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Encuentro en Ginebra

David Grossman

El 1 de diciembre, por la mañana temprano, una delegación israelí formada por unas ciento cincuenta personas se encontraba en el aeropuerto de Ben-Gurión para viajar a Ginebra con ocasión de la ceremonia de puesta en marcha el "documento de Ginebra". En la delegación había políticos, actores, hombres de negocios y escritores. A veces, algunos israelíes que estaban en ese momento en el aeropuerto nos insultaban: "¡Traidores! No tenéis ninguna autoridad para firmar un acuerdo con los palestinos. Vosotros no representáis al Gobierno". Por otra parte, entonces, se oían muestras de apoyo y solidaridad. Algunos israelíes se acercaban a nosotros, nos daban la mano y nos decían: "¡Ojalá os salga todo bien. Por lo menos, intentad cambiar algo las cosas; no podemos seguir así".

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No nos fue fácil marchar a Europa. Todos los que firmamos ese documento creemos que lo mejor hubiera sido que se firmase aquí, en la misma zona del conflicto. Deseábamos que esa propuesta, destinada a curar, a sanar las heridas, se presentase precisamente en el mismo lugar donde están los enfermos y se causan las heridas. Queríamos un encuentro al que asistiese el mayor número posible de israelíes y palestinos, de la gente que sufre en su misma carne las consecuencias de la ocupación, del terrorismo y de la violencia. Soñábamos con un encuentro multitudinario, no oficial, entre israelíes y palestinos que, por ejemplo, hubiera tenido lugar en el valle entre Bet-Yala y el barrio de Gilo en Jerusalén, en la zona que a principios de la Intifada se convirtió en un auténtico campo de batalla. Desgraciadamente, no había ni hay ninguna posibilidad de hacer un encuentro así en la zona y por un motivo que simboliza el callejón sin salida en el que estamos: no hay forma de que representantes palestinos hablen con israelíes sin ser detenidos en los numerosos controles del Ejército destinados a impedir la entrada de terroristas en territorio israelí.

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No nos fue fácil marchar. En el documento de Ginebra tanto israelíes como palestinos hacen concesiones muy dolorosas para ambos. No hay ninguno entre nosotros al que no le duelan esas concesiones. Ojalá hubiera una realidad donde no fueran necesarias esas concesiones para solucionar esta situación tan complicada. Aunque, de hecho, esa realidad existe: es una realidad en la que cada parte se sienta y juega al juego de "me parece" y pensando sólo en sus aspiraciones e ilusiones sin pararse a pensar en la voluntad de la otra parte. Pero las personas que han hecho posible este documento, tanto israelíes como palestinos, no han jugado a ese juego tan facilón y populista. Y es que toda persona cabal y sensata comprende que sólo puede haber un acuerdo de paz estable si éste tiene en cuenta los límites que cada una de las partes no pueden traspasar, las concesiones que por lógica no pueden hacer.

No nos fue fácil marchar. El primer momento de alegría se produjo cuando nos encontramos con la delegación palestina, que llegó a Ginebra en un avión desde Jordania. Es la alegría que sienten personas que llevan trabajando juntas años, incluso decenas de años, pagando por ello un precio muy alto. Para convencer a sus respectivos pueblos de que existe una alternativa a la violencia, esas personas se han reunido miles de veces, han discutido, se han enfadado, se han reconciliado, hasta conseguir elaborar un documento como el actual, que es realmente el documento más detallado y completo de todos los que han salido de las conversaciones entre israelíes y palestinos. Este documento es diferente de todos los anteriores, pues trata además de proponer una solución razonable a todos los problemas difíciles que hasta ahora han impedido que ambos pueblos llegasen a un acuerdo o incluso dialogasen entre sí.

