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Tribuna:LA REFORMA DEL ESTATUTO DE ANDALUCÍA | 25º ANIVERSARIO DE LA CONSTITUCIÓN
Tribuna
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Con voz propia

Se acerca el 4 de diciembre, una fecha emblemática para los andaluces. Si en 1977 esa jornada supuso el respaldo de la sociedad andaluza a la autonomía en clara confrontación con aquellos que nunca creyeron en la capacidad de los andaluces para regir su propio destino, hoy más que nunca se hace patente la necesidad de un nuevo impulso para Andalucía, que nos lleve hasta los principales centros de decisión en Madrid y en Europa.

Andalucía exige mayores dosis de autogobierno en esta espiral de agravios desencadenada por el neocentralismo puesto en práctica por el Gobierno del Partido Popular y por los nacionalismos catalán y vasco, donde corremos el riesgo, una vez más, de quedarnos descolgados frente a las comunidades reconocidas históricamente y, por tanto, con un mayor peso político.

Entre el desequilibrio al que nos conducen inexorablemente centralistas y asimétricos, Andalucía requiere de un nuevo movimiento social que le devuelva su posición en el Estado y en el marco europeo. El proceso constituyente europeo se perfila como el momento idóneo para que la comunidad andaluza determine cuál será su papel en el nuevo orden global que se impone.

Por otro lado, que la Constitución española acabará modificándose en la próxima legislatura es más que seguro. La Corona, la derecha, la izquierda, el País Vasco, Cataluña y Galicia, incluso, los mismos ponentes de nuestra Carta Magna... Todos coinciden en la necesidad de introducir reformas en el instrumento más representativo y de mayor consenso de nuestra democracia.

Una modificación que permitirá la reforma paralela de los Estatutos sin caer en los consabidos ataques al marco constitucional en los que últimamente se integra todo intento de las autonomías por conquistar un mayor autogobierno. La participación en las instituciones europeas, la reforma del Senado para dar una verdadera participación a las distintas comunidades autónomas, la reestructuración del territorio con criterios de eficacia y eficiencia, no atendiendo a un calco de los modelos centralistas, son algunas de las cuestiones que van a marcar la democracia del siglo XXI.

Los andaluces están llamados a participar en aquellos foros donde se deciden los temas importantes para el desarrollo económico, social y político de Andalucía y ello no será posible hasta que no se arbitren mecanismos de codeterminación y codecisión en la política española y europea, que afiancen la legitimidad de los pueblos para defender sus intereses sin estar continuamente a un paso de caer en la inconstitucionalidad. La descentralización no es tan mala compañera de viaje como algunos nos quieren hacer creer. Y como ejemplo, valga el caso de Alemania.

En la era en la que tanto se habla de transparencia, multiculturalidad, participación y proximidad al ciudadano, no es posible avanzar en este sentido sin dotar de un mayor autogobierno a aquellos que más cerca están de la ciudadanía. El problema es cuando el miedo a perder el poder lleva a los Gobiernos a adoptar fórmulas para mantener la dependencia, aún a sabiendas de que ello ralentiza el propio crecimiento. En eso precisamente no consiste el ejercicio de una política responsable.

La reforma del Estatuto de Autonomía andaluz, más pronto que tarde, se abordará. Debería ser el resultado de un ejercicio de debate sereno, reflexivo y consensuado y no fruto de la dinámica frenética que impone todo proceso electoral. Andalucía se juega su futuro en los próximos años, pero ello requiere de un poder político y económico propio, de la presencia de un grupo de presión andaluz en Madrid y en Bruselas cuyo único interés sea Andalucía.

Un proyecto que no reste sino sume, que equilibre la balanza entre el sur y el norte. El objetivo: la convergencia andaluza real con los países más desarrollados de la Unión Europea.

Andalucía tiene que volver a tener voz propia, talante para estar en clave andaluza allí donde se decide su futuro y plantar cara a aquellos que han terminado por convertirla en una mera moneda de cambio. En la diversidad y el respeto está la capacidad de cada uno para crecer. Es posible coexistir pacíficamente manteniendo las lealtades y compromisos sin que ello suponga una fractura constante, aunque muchos se empeñen en demostrar lo contrario.

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