Sí hay alternativa
Duelo y debate político van a sucederse hoy en una secuencia cuya inmediatez hubiera debido evitarse. En la solidaridad con los familiares de los siete agentes españoles abatidos cerca de Bagdad, y con las Fuerzas Armadas en general, que llevan a cabo con evidente riesgo personal la misión que les ha encomendado el Gobierno, hay unanimidad en la ciudadanía. No así en las decisiones políticas que han llevado a Aznar a involucrar a nuestro país en la guerra de Irak. Es más, ninguna intervención española en operaciones militares internacionales ha contado con un rechazo tan mayoritario. El presidente del Gobierno ha querido acudir al Congreso de los Diputados hoy mismo, poco después de los funerales, para dar cuenta de lo ocurrido, con un formato de sesión informativa ventajoso y en un ambiente que no favorece un debate desapasionado.
Aznar debe explicar de forma convincente por qué están las tropas españolas en Irak, comprometidas en una auténtica guerra de guerrillas, que alimenta a movimientos terroristas, pero que no se limita a actos de terrorismo. Debe decir qué hacen allí los soldados españoles, más allá de la tergiversación a la que nos ha sometido desde que se hiciera la foto de las Azores junto a Bush y Blair. La declaración institucional que dio a conocer el pasado domingo no permite ser optimistas. Como si nada hubiera ocurrido desde que se descandenó la guerra sin cobertura legal de Naciones Unidas, Aznar sigue empecinado en argumentos usados o desmentidos por la realidad. La apelación a la lucha contra el terrorismo internacional como un argumento que ampara toda la política seguida en Irak resulta pueril por increíble.
Es evidente que a efectos indemnizatorios los siete militares deben ser considerados víctimas del terrorismo. Pero sin confundir a los ciudadanos sobre la tarea de las tropas españolas en Irak. Es difícil convencer a nadie de que nuestros soldados están en Irak "para liberar al pueblo iraquí de una tiranía atroz" -pues la tiranía ya no existe y lo que parece preocupar a los iraquíes ahora es que se vayan los ocupantes-, "y para combatir una red de terrorismo internacional que amenaza nuestras vidas y nuestras libertades". Al Qaeda se ha infiltrado en Irak tras la caída de Sadam Husein y a lo que se ve la mejor forma de que prolifere es combatirlo tal como se ha venido haciendo hasta ahora.
Al contrario de lo que afirmó Aznar, sí hay una alternativa a su actual política en Irak. Sí hay una forma mejor de combatir el terrorismo internacional y de emplear los recursos en la pacificación de Irak. Tiene razón, en cambio, en que no podemos abandonar a los iraquíes a su suerte tras liberarlos de tal forma. No tiene sentido una retirada inmediata de nuestros soldados, pero la alternativa a la política equivocada del Gobierno respecto a Irak existe y no se refiere sólo al qué, sino también al cómo. En primer lugar, hace falta restablecer la autoridad del Consejo de Seguridad de la ONU, a la que tan poco contribuyó España desde que se sentó en él en enero pasado. La ONU puede no disponer de la capacidad administrativa para gestionar un país de 25 millones de habitantes como Irak, pero el proceso político, y en último extremo la supervisión de las fuerzas militares internacionales allí presentes, debe quedar bajo el Consejo de Seguridad.
También hay una forma distinta de compartir los compromisos y los esfuerzos con los países de la zona. La iniciativa de Kofi Annan de reunir ayer en Nueva York a los 15 miembros del Consejo de Seguridad más los países vecinos de Irak va en la buena dirección. La propia pacificación será más fácil si hay un compromiso, incluso militar, de países musulmanes que permita la estabilización del país, la progresiva sustitución de los actuales ocupantes y la creación de una policía y unas Fuerzas Armadas propias.
La salida, que no huida, del avispero en el que nos metió la actuación unilateral sólo puede ser multilateral. Con la autoridad del Consejo de Seguridad y la devolución lo más rápidamente posible de su soberanía a los iraquíes deben marcarse los límites y el calendario de la presencia militar española, a la que habrá de seguir un verdadero esfuerzo de reconstrucción. España debería proponer a sus aliados un plan razonable forjado desde la recuperación del consenso político entre Gobierno y oposición. Ni el PP puede empecinarse en sus errores y en su proyección en forma de monomanía antisocialista, ni el PSOE y quienes se han opuesto a la guerra deben olvidar que Irak necesita urgentemente un camino hacia la paz y la reconstrucción. Éste es el mejor homenaje que podrían rendirle hoy las fuerzas políticas y el Parlamento a los agentes fallecidos y a los soldados españoles que, a riesgo de sus vidas, cumplen allí con su deber.
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