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Reportaje:

La Casa de Velázquez saborea su edad de oro

El emblema de la amistad cultural franco-española en Madrid cumple 75 años a pleno rendimiento

Hay en los altos de La Moncloa un paraje desde el cual los atardeceres se anaranjan y el perfume de los más bellos cipreses de Madrid, allí enhiestos, se aroman de una dulzura única. Es un promontorio coronado por un grave edificio en caliza y ladrillo, que forma parte íntegra del paisaje de la Ciudad Universitaria. Dentro alberga una suerte de ínsula del arte, la investigación y el pensamiento transpirenaicos, cuyo recinto, precisamente ayer, cumplió 75 años. Se trata de la Casa de Velázquez, buque-insignia del quehacer cultural francés en Madrid y aduana que encamina la reflexión cultural sobre España, y el mejor arte de aquí, hacia Francia. Para festejar su 75 cumpleaños acudió Claudie Haigneré, ministra francesa de Cultura e Investigación; ausente su contraparte española, la ministra de Cultura Pilar del Castillo, por asunto de enjundia nuclear, su anfitriona española fue Alicia Moreno, concejal de las Artes, quien reconoció hallarse fascinada por el lugar que ocupa la Casa de Velázquez.

Esta magna institución, situada frente a la Escuela de Ingenieros Agrónomos, hospeda y beca en su edificio y en algunas dependencias individuales de su bello jardín, orientado a Poniente, moradores muy especiales. Son, cada año, 24 decenas de artistas plásticos, arquitectos, investigadores, franceses y españoles en su mayoría, que dedican allí sus mejores energías a la Historia, la Literatura, la Arqueología o la Antropología, siempre con una mirada de tinte hispano, bien latinoamericano o magrebí, como en su día hicieran otros becarios o huéspedes insignes. Por sus estancias y aulas pasaron intelectuales de la estatura de Marcel Bataillon, indagador del influjo de Erasmo en España; Pierre Vilar, el gran historiador recientemente fallecido; Josep Pérez, buen conocedor, asimismo, de la realidad hispana, de entre los 926 becarios que cruzaron por la Casa desde su inauguración oficial, el 20 de noviembre de 1928, impulsada por el rey Alfonso XIII.

Así lo cuenta una exposición ideada por la directora de estudios de Arte, Claude Bussac y el arquitecto Charles Villeneuve, que han combinado sabiamente inteligencia y memoria para compendiar la rica historia de este emblema de la amistad cultural de Francia y España.

Fue el arqueólogo Pierre Paris quien, en 1909, en la universidad de Burdeos, concibiera la idea de crear allí una Escuela de Altos Estudios Hispánicos desde el que, dos décadas después, irradiaría la plasmación de una entidad pareja sobre suelo español, que él bien conocía ya por haber alentado unas excavaciones arqueológicas en Tarifa. Un busto en bronce de Pierre Paris, surgido del cincel del valenciano Mariano Benlliure (1862-1947), retrata al prócer francés de una manera que auna en su mirada dos de los principales componentes del espíritu que animó la Casa de Velázquez: la sabiduría asentada en el método, que signa al pensamiento francés, y la cálida percepción gala de la creativa individualidad española.

La traza del edificio fue ideada por el arquitecto Chifflot, que quiso preservar en él la personalidad tectónica madrileña. Así, remató su fachada pétrea en caliza y ladrillo a la usanza de la monarquía austríaca, con dos torres de chapiteles empizarrados. El Ayuntamiento de Madrid regaló al naciente palacio la Puerta de Oñate, un retablo en granito de fastuosa entidad que, al igual que el edificio casi al completo, resultó destruido en el otoño de 1936. El paraje, desde donde Diego Velázquez, se asegura, pintara sus atmósferas más transparentes, quedó enclavado sobre la primera línea del frente. Una copla de la época confirma su destrucción: "La Casa de Velázquez, mamita mía, se cae ardiendo, con la Quinta Columna, mamita mía, metida dentro". Sus galerías fueron empleadas para la infiltración, por lo que dinamiteros afectos al anarquista Buenaventura Durruti minaron su estratégico enclave.

Tras marchar la institución a la ciudad marroquí de Fez y regresar luego a la calle de Serrano, 73, retornó a su lugar primigenio en los años 50. Hoy sigue irradiando su amistosa sabiduría, como remarcó ante la ministra Haigneré el director de la Casa, Gérard Chastagnaret.

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