Atrapados con salida
Las aguas revueltas de Bolivia parecen haber regresado a su cauce, pero todo lo ocurrido en estas últimas semanas no me parece sino el acto de un drama que no ha terminado, ni allí ni en muchos otros escenarios del continente. Y se trata de un drama con un guión mal escrito desde arriba, y peor, equivocado, una representación en la que por culpa del tumulto no podemos oír las voces ni de los unos ni de los otros.
Si es cierto que al final se demostró que nuestros sistemas democráticos pueden hallar aún salidas a sus crisis recurrentes por las vías institucionales, puesto que un presidente defenestrado ha sido repuesto por su sucesor legal, lo que hemos visto en la rebelión popular que derrocó a Sánchez de Lozada es el amago de una verdadera guerra civil, que no llegó a serlo sólo porque uno de los bandos se hallaba desarmado, y puso los muertos.
Ante la posibilidad de elegir está, a la par, la posibilidad de revocar el mandato de los electos
Y mi sospecha es que la violencia puede volver a las calles, y que el nuevo presidente, Carlos Mesa, un intelectual, periodista y escritor, puede tener sus días contados si no es capaz de ir al fondo del complejo problema de la explotación del gas boliviano, el último recurso natural valioso que queda a Bolivia, ya muerto y malversado hace tiempos el sueño del estaño, y al mismo tiempo buscar formas profundas de conciliación, que no parecen tan fáciles de conseguir.
Tanto Evo Morales, el líder de los campesinos cocaleros de Chapare, que por supuesto no es ningún narcotraficante, así como Felipe Quispe, el líder de los indígenas aimaras, adversarios en las últimas elecciones pero unidos bajo el atroz peso de las matanzas perpetradas por el Ejército, son ambos líderes carismáticos, representantes de un verdadero sentimiento popular que viene de antiguas frustraciones históricas, y que en el asunto del gas encontraron su detonante. Transar con ellos no va a ser tarea sencilla para el nuevo presidente, y que ambos se pongan de acuerdo sobre las bases de una negociación, tampoco va a ser sencillo. Gas o no gas, he allí el dilema.
Quispe, mejor conocido como El Mallku, el más importante dirigente de la Central Sindical Única de Trabajadores Campesinos, advirtió tras el derrocamiento de Sánchez de Lozada de que aún no está dicha la última palabra, con lo que los indígenas, los trabajadores mineros convertidos en campesinos por fuerza de los programas de reforma económica, y los sectores medios golpeados por crisis sucesivas y hundidos también el pobreza, pueden volver de nuevo a las calles si el nuevo Gobierno no es capaz de aparecer como sincero. Porque la sinceridad sigue haciendo mucha falta en las promesas que todos los días oímos desde los micrófonos presidenciales.
Lo que se vive en Bolivia, y se ha vivido en otros países como Ecuador, es una paradoja útil que la democracia abre ante nuestros ojos. Ante la posibilidad de elegir, está, a la par, la de revocar el mandato de los electos, no sólo a través de un plebiscito contemplado en la propia Constitución, como se sigue exigiendo en Venezuela, sino con la resistencia en las calles. Una democracia sometida a prueba.
El mecanismo se dispara a la brava en las calles porque el sistema democrático no ha sido capaz de resolver su mayor imperfección, que es la imposibilidad de crear un modelo de convivencia equitativa, más allá del simple pero fundamental derecho de elegir. Del derecho de elegir se ha usado bien, pero los electos resultan al final víctimas de su propia arrogancia y de sus visiones, generalmente prestadas, o impuestas, en cuanto a la manera de ganar el crecimiento económico y la estabilidad financiera que dé paso a ese crecimiento.
Lo que ha fracasado en Bolivia como consecuencia de la rebelión es nada menos que un esquema multinacional de explotación del gas boliviano, en base a las nuevas reglas del comercio integrado, que así se ponen a prueba. El gas que debería ser llevado hasta Chile, para ser transportado desde allí a México, y aprovechado en Estados Unidos, sigue esperando. Lo que los dirigentes de la rebelión alegan es que en este gigantesco negocio las ganancias multimillonarias se quedaban en manos de las empresas trasnacionales, mientras Bolivia sólo iba a recibir migajas.
Debe ser cierto. Pero la verdad es que, por otro lado, la consigna levantada por los rebeldes de que el gas no sale de Bolivia a ningún precio, menos a través de Chile, en recuerdo a una enemistad histórica provocada por una guerra del siglo antepasado, no viene a resolver nada, ni ayuda a Bolivia a salir del atraso. Y es en ese punto donde tanto Evo Morales como Felipe Quispe están obligados a demostrar verdadera sabiduría, porque todo el continente está vigilando con esperanza cuál va a ser su siguiente paso, empeñados como andamos en encontrar mecanismos justos de acción y no la parálisis.
Si ellos logran que se dé un acuerdo ventajoso de explotación del gas boliviano, quedará demostrado que los movimientos populares tienen un papel crucial en América Latina para hacer que los grandes vacíos mostrados hasta ahora por la democracia sean llenados con dignidad y provecho.
Y como ambos son aspirantes a la presidencia, también deberán cuidar que sus aspiraciones no lleguen a cambiarse en ambiciones que les den votos, pero no soluciones, porque ya demasiados sueños han sido pervertidos en nuestra historia reciente por culpa de las ambiciones. En Lula da Silva, el obrero metalúrgico que se convirtió en estadista, tienen el mejor modelo.
Sergio Ramírez es escritor y fue vicepresidente de Nicaragua.
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