La UPV ultima su nuevo animalario después de dos años de trabajo
El servicio renovado atenderá las necesidades de 40 equipos de investigación
La situación de interinidad que han vivido durante los dos últimos años los científicos del campus vizcaíno de la UPV que trabajan con animales tiene los días contados. Tras un notable desembolso económico -sólo la obra civil ha costado casi dos millones de euros- y un complejo desarrollo, el campus de Leioa podrá contar en breve con su nuevo animalario, como se conoce a la instalación en que se crían y cuidan los ratones, ratas, conejos, peces cebra y un anfibio similar al sapo llamado xenopus utilizados para la investigación en diferentes ramas de la medicina y la biología. Las dificultades técnicas y el arduo camino para conseguir fondos de la UE, que cofinancia junto al Gobierno vasco la obra y el equipamiento, han ralentizado la puesta en marcha de un servicio del que se sirven 40 equipos punteros de la universidad pública.
El nuevo animalario cuenta con dos plantas de 700 metros cuadrados y capacidad para albergar 4.000 ejemplares. La mitad del piso superior está ocupada por estancias para el personal técnico fijo, un laboratorio de diagnóstico, un seminario para celebrar cursos de formación de investigadores y una biblioteca especializada.
La otra mitad la ocupa el complejo sistema de climatización y salida de gases, elemento clave en un espacio donde la esterilización y el control de acceso, tanto de personas como de animales, son fundamentales. "Estamos ultimando los parámetros de climatización para poder empezar a trasladar los animales. De todos modos, aquí no pueden entrar animales criados fuera, sólo los que vienen de empresas autorizadas o los que criemos aquí", explican Ana Alonso y Gloria Lete, directoras científica y técnica de la instalación.
Los animales se ubican en la planta inferior. La generación de nuevos ejemplares ocupa un espacio central en que las condiciones de aislamiento son máximas. Para acceder a él, el técnico responsable debe pasar por una ducha, única entrada, y usar ropa esterilizada. En esta zona, que incluye un almacén de material estéril, el trabajo está limitado. "Una persona no puede estar dentro ocho horas porque está aislada, no puede, por ejemplo, ir al servicio. Su único contacto es un teléfono que no tiene timbre para que no estrese a los animales", comenta Lete. Un área para las especies en tratamiento, con una sala específica para animales transgénicos y un laboratorio de usuarios incluidos, y otra de servicios de almacenamiento de residuos para su incineración y de trenes de lavado de jaulas y biberones de crías completan las instalaciones.
El cuidado para que los ejemplares no sufran ninguna alteración es máximo. El edificio no tiene ventanas para poder controlar los ciclos de luz. Desde el nivel de ruido a las condiciones del agua y del aire, pasando por el alimento y el lecho en el que descansan, todo está medido y controlado. "Con la explosión de la genética molecular, ha aumentado la exigencia de la calidad del animal. Las publicaciones científicas exigen unos requisitos estrictos en los ejemplares para validar los resultados. De ahí la importancia de este edificio", subraya Alonso, quien destaca que el animalario también ofrecerá sus servicios a centros de investigación externos a la UPV.
El que el edificio se haya construido en el mismo lugar del anterior, dada su buena conexión con los centros a los que sirve, y la duración de los trabajos han generado malestar en parte de los investigadores por tener que cuidar ellos de sus propios animales, algo que la doctora Alonso asume, pero no comparte. "Yo he vivido la misma situación y es incómodo, pero no ha quedado más remedio. Además, no ha perjudicado a las investigaciones. Las ha obligado a adaptarse", asegura.
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