Letras seductoras en la plaza de Santa Ana
La VII Feria Internacional del Libro Antiguo congrega en un hotel de la capital a los mejores profesionales de nueve países
Hasta 39 libreros anticuarios de nueve nacionalidades esperan desde ayer a los enamorados de los libros para guiar sus pasos por las encrucijadas de un saber que, tan hondamente, aquéllos conocen. La cita es en el hotel Victoria de Madrid, en la plaza de Santa Ana, en horario continuo desde las 11.00 hasta las 21.00, excepto el próximo sábado, día de la clausura (hasta las 19.00).
La espera de los bibliófilos la mantienen muchos de los mejores libreros anticuarios del país -y un puñado de los mejores del extranjero- en una atmósfera de paciente laboriosidad: es la misma que se expande por el interior silencioso de sus librerías y que los organizadores del evento han sabido trasladar al hotel madrileño donde ayer fue inaugurada la VII Feria Internacional del Libro Antiguo, con premios a los encuadernadores Gil-Delgado, Reed, Fernández-Argenta y Bravo de la Cruz.
Para visitar la muestra es condición adquirir el catálogo a un precio (seis euros) que los organizadores consideran módico en contraste con la excelencia de los libros y manuscritos allí expuestos: destaca uno surgido de la tímida, aunque geométrica, letra de Jorge Luis Borges, con tachaduras diagonales en busca de un tercer -y mejor- adjetivo, al bonito precio de medio millón de dólares, que para eso es un librero de Boston quien ofrece la joya. Un anticuario argentino enseña la primera edición de Fervor de Buenos Aires, publicada en 1923, también del polígrafo porteño, mientras destellan sobre los anaqueles de un librero francés exóticas láminas egipcias y textos de viajes, a cuya mejor orientación bien pudiera servir un mapa ptolemaico de la península Ibérica coloreado en 1522, que ofrece un anticuario alemán. En los pabellones de libreros de Cataluña, León, San Sebastián y Madrid, gemas bruñidas por heráldica, atavíos, paraísos y máquinas refulgen desde sus lomos de piel tierna y parecen brindar al visitante su amistad cálida, seducción difícil de eludir.
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