Limpieza "en seco"
Comienza el fin de semana: Madrid ha sido tomada por la policía. Decenas -quizás centenares- de agentes uniformados, armados y guarnecidos con perros, adiestrados en rastreo y detención -esperemos que también en no deyección-, se han apoderado de las calles.
Coyunturalmente, buscan vasos y botellas llenas de bebidas alcohólicas -también las de baja graduación- para identificar y multar a sus portadores.
Varios pretextos fueron argüidos para justificar la ley antibotellón. Uno: la protección de los menores de edad. No procede, hace demasiado que mis amigos y yo dejamos de serlo. Dos: la protección de los derechos de los vecinos. No procede, puesto que afortunadamente aún quedan lugares en Madrid donde es posible mantener una conversación a cualquier hora sin molestar a nadie. Tres: la limpieza de la vía pública. No procede, ya que me considero una de esas excepciones que ni siquiera ensucia la calle cuando come pipas.
A pesar de las improcedencias, en este caso sí se aplicará toda la dureza e inflexibilidad de la ley. La autoridad -humana y canina- se aproxima a estos amigos que conversan plácidamente, sentados en un banco, a la luz de unas cervezas.
El fundamentalismo que profesan los agentes impide cualquier razonamiento. La aplicación de la ley será rigurosa. Uno: registro de los datos personales. Dos: vaciado de las cervezas en la acera. Tres: multa administrativa. Estupefacción: sé que en otros casos no se ensucia la calle con el líquido, sino que se requisa -sin recibo-, supongo que para su consumo autorizado. Así, una vez más, la incoherencia gana su partida estatal. La incapacidad de juicio de los agentes, aunque execrable, no me sorprende: son un cuerpo jerarquizado, obedecen órdenes.
Me aterroriza, sin embargo, el poder del Gobierno. Escudado tras sus infranqueables leyes, no cesa de imponer límites cada vez más restrictivos. Y se contradice, puesto que ensucia las calles que pretende preservar y atemoriza a los vecinos que debiera defender. Como aquella chica a la que vi huir con un vaso en la mano -despavorida y perseguida- de vuelta a casa.
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