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Daniel Pennac define el humor como "una forma de ética"

El escritor y pedagogo francés publica la novela 'El dictador y la hamaca'

Amelia Castilla

"La cabeza de un novelista es como un manzano: es preciso que los frutos maduren". Daniel Pennac (Casablanca, 1941) necesitó años para recoger los frutos de su novela El dictador y la hamaca (Mondadori). El escritor, dos amigos químicos y su primera mujer aterrizaron en la localidad brasileña de Teresina en 1979, donde vivieron un par de años. Desde entonces, bullía en la mente de Pennac la idea de esta novela.

El dictador y la hamaca se inicia en Teresina con las peripecias de un dictador que contrata los servicios de un doble antes de abandonar el país rumbo a Europa, pero antes de empezar a redactar la novela se cruzó la pentalogía dedicada a la Tribu Malausséne.

En estos más de veinte años no tomó una sola nota para la novela, pero guardó la correspondencia que mantuvo con un amigo parisiense al que le contaba sus impresiones sobre el país al que acababa de llegar para acompañar a su esposa tras haber dimitido de su puesto de maestro. Como resultado de aquellas misivas contaba con casi 2.000 folios (1.000 de cada uno) que luego utilizó como "el lugar de la memoria".

Pennac, uno de los escritores franceses de más éxito, utiliza el humor como una llave que le permite acceder a la realidad, independientemente de la tragedia que se narre. "Los campesinos del noreste de Brasil tenían una existencia trágica, lo que no les impedía tener un gran sentido del humor. Eso me impresionó, pero en mi caso utilizo el humor como una especie de ética que me permite respirar debajo del agua", cuenta Pennac. El dictador y la hamaca narra la historia de un dictador agorafóbico que decide contratar a un doble para que le sustituya, pero también es la historia del doble de su doble y de tres dobles más, a la que se añade la del escritor que escribe el libro, sentado en su hamaca. De sus años en Brasil guarda también el recuerdo de un país que define como "un territorio de metáforas" que florecen o permanecen a medida que pasa el tiempo. En los dos años que vivió allí conoció a un líder metalúrgico sindical apellidado Lula del que guarda una fotografía imborrable en su cabeza: "Para reprimir una manifestación, la policía le lanzaba unos perros. Y todavía hoy me asombran dos cosas: la primera, que se salvara de aquella agresión, y la segunda, que sea presidente".

Como género, Pennac define la novela como "el misterio de la encarnación". "Una novela de la que pudiéramos señalar uno de sus conceptos y separarlo del resto estaría más cerca del ensayo. Si en lugar de la idea lo que destaca es un personaje, camufla una biografía. Si se puede resumir destacando la música de las palabras, estamos hablando de poesía. Pero si se consigue mezclar todo eso, y no destaca una sobre otra, lo que tenemos se acerca a la vida real". Antes de enviar sus libros al editor, Pennac somete las páginas al juicio de un grupo de amigos. El escritor no lleva lo que se podría denominar como una vida literaria: no participa en ningún jurado, no firma columnas en los periódicos, no dirige ninguna colección ni forma parte de ninguna editorial. "Llevo una vida literaria underground", concluye.

Necesidad o deseo

Pedagogo de profesión y maestro durante más de veinte años de niños con fracaso escolar, los que trató de conciliar primero con ellos mismos y luego con la lectura, los resultados, en algunos casos, fueron más que aceptables. Pennac se expresa con el ritmo pausado de un docente al que le apasiona contar historias. Para hacer una reflexión moderna sobre los índices de lectura actuales y la transmisión del saber recurre a un elemento de análisis que, asegura, no existía ni en los años sesenta: "El elemento fundamental es la clientelización de los niños, cuya idea fundamental pasa por crear en la cabeza de los chicos la confusión entre la necesidad y el deseo". Frente a la sociedad de consumo, Pennac apuesta por el papel del profesor como elemento clave para intentar facilitar a los alumnos los elementos que les permitan ser gente lúcida.

Daniel Pennac, en Madrid
Daniel Pennac, en MadridLUIS MAGÁN
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