Mapa visual de América Latina

Hablar, o intentar catalogar, la fotografía latinoamericana equivale a querer hacer lo propio con el viento o con las nubes, para después intentar introducirlos en una estantería convenientemente clasificados. No es fácil catalogar fotos. Puede ocurrir igual que con los libros, como comentaba Borges; o con determinadas especialidades literarias y, más concretamente, con el criterio sistemático de clasificación de las colecciones de legajos en los anaqueles de una biblioteca, con sus respectivas etiquetas adecuadamente numeradas fijadas en el lomo y la distanciada ficha resumen que la acompaña oculta en una caja (las fotos se guardan más en cajas que en álbumes).

No es éste el caso de la exposición que nos ocupa sobre la fotografía latinoamericana: Mapas abiertos. El buen criterio de su comisario Alejandro Castellote nos aproxima de forma heterodoxa a la realidad de un territorio convulso; una tierra ligada al documento y a la marginación, al mito y al rito; un lugar donde el exotismo fotográfico -lo extraño- y el turismo de viajes pagados a plazos trazan una divergencia entre lo real, su documentación fotográfica y el realismo fantástico. Los apartados de esta muestra Rituales de identidad, Escenarios e Historias alternativas se construyen a partir de una especie de "contenedores temáticos a algunos de los autores más reconocidos de una nueva y extensa generación, cuya obra se ha hecho visible desde los noventa", explica Castellote. Para ello, en lugar de recurrir a los manuales -las auténticas (a veces falsas) páginas amarillas de la foto de ese territorio (aburridos por lo recurrente y reiterativos en sus índices)-, como método de trabajo, ha utilizado el filtro no sólo de especialistas en la intrahistoria del medio, sino que también lo ha hecho con expertos en otras especialidades plásticas con las que la fotografía, la instalación y el apoyo de lo visual -especialmente la del uso de lo digital y el vídeo- conforman un bello mestizaje.

Se ha escrito que considerar

la fotografía latinoamericana como una entidad, con carta de naturaleza propia, "debe de haberse originado en los coloquios, en las exposiciones, en los congresos o en los encuentros institucionales y, en definitiva, en los eventos que han hecho de la fotografía latinoamericana como un término catalizador" (hasta la fecha, los Coloquios Latinoamericanos de fotografía han tenido lugar, en 1978 y 1981, en México -ambos organizados por el Consejo Mexicano de Fotografía-; en 1984, en La Habana; en 1993, en Caracas, y en 1996, de nuevo en México), según cuenta cronológicamente el comisario de la exposición. No obstante, como contrapunto de todos ellos figuran los autores nuevos -casi desconocidos- incorporados ahora en esta exposición como nuevos en la plaza. No obstante figuran los nombres habituales, los de siempre: unos marcan distancias de los que son estrictamente documentales (los registros periodísticos -imágenes ligadas a los medios-, como los de Salgado quien no cabe duda que es, en este apartado, "el eje de los años ochenta". Otros, que apuestan por las divergencias: el brasileño Miguel Río Branco, con sus colorismos documentales sobre su país en las décadas de los setenta y ochenta, el más apartado de la línea de la agencia Magnum, pero que forma parte de ella y encandiló a sus socios. Él mismo afirmaba "toda mi obra es collage; me gusta ensamblar cosas, es como intentar moldear algo; y nunca termina, lo cual me agrada", explica distanciándose del concepto del fotógrafo clásico de aquellos territorios, para terminar aproximándose a una frontera plástica que nada tiene que ver con la concepción de marginalidad social, o exótica, a la que se ha asimilado la especialidad por aquellos pagos: "Me considero más cineasta que fotógrafo", así lo evidenció en sus instalaciones audiovisuales, como la diseñada para la Bienal de La Habana de 1994: Out of Nowhere, "una referencia a la vida y a la memoria".

Para Castellote, en la selección

que ha realizado, " la superación del estancamiento de la fotografía durante el siglo XX es una de las características de este fin del milenio. Se hace patente, entonces, el abandono de la fotografía tautológica revestida de compromiso social o político -aunque de ningún modo puede hablarse de su desaparición-, pero el tránsito hacia otros usos de la imagen no implica necesariamente la ausencia de compromiso con los problemas sociales". Es más de lo mismo, puesto que también participa de ello otro clásico: Luis González de Palma, que "contribuye a despertar el interés hacia la nueva fotografía latinoamericana, especialmente aquélla no encasillada en el realismo mágico, una especie de estereotipo por el que sienten gran afición los europeos y americanos". Es un fotógrafo creador de universos por donde deambulan páginas de los mejores capítulos de la Biblia -especialmente del Antiguo Testamento y de la iconografía de universos religiosos-.