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Columna
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A cierra ojos

Antonio Elorza

Las líneas maestras de la estrategia reciente del PSOE no podían ser más simples. Una vez asumido el desastre de la Comunidad de Madrid, todo se jugaba a la carta de una victoria de Pasqual Maragall en las elecciones catalanas. Su descontado triunfo debía suponer el anuncio de que la tendencia electoral se había invertido definitivamente y que en marzo el PP iba a ser superado con el apoyo de los partidos nacionalistas. En la versión más radical de este cuento de la lechera, hasta el PNV podría jugar el juego. Maragall se convertía entonces en "la gran esperanza vasca", en palabras de su amigo Odón Elorza.

Las elecciones del pasado domingo no han confirmado tales previsiones, y, a pesar de ello, Maragall sigue en sus trece. Es un continuismo que únicamente puede explicarse desde el supuesto de que tanto Maragall como Zapatero están dispuestos a seguir adelante, sin escuchar las sirenas que en este caso les llaman a la reflexión, por simple ansia de poder. El protagonismo de Maragall en el trazado de la política socialista se mantiene, tal y como rezaba la coplilla barcelonesa dedicada a Espartero en la década de 1840: volía ser batlle i es rei absolut. Pretensión poco justificada tras lo ocurrido, que pone de relieve tanto errores de planteamiento político como ideológico-culturales. Así, al escribir los ensayitos sobre el desnortado Madrid, Maragall hubiera debido tener en cuenta un ambiente catalán en el que historiadores como Maluquer de Motes y Borja de Riquer proclaman ya que "España es un lastre para Cataluña".

En ese marco tan propicio a una deriva independentista tiene poco sentido calificar sin más a todo grupo fuera de PP y de CiU como forces de progrès (fuerzas de progreso). ¿Dónde ve que la Esquerra de Carod sea un partido de izquierdas? ¿Es de izquierda el populismo primario?, ¿lo son las afirmaciones demagógicas sobre la depredación que Madrid ejerce sobre Cataluña? Más aún, ¿cómo puede inscribirse la reivindicación de independencia para Cataluña en una política propia de la izquierda democrática? El origen de este dislate pudo residir, tal y como el propio líder socialista explicara en TVE, en extrapolar a partir de la experiencia local de Barcelona, confiando en que, si en la Administración de la capital no hubo problemas con Esquerra, en la de Cataluña tampoco los habrá. Más miope imposible, lo mismo que cuando rinde homenaje al ánima de botiguer carodiana y asienta temas tales como la soberanía jurídica de Cataluña sobre el principio de que "cuanto más cerca, mejor".

De ahí tanto la confusión como los silencios deliberados al plantear la reforma del Estatuto. No fue inocente que en el libro preelectoral Maragall afirma hubieran sido cuidadosamente eliminados los artículos y las declaraciones donde el ex alcalde pone sobre el tapete los contenidos del nuevo Estatuto y la exigencia de una reforma constitucional que partiría de consultar a gente como Fraga y Herrero de Miñón. Temblemos. Temblemos también cuando proclama su voluntad de que el nuevo Estatuto integre las posiciones de CiU y ERC sin marcar previamente las imprescindibles diferencias, y sobre todo sin introducir la variante que a un socialista cabe exigir: la precisión sobre tal tipo de Estado resultante, que no sería el de la reforma prevista por el PSOE en Santillana... No es un tema que para la izquierda encuentre solución participando en una subasta de catalanismo, en la cual, por añadidura, siempre el PSC es visto como un intruso.

Las consideraciones precedentes no implican un llamamiento al enroque en el tema nacional. Ésta es la principal y más peligrosa tentación del PP, así como las concesiones a ojos cerrados lo son para el PSOE. En un utópico marco de debate y acuerdo entre ambos partidos, apartando el tema de la contienda electoral, la firmeza en la defensa de la Constitución debiera complementarse con una apertura a la federalización del Estado dentro de una reforma constitucional acordada por ambos, con el apoyo posible de los nacionalistas razonables. En sentido contrario, el establecimiento de un Gobierno Maragall-Carod, con la mira puesta en un Estatuto de sesgo soberanista, sería la mejor muestra de impotencia por parte del PSOE, suicida incluso de cara a las posibilidades de lograr una victoria "plurinacional" en marzo.

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