_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cataluña

En no pocas tertulias y comentarios se percibe la expectación que las elecciones catalanas del próximo domingo han despertado en Euskadi. Mucha gente tiene la sensación de que es necesario que algo cambie en Cataluña para que puedan comenzar también a cambiar las cosas aquí.

Cataluña y Euskadi siempre se han mirado de reojo. Ni la evocación de la vieja Galeusca, ni la más cercana Declaración de Barcelona, han conseguido nunca eclipsar las importantes diferencias habidas históricamente entre los nacionalismos periféricos; diferencias que van desde su origen, hasta la manera en que los mismos han venido concibiendo el concepto de nación, pasando por la propia forma de hacer política.

Tampoco el socialismo catalán y el vasco han seguido trayectorias semejantes, sino más bien divergentes. Mientras el hecho nacional formaba parte con naturalidad de la idiosincrasia del PSC, el Partido Socialista de Euskadi ha mirado siempre con desconfianza todo lo relacionado con los aspectos identitarios del País Vasco, como si una mayor asunción de los mismos implicara necesariamente una pérdida de peso político en nuestra comunidad.

Las malas lenguas dicen algunos sectores del PNV desearían una victoria electoral de Pascual Maragall sobre sus teóricos correligionarios de CiU. Algunos sectores del PSE parecen mirar también con esperanza esta posibilidad, en la confianza de que ello contribuya a reforzar el necesario giro vasquista que propugnan. Hay algo, en cualquier caso, en lo que todos estos sectores parecen estar de acuerdo: la necesidad de que termine el aznarismo, de que pueda pasarse página cuanto antes a un periodo en el que la exaltación del nacionalismo español y la degradación de los procedimientos democráticos han maniatado la política hasta extremos insoportables. Y aunque algunos temen que el hipotético triunfo de Maragall y, más aún, su posible alianza con Esquerra Republicana y con IC, sea utilizada por el PP como arma arrojadiza contra el PSOE en las próximas elecciones generales, otros piensan que una eventual victoria de CiU llevaría a la perpetuación de sus pactos con los populares a cambio de algunas concesiones. Un escenario, este último, sin duda perverso para los mencionados sectores, tanto del PSE como del PNV.

De modo que los vascos, incapaces de arreglar nuestros asuntos en casa, miramos a Cataluña buscando un rayo de luz que pueda iluminarnos en el negro túnel en el que nos hemos metido. Si es verdad, como dice Ibarretxe, que todo su plan es negociable, desde la primera hasta la última coma, ¿porqué no ha hecho gestos que propiciaran una reflexión serena y a fondo con el PSE y el resto de los partidos sobre el futuro del país? Si Maragall puede defender sin complejos la reforma de la Constitución, ¿porqué el PSE se empeña en utilizarla como trinchera y como límite de las aspiraciones de autogobierno, negándose a discutir y a modificar en su caso la propuesta del PNV? Si algunos sectores del PNV y del PSE miran a Cataluña esperando la buena nueva, ¿porqué no tratan de buscarla aquí mismo? Es más que probable que la respuesta a esta cuestión se encuentre en el debate interno existente en ambos partidos. Batasuna en un caso, y el PP en otro, tratan sin duda de tirar de los extremos para impedir el acercamiento entre nacionalistas y socialistas. Es más que probable que, en dichos extremos, ni unos ni otros estén interesados en que gane Pasqual Maragall.

Lo dicho. Tendremos que esperar a ver qué sucede en Cataluña. Aunque algunos catalanes, como Durán i Lleida, parecen rebuscar en el más grosero y cavernario pasado de la política vasca a la hora de atizar en campaña, contradiciendo la buena fama de los catalanes como gente culta y moderna. Tal como amenazaban Arzalluz y Garaikoetxea hace más de 20 años, Durán carga contra sus adversarios por estar contra las centrales nucleares, culpándoles de que, en el futuro, haya que alumbrar el Nou Camp con velas. Ver para creer.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_