La ceremonia, como suele ocurrir en todas las ceremonias, fue demasiado larga, pero aun así hubo momentos emocionantes. Por ejemplo, cuando el general palestino Zuheir al-Manasra y el antiguo general israelí Amnon Lifkin Shajak hablaron uno tras otro de la necesidad de superar los resentimientos del pasado, y se recordó que Lifkin Shajak, cuando era jefe superior de las Fuerzas Armadas, firmó una orden de arresto que le impedía a Al-Manasra volver a su casa en los territorios ocupados; otro momento conmovedor fue cuando Yaser Abd Rabu, al final de un enfervorecido discurso, cogió de la mano al israelí Yosi Beilin y ambos alzaron sus manos unidas, y el auditorio, emocionado y deseoso de gestos de acercamiento y reconciliación, se levantó y aplaudió por un largo rato. Emocionante fue también ver a un grupo de rock israelí tocando con un grupo palestino, recordándonos que se puede vivir de otra forma, de una forma que hoy en día casi no tiene cabida en nuestra realidad.

El acuerdo de Ginebra no es oficial. Las personas que lo han firmado no representan a sus gobiernos ni pueden comprometerlos a nada. Pero no se puede negar la enorme influencia que ya está teniendo en Israel y en la Autoridad Palestina. Incluso aquellos que critican la manera en que se ha firmado o se oponen a algunos de sus puntos se ven obligados a reconocer su influencia y que tal vez este documento esté llenando el hueco dejado por la falta de liderazgo en ambos lados, además de saciar la sed de solución que siente la mayoría de los israelíes y palestinos, hartos de los mutuos derramamientos de sangre.

Los extremistas de ambos lados están que arden. 250 rabinos de Israel han sacado un decreto por el que proclaman "traidores" a los firmantes del acuerdo. Un decreto como ése fue el que hubo hace ocho años en contra de Isaac Rabin, llamándolo traidor en la época en que firmó el acuerdo con los palestinos. Por la otra parte, los islamistas han decretado una fatwah en contra de los palestinos que han firmado el documento de Ginebra. Más que nunca queda claro que la lucha ahora no es sólo entre israelíes y palestinos, sino entre los moderados y los radicales de ambos lados.

Y hubo, en fin, un momento que recordaré especialmente. Mientras conversaba con Yael Dayán, antigua diputada de izquierdas de gran coraje, hija de Moshé Dayán, tal vez el militar más famoso de Israel , se acercó a nosotros un joven vestido con un elegante traje, le tendió la mano a Yael y suavemente le dijo: "Me llamo Abed al-kader al-Husseini, hijo de Faisal, y me alegro de encontrarla aquí". Su padre, Faisal Husseini, ya fallecido, fue uno de los dirigentes palestinos que mantuvo numerosas conversaciones con israelíes en los años 80 y 90. Su abuelo era Abed al-kader al-Husseini, un luchador que adquirió gran fama entre los palestinos y que entre los israelíes simbolizaba la crueldad y la sangrienta lucha que hubo entre ambos pueblos cuando se establecieron las fronteras de unos y otros en la guerra de 1948.

Ya hemos vuelto de Ginebra. En el avión israelí hubo bastantes discusiones. Había quienes estaban enfadados porque los discursos de los palestinos habían presentado el conflicto como si sólo fuera fruto de la violencia de Israel, ignorando por completo la parte de responsabilidad de los palestinos y los países árabes en la actividad terrorista contra Israel y en la creación de un sentimiento de hostilidad contra los israelíes. Y hubo también quienes prefirieron ver el gran logro que se había conseguido, pues, pese a los peligros y las amenazas a los que estaban expuestos los representantes palestinos, se habían mantenido fieles a su compromiso de hacer las concesiones que se recogen en el documento de Ginebra.

En mi opinión, fue un día importante, un paso más en el agotador camino hacia la paz, una muestra más de que los israelíes y los palestinos que fuimos a Ginebra mantenemos el compromiso de no dejar ni una sola piedra por remover para intentar mejorar un poco la realidad en la que vivimos.

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