La carretera
Nos vamos a enterar. A partir de enero entra en vigor la mayor parte de las medidas dispuestas por el Gobierno en su Plan Especial de Seguridad Vial. Son medidas formativas, sancionadoras y de acondicionamiento, con las que pretenden reducir la siniestralidad en las carreteras españolas, que alcanza niveles de auténtico escándalo. Eso de poder asegurar, sin miedo a equivocarse, que pasado mañana, lunes, la Dirección General de Tráfico presentará un balance de víctimas mortales que no bajará de las cuarenta personas es realmente terrible. Y lo es, sobre todo, porque tenemos muy reciente el puente de la Inmaculada, en que esa cifra fatídica se elevó hasta los setenta y seis muertos.
La frialdad con que digerimos socialmente esos balances como si fueran un impuesto revolucionario que no hay más remedio que aceptar resulta más que preocupante. Durante varios días, el periodista Iñaki Gabilondo, en su espacio radiofónico de la SER, se impuso la disciplina de no permanecer insensible a esos tremendos partes de guerra que nos desayunamos cada lunes como si tal cosa. Lo hizo, como él siempre acostumbra en la radio, dando entrada a las opiniones más diversas. Hubo quien habló del estado de las carreteras y de la pasividad gubernamental ante los puntos negros de la red donde se producen reiteradamente accidentes de tráfico. La inoperancia de la Administración en este aspecto es evidente: hay cruces y curvas que se han cobrado tantas víctimas que no dejan lugar a duda sobre la peligrosidad de su trazado y pasan años y años antes de que se planteen siquiera acciones correctoras.
Que el estado de las carreteras guarda relación con la siniestralidad es un hecho incuestionable. Baste recordar que el setenta por ciento de los accidentes que se produjeron durante el pasado puente tuvieron lugar en vías de un solo carril por sentido. Hubo quien puso el énfasis en las deficiencias de señalización, y es verdad que las hay, aunque rara vez llegan a ser la causa determinante de un siniestro.
También se les puede echar la culpa a los agentes atmosféricos, que, en ocasiones, parecen empeñados en mermar las condiciones de adherencia y visibilidad en las fechas más complicadas y, hasta si me apuran, a los fabricantes de automóviles por no utilizar la seguridad como primer argumento comercial. Son factores que pueden influir negativamente, pero que nunca debieran encubrir a los máximos responsables de esos listados estremecedores de muertos y heridos, y que somos los propios conductores. Los datos del último puente vuelven a ser categóricos, los descuidos y el exceso de velocidad están en las causas reconocidas y comprobadas de la inmensa mayoría de los accidentes mortales que se produjeron. No son los demás, como siempre pensamos, todos debemos hacer un examen de conciencia y entonar el imprescindible mea culpa que permita cambiar hábitos de riesgo en la carretera. Corremos demasiado y no siempre en condiciones de coger siquiera el volante. El conducir bebido es algo tan frecuente en nuestro país que ni siquiera parece un delito cuando son muchos los accidentes con víctimas causados por la euforia o la merma en los reflejos que provoca el alcohol.
Miren una vez más el último balance, casi el 55% de los muertos en accidente tenían menos de 30 años. Chavales que conducen vehículos con muchos caballos, muchas válvulas y poca carrocería para aguantar un trastazo. Esto es lo que sucede y lo que tenemos que cambiar si no queremos que el repunte en la siniestralidad, que el propio director general de Tráfico ha calificado de "muy alarmante", colme los tanatorios de víctimas de la carretera. De momento, y con mayor o menor o fortuna, hay un intento de ponernos las pilas por la vía de la formación al incluir una asignatura de seguridad en el bachillerato y por la de los cursos de reciclaje para reeducar a quienes cometan faltas. Nada, en cualquier caso, comparable con el endurecimiento de las sanciones. Tres infracciones graves en los dos años siguientes a la obtención del carné de conducir supondrán la revocación del mismo sin que puedan obtener uno nuevo en el plazo de un año. La temeridad manifiesta, ya sea por velocidad o por conducir bebido, será castigada con penas de seis meses a dos años de cárcel. Esto no es ninguna broma. Ya que las cifras de muertos en carretera no nos despiertan, que al menos lo haga el miedo a acabar entre rejas. Igual hasta nos salva la vida.
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