"Cada vez soy más ferozmente antinacionalista"
Con Travesías (Tusquets), sus memorias de infancia y juventud, Jaime Salinas (Maison-Carrée, Argelia, 1925) ganó el XVI Premio Comillas el pasado septiembre. El libro, que acaba de aparecer estos días, confirma que también en España, donde no ha abundado el género, hay lugar para la narración autobiográfica, ese tipo de escritura donde la mirada personal se funde imperceptiblemente con la reconstrucción de una época y que permite volver sobre la historia colectiva desde la experiencia propia de quien toma la palabra para contarla.
La vida de Jaime Salinas transcurre de un sitio a otro, de ahí el título de este primer volumen de sus memorias, que se interrumpe precisamente cuando entra en la editorial Seix Barral, en 1955, y, por tanto, en el momento en el que inicia el trabajo que terminaría por convertirlo en un referente indiscutible del mundo de la edición, donde tuvo un gran protagonismo también en Alianza, Alfaguara y Aguilar. Jaime Salinas fue director general del Libro y Bibliotecas con el primer Gobierno socialista.
"Cuando supe que no regresaríamos, no tuve más remedio que integrarme en la cretinez del 'american way of life"
De un lado a otro, aprendiendo a expresarse en lenguas diferentes (español, francés, inglés), formando parte del contingente que fue al exilio después de la Guerra Civil, la historia de Jaime Salinas tiene como horizonte más próximo el de su familia. Su padre, Pedro Salinas, el autor de La voz a ti debida y poeta de la generación del 27, tenía, como todos, un montón de amigos. La diferencia es que sus amigos son hoy famosos. Jaime Salinas recuerda cómo de niño derramó el chocolate en la mesa de la casa de Juan Ramón Jiménez (y éste se puso hecho un basilisco), cuenta la fascinación que le produjeron Alberti y María Teresa León, describe a un Lorca despreocupado y alegre, da cuenta del cachete cariñoso que le dio Azaña... Más allá, sin embargo, de la presencia de tantos nombres célebres (abordados siempre desde la óptica del que no sabe que lo son), Travesías recoge sobre todo lo que ocurre con ese niño, que luego es un adolescente y que después es un joven que persigue su vocación y que se desplaza a Europa durante la Segunda Guerra Mundial a servir como voluntario en el American Field Service.
Pregunta. ¿Cómo se embarca en la escritura de sus memorias?
Respuesta. Porque dejé de trabajar y tenía mucho tiempo. Un día, hablándole a Julia Escobar de cosas de mi vida me sugirió que debía escribirlas. ¡Pero cómo, si yo no sé escribir! Me propuso que fuéramos grabando conversaciones, y así lo hicimos. Pero cuando leí la transcripción, no me encontraba en esas palabras. Y empecé a corregirlas, y poco a poco me metí en materia.
P. Travesías: una palabra que resume una vida...
R. Y es así. He ido de un lado a otro, y francamente no me encuentro de ningún sitio. Para mí es muy estimulante esta condición y además odio los nacionalismos, cada vez soy más ferozmente antinacionalista. En ese sentido, la situación actual de España me inquieta y refuerza mi actitud casi agresiva de no ser de aquí. Pero en los pasaportes tiene que figurar algún sitio. "La próxima vez a ver si nacemos en Nicaragua", decía mi padre.
P. De haber un lugar concreto, ¿a qué lugar pertenecería?
R. Si tuve alguna vez un mundo propio fue en mi infancia. Ahí en Lo Cruz, la casa familiar de la costa levantina, encontré durante los veranos el único mundo en el que he vivido. Fueron sólo unos meses en total, pero tuvieron la felicidad de la infancia y la sensación de pertenecer a algún sitio. Pero luego se desmoronó todo, se deshizo y perdí las referencias.
P. Cuenta, desde la perspectiva de un niño, la llegada de la República...
R. Fue un momento lleno de alegría, pero también lleno de contradicciones. Yo lo viví en el cuarto de la plancha, con las dos sirvientas que teníamos entonces. [Una de ellas le explicó, como se cuenta en el libro, que el contento de Pedro Salinas se debía a "que hemos ganado nosotros", los republicanos. La otra le contestó que qué tonta era: "Nosotras nunca ganamos na"]. Allí me di cuenta de que podía haber una huelga, pero ellas no la hacían. Sí la hacían en cambio los panaderos, pero se podía comprar pan. Luego estaban las quemas de conventos, que a mi padre le producían gran consternación, y a mí en cambio me encantaban, pues ya había oído de los curas y las monjas y era rabiosamente anticlerical.
P. Luego vino la Guerra Civil y el exilio en Estados Unidos. ¿Le costó mucho adaptarse?
R. El hecho de que nos instaláramos en Estados Unidos tuvo sus ventajas y desventajas. Entre las primeras, que mi padre tuvo un trabajo digno y relativamente bien pagado, lo que no ocurrió con muchos de los que se fueron a otros lugares. Pero luego estaba la cerrazón tan propia de ese país, que realmente no sabe nada de nada de lo que esté fuera de sus fronteras. Así que tenía que explicar que era español y que allí también había vacas y había teléfonos. En Baltimore, nadie conocía al Pedro Salinas poeta, era simplemente un profesor de español. Y en esa ciudad estábamos solos, el exilio estuvo en Estados Unidos muy desperdigado. Cuando supimos que ya no íbamos a volver a España, no tuve más remedio que integrarme. En esa vida cerrada y en la cretinez del american way of life.
P. Se educó con los cuáqueros. Eso debe marcarlo a uno...
R. No, para nada. Son muy buena gente y me facilitaron una beca. Durante la época de aprendizaje, lo que de verdad importaba era ser popular.
P. ¿Por qué decidió alistarse en el American Field Service durante la Segunda Guerra Mundial?
R. No quería quedarme con los brazos cruzados. Sabía que Hitler y Mussolini, como eran amigos de Franco, eran los enemigos. La gente de mi edad, por otro lado, fue llamada a filas. Y eso ocurría en un país que estaba de espaldas a cuanto ocurría en Europa. Allí no se comentó ni siquiera el desembarco aliado. Preferían no hablar de aquello, como si no existiera. Lo más difícil fue conseguir la firma de mi padre para integrarme en aquella organización, que era una especie de precedente de las ONGs actuales que se ocupaba de los heridos. Lo conseguí gracias a un pequeño chantaje, pero a él le sentó muy mal y desde ese momento nuestras relaciones fueron muy tensas.
P. ¿Fue traumático el descubrimiento de su homosexualidad?
R. No. Tener alguna experiencia homosexual era habitual entre los jóvenes americanos. Luego ya decidían lo que más les gustaba. Mi padre se enteró porque pasé por una crisis afectiva y nunca dijo nada.
P. En los años cincuenta regresa a España y conoce de cerca el franquismo.
R. No quería volver. Vine a pasar una Navidad y por motivos de trabajo terminé instalándome. Era un país provinciano y sórdido. Estaba desesperado.
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