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El gran festín cultural de Turín en otoño

'África: obras maestras de un continente', la joya de las exposiciones que se celebran en la ciudad

Enric González

A Turín siempre se ha ido fundamentalmente por cuatro tipos de razones: comerciales (Fiat y demás empresas), futbolísticas (Juve), gastronómicas (vino, trufas y un largo etcétera) y religioso-esotéricas (la llamada Sábana Santa y la tradición local de magia, arcanos y sociedades secretas). Pero el turismo convencional apenas se acerca. La ciudad, burguesa, más suiza que italiana, carece de ruinas romanas y palacios renacentistas, queda al margen de las rutas y tiene un clima alpino. Cuando se vuelca en manifestaciones culturales, como este otoño, lo hace de forma masiva pero apacible.

La exposición africana del Museo Cívico de Arte Moderno y Contemporáneo constituye la gran sorpresa. Lo fue incluso para su principal promotor, el arquitecto Ferdinando Fagnola, coleccionista de arte africano. "Esto se hizo a la italiana", explica, "y salió bien por una suma de casualidades", una confluencia de muestras y colecciones coronada con el patrimonio de Nigeria, el mejor del continente.

Renzo Piano presenta el experimento 'El instante fugaz entre la fotografía y el cine'

El tesoro escultórico del Estado nigeriano, que se paseó por los principales museos del mundo en la segunda mitad de los años ochenta, había vuelto a Lagos, y en Roma se quería recuperarlo para una nueva muestra en la capital. Pero las cartas enviadas a Omotoso Eluyemi, gran patrón de los museos nigerianos, no recibían respuesta. Mientras tanto, Fagnola conectaba desde Turín con museos de Europa y Estados Unidos para recabar piezas. En pleno proceso, una expedición turinesa viajó a Nigeria para pedir personalmente a Eluyemi que les prestara su patrimonio. "Eluyemi se portó como un gran jefe; nos miró y nos dijo: llévenselo", cuenta Ferdinando Fagnola. La renuncia al proyecto de Roma y las aportaciones de Nueva York, Bruselas, Berlín y otros grandes centros, sumadas al tesoro de Omotoso Eluyemi y a una serie de préstamos de colecciones particulares (entre ellas, la del propio arquitecto Fagnola), compusieron el prodigio.

Las piezas reunidas en el Museo Cívico abarcan más de 25 siglos y permiten seguir la evolución de un arte extraordinario, mal conocido por la ausencia de documentación histórica (no se sabe de sus autores ni, hasta la irrupción europea del siglo XV, de las civilizaciones en que surgieron) y desconcertante. Las obras más antiguas, como las terracotas de Nok (Nigeria), de los siglos V y IV antes de Cristo, son estilizadas y expresivas. Entre los siglos XII y XV, la cultura de Ife (que en la tradición oral africana se identifica con la creación del mundo) produjo sin embargo cabezas y objetos de un absoluto clasicismo, siguiendo un canon griego que no podían conocer y utilizando técnicas de fundición del bronce hoy desaparecidas. Los jarros y recipientes de Igbo-Ukwu (hacia el siglo X) son bronces refinadísimos, perfectos.

La llegada de los portugueses al rico reino de Benin, en el siglo XV, provocó una brusca escisión en las tradiciones artísticas de la zona occidental del continente. En Benin, junto a la costa, se profundizó en el preciosismo y se empezó a trabajar para una clientela europea, que compraba marfiles labrados y esculturas lujosas con materiales preciosos. Quienes rehuyeron el contacto con el exterior, que implicaba una relación de alto riesgo con los esclavistas europeos y árabes, se refugiaron en zonas inaccesibles y se dedicaron a trabajar materiales pobres de forma cada vez más estilizada hasta alcanzar, con la civilización dogona (a partir del siglo XVI) una abstracción absoluta.

El consejo asesor de la muestra de Turín está compuesto por los curadores de todos los museos del mundo con colecciones africanas de importancia, desde el Metropolitan de Nueva York al Louvre de París (este último es el único que no aporta piezas, porque están en mudanza hacia el nuevo Museo del Quai Branly), y la diversidad del material permite seguir paso a paso la evolución africana desde la composición naturalista hasta un cubismo largamente precursor del europeo. Como colofón, se incluyen piezas de Picasso, Brancusi y otros artistas de la modernidad occidental, que a partir de los años veinte descubrieron, y copiaron, las obras maestras de África.

