchas películas. Hemos tenido mucha suerte, también somos una generación sin leyendas", asegura. No está mal el balance: 43 películas en las que no faltan los grandes directores, Gutiérrez Aragón, Aranda, Almodóvar; series de televisión de éxito desde 1979, como Anillos de oro, Brigada Central o Cuéntame, además de teatro con Tamayo, Gómez, Narros, Pasqual... "Yo empecé sujetando lanzas y en el 78 ya hacía algún protagonista con Marsillach en el Centro Dramático Nacional, no está mal", asegura.
La profesión le da también su trinchera hasta cierto punto. "El activismo es una necesidad en esto, pero sobre todo que la gente se quede con la historia que les contamos. También me gusta actuar porque es un mecanismo de engaño que consiste en transformarse y exhibirse". ¿Y una provocación? "La provocación es una cualidad que admiro, la profesión debe llevarlo, pero a mí me gustaría serlo en las conversaciones, en las tertulias, como mi amigo Juan Echanove, él sí lo es con arte, un buen cocinero, un tipo perfeccionista, pero ante todo un provocador", suelta con cierta envidia. Sanísima, claro.
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