Niños de 8 años que aprenden a llegar a acuerdos
Desde hace dos años vengo diciendo que no me gusta que me llamen flaca, pero nadie me hace caso", explica Julia ante un auditorio de 30 personas. Todos escuchan y asienten con actitud pensativa. Todos menos dos de los participantes, que cuchichean por debajo de la mesa. "Sshhhhh, silencio!", les espeta un vecino de pupitre, quien, como el resto de la audiencia, ronda los ocho años. Son las doce del mediodía de un miércoles y toca prevención de conflictos en la escuela pública Patronato Domènech, en el barrio de Gràcia de Barcelona. Julia es hoy la protagonista, y pacientemente, ante la atenta mirada de compañeros y maestras, desgrana su problema con Isaac, que lleva varios meses burlándose de su infantil delgadez, "aunque sabe que a mí me molesta", dice. A lo largo de la clase hay un debate entre implicados y oyentes, que analizan los pormenores sobre cómo empezó a torcerse la relación entre Isaac y Julia. Pepa, nombrada esta semana la arregladora y también alumna de primaria, explica a los dos implicados que no pueden seguir peleándose y les pide que adquieran el compromiso ante todos de "no fastidiarse" más, mientras, muy seria, asevera que "no hay que pedir perdón, sino escucharse el uno al otro". La conclusión de Pepa llega cinco minutos después sonar el timbre que indica que las clases han finalizado, pero todos han permanecido en sus pupitres hasta alcanzar el acuerdo.
La clase de conflictos personales, que en la escuela Domènech empezó a funcionar en 1994, se ha extendido a todos los cursos de primaria "simplemente porque funciona", señala Chus de Miguel Vallejo, la profesora que coordina la iniciativa en este centro. "Se debe enseñar a negociar y medir nuestras diferencias con los demás, porque las relaciones interpersonales no se construyen por azar, sino que son fruto de un largo proceso de aprendizaje", razona de Miguel. "Hay que aprender a delimitar responsabilidades sin castigar a nadie y desarrollar la capacidad de enfrentarse a los problemas", señala de Miguel, quien confiesa que bajo el precepto de "la profe no me hace caso", toda la clase trabajó este desajuste entre ella y uno de los alumnos "y logramos arreglarlo", explica entre risas.
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