Lo que se exhibe en el Museo Nacional del Cine es algo muy distinto. Estos días aloja, además de su gran colección permanente de obras y artilugios precinematográficos y de otras exposiciones, un experimento del arquitecto Renzo Piano titulado El instante fugaz entre la fotografía y el cine. A partir de la última escena de la película Zabriskie point, de Michelangelo Antonioni, que muestra una explosión a varias velocidades, Piano ha compuesto una colección de fotografías "con movimiento", desde las secuencias del siglo XIX hasta la gota de leche de Edgerton, pasando por el miliciano de Capa.

El problema de cualquier exposición en el Museo Nacional del Cine es, desde que se abrió en julio de 2000, que debe medirse con el escenario: el edificio resulta tan espectacular que el continente abruma al contenido. La Mole Antonelliana es una de las cosas más extravagantes y atractivas que puedan verse. El arquitecto Alessandro Antonelli empezó a construirla en 1863, como Gran Sinagoga para la comunidad judía. Pero Antonelli fue ampliando el edificio, los fondos se acabaron y en pleno centro de Turín quedó una mole (nunca nadie la ha llamado de otra forma) hueca, con una fachada rabiosamente fea y una cúpula gigantesca, suspendida a 50 metros de altura.

Tras una larga serie de desgracias, utilizaciones erráticas y reparaciones de emergencia, el Ayuntamiento turinés tomó una decisión audaz: dedicarla al cine, como sede de la colección privada de Maria Adriana Prolo, pero manteniendo el hueco interno y la semipenumbra de un cine. No hay pisos, sólo una vertiginosa rampa que sube en espiral pegada a las paredes, y un ascensor de metacrilato que asciende hasta la terraza de la cúpula. Es un espacio extraordinario.

El interés de Turín por el arte contemporáneo, que arranca de forma genérica del gusto y el sentido inversor de una burguesía seriamente rica, y de forma concreta se basa en el tesoro acumulado por la familia Agnelli (Fiat), permite a la población local prescindir de la tradicional ñoñez de las iluminaciones navideñas convencionales. En su lugar, se celebra la temporada con arte luminoso.

Cada año, desde hace seis, se instalan en las calles céntricas y ante los edificios más representativos las "luces de artista", obras de creadores invitados a inventar y exponer composiciones de luz. Desde la semana pasada, Jenny Holzer crea efectos en la plaza y la fachada del palacio de Carignano con un foco de xenon de 6.000 vatios; Francesco Casorati simula una bandada de pájaros de colores sobre las calles Pietro Micca y Cernaia; Carmelo Giammello diseña una imaginaria cúpula de planetario sobre la calle Roma; Enrica Borgui construye gigantescos copos de nieve, hechos con botellas de plástico y bombillas minúsculas, en la calle Lagrange; Daniel Buren tiende una "alfombra voladora" hecha de cables de colores y lámparas sobre la plaza Molino. Y así, hasta 16 iluminaciones "de artista".

Estas muestras coinciden con la del Archivo de Estado, que acoge la colección personal de Vittorio Alfieri (1749-1803), un aristócrata viajero, enemigo tanto de las monarquías como de las revoluciones, que asistió a la caída del Antiguo Régimen mientras acaparaba arte (compró piezas de Durero, Gainsborough, David y muchos otros) y escribía un diario. En el Archivo de Estado están sus reflexiones y su colección.

En la Biblioteca Real (Turín fue sede de la Casa de los Saboya y durante algunos años capital de Italia), como guinda del otoño, se exhiben tres maravillas celebérrimas: Autorretrato, de Leonardo da Vinci, Códice de las Bellas Horas, de los Van Eyck, y Retrato de desconocido, de Antonello da Messina.

<i>Chapelle big-bang,</i> de la exposición instalada por Renzo Piano.
Chapelle big-bang, de la exposición instalada por Renzo Piano.
De izquierda a derecha, <i>Máscara de león,</i> de Luba (Congo), y <i>Máscara,</i> de madera, fibras y metal, de Chokwe (Congo).
De izquierda a derecha, Máscara de león, de Luba (Congo), y Máscara, de madera, fibras y metal, de Chokwe (Congo).
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