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VISTO / OÍDO
Columna
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De jueces y partidos

Lo que aprendí de niño, niño me hace aún, dentro de esta hielecilla frágil, este trotecillo vacilante y esta voz quebrada. Me quedaron ciertas ideas en la cabeza, con maestros de ética, y aún sigo creyendo que la ética es aquélla y los que la faltan son éstos. Es bueno para poder seguir teniendo un punto de apoyo real en un mundo colonizado. Sigue asombrándome que en decisiones de jueces, de las de 3 contra 2, los 3 sean de un partido y los 2 de otro. Mis compañeros, como son periodistas, están más hechos a la realidad aunque tengan en sí la ética: es el trabajo auténtico del que yo me escabullo a veces. Me asombra que los fiscales a los que consideraba como acusadores sean ahora los que exigen indultos o piden procesamientos o niegan procesos según la carga política del caso; y que lo hacen dentro del mismo cuerpo de leyes que serviría para lo contrario. Pero hay algo más allá: abarca toda la sociedad.

Hay médicos que toman posiciones con respecto a actos trascendentales según su partido, y no ya en los temas que debaten comisiones o congresos, sino ante la persona que les pide su ayuda. Incluso contra lo que la ley autoriza. Y hay funcionarios que resuelven casos según sea quien pida la resolución; de quienes les han nombrado a ellos y de los que no han nombrado al compareciente. Pasa también con nacionalidades. Me decían ayer que hace raro que se nombre director del Teatro Español del Ayuntamiento de Madrid a un catalán (Mario Gas) cuando se sabe que en Barcelona nunca nombrarían a un madrileño. Es probable que sea así. Sin embargo, ese teatro era el de Margarita Xirgu, gran catalana, y las compañías madrileñas (de habla castellana, digamos) iban a Barcelona; la guerra de Franco convirtió todo eso en obligatorio, y la posguerra de Juan Carlos de Borbón (por unificar en un solo nombre, aunque no sea responsable) hizo de hierro las diferencias. La España de las autonomías se provincializó. Perdió su condición de melting pot (digo, colonizado), de crisol, y las diferencias entre partidos, entre nacionalidades, entre sexos, entre clases de edad, entre "legales" e "ilegales", entre equipos de fútbol o de baloncesto, se ha vuelto áspera: no de los discriminados frente al poder que discrimina, sino de unos contra otros. Es otra forma de ganar a los que se preocupaban de igualdades, solidaridades y libertades. Otra pérdida.

(Colonizados: no me refiero a las guerras en que estamos y estaremos, me refiero a la penetración de unas ideologías a través del cine y la televisión, de los viajes de estudios y de las multinacionales. Crear una sociedad con ánimo exclusivo de lucro, centrar la ideología de las empresas en reducir continuamente gastos, entre ellos los que dan y mantiene empleo, y abaratar el producto que se da al consumidor fue una filosofía de Estados Unidos que la llevó al caos de 1929, de la que la salvaron Roosevelt y una guerra sobre Europa, y a la que ha vuelto de una manera galopante. Armas contra el caos, dijo Bush en Londres; el caos son los pobres del mundo, y en cada país, los suyos).

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