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COPAS Y BASTOS
Columna
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Cosas de Tusquets

Hasta el 22 de febrero del 2004 se puede visitar la exposición Óscar Tusquets Blanca, El laberint: arquitectura, disseny i altres arts. Lugar: Museo de las Artes Decorativas, en el Palau Reial, allí donde la Diagonal empieza a perder su nombre. Precio: 3 euros. El primer día de exposición, lucía un sol primaveral y universitarios en celo retozaban en los jardines acunados por la incontinente melodía de los surtidores. Cursilerías aparte, la visita merece la pena. Aunque a un visitante peleón pueda parecerle el stand de una feria del mueble, no lo es. La estrategia con la que se ha expuesto la obra de Tusquets es la misma que podría haberse utilizado para presentar cascos vikingos o joyas aztecas. El contraste entre la ajada majestuosidad del palacio y la sofisticación de la exposición tiene su morbo, ya que obliga al visitante a poner a prueba su sentido del gusto adivinando qué forma parte del contenido y qué del continente (es fácil).

Tusquets es un arquitecto, pintor, escritor y diseñador que lleva décadas ganándose una trabajada fama de renacentista après la lettre. Hace unas semanas, lo vi en el Dry Martini. Me confundió con otra persona y no me atreví a corregirle porque cualquiera se atreve a llevarle la contraria. Viendo la exposición, uno se da cuenta de cómo Tusquets ha transmitido su arrollador instinto creativo. Podría parecer un acto de narcisismo, pero es un ejercicio de autocelebración. Motivos no le faltan: junto a muchos otros pioneros del sector, fue de los primeros en reivindicar el diseño como elemento de civilización. En uno de los textos que ilustran este breve recorrido, Eduardo Mendoza dice: "Óscar vive en perpetua polémica con las cosas". El primer paso para diseñar un objeto, pues, consiste en preguntarse si sus antecesores cumplieron, además de con cierto rigor estético, con las leyes de la utilidad. Allí está, deduzco, el reto del diseñador: mejorar la calidad de vida sin imponer el peor lado de la industria o delirios de grandeza maquillados de autoría. Fruteros, carros de televisión, teteras, sillas, bancos (ése de rejilla que te acaba marcando las carnes), estanterías e incluso un portarrollos de papel higiénico en forma de nalgas entre kitsch y daliniano (por cierto, la exposición coincide con la publicación del libro escrito por Tusquets titulado Dalí y otros amigos). Si a eso le añadimos las maquetas de sus edificios más célebres, unos cuadros con una firma de jugosa interpretación grafológica (que son más plato que guarnición) y una sofisticada reflexión sobre escaleras, tenemos a un Tusquets casi completo.

Y digo casi porque, como el París de Vila-Matas, Tusquets tampoco se acaba nunca. Cuando creías que conocías todas sus facetas, te sale con una nueva. La de escritor-polemista, por ejemplo, agrupada en tres libros. Ejemplo de argumentación tusquetsiana: "Cada vez que tengo que tomar un avión y pienso en la cantidad de papanatas que protestan de que en nuestro entorno hay demasiado diseño, me pongo enfermo. Si existe algo no diseñado, quiero decir no proyectado, no prefigurado en su totalidad, sino solventado mediante chapuzas sucesivas a medida que van apareciendo problemas, esto es el transporte aéreo". Este párrafo, de su libro Más que discutible, describe una apasionada voluntad de ofrecer, además de diagnósticos contundentes, alternativas más arriesgadas que obvias. Que luego su tono pueda supurar cierto esnobismo es insustancial. La vehemencia se fundamenta sobre mucho trabajo y una inquietud torrencial por polemizar y buscar en el diálogo (sobre todo consigo mismo, como quedó patente en el documental que le dedicó La 2) salidas que estén a la altura de su ambición. Como muchos artistas que tienen la suerte de vivir de su obra, Tusquets practica cierto culto a la personalidad y adopta tácticas de autopromoción dignas de su amigo Dalí. Pero eso no tiene por qué ser un defecto en un mundo donde la falsa modestia se traduce en oscuros resentimientos. En un rincón de la exposición, hay un tablón donde se pueden dejar mensajes. Hay una nota de una seguidora entusiasta (Natalia). Al ser el primer día, sospecho que se trata de una nota-anzuelo escrita por una amiga. Dice así: "¡Quiero un IKEA con obras tuyas!". Es el equivalente al "¡Queremos un hijo tuyo!" con el que las fans de los Beatles recibían a sus ídolos. En la enciclopedia que puede consultarse sobre la obra de Tusquets (nada de menudencias: ¡enciclopedia!, elaborada por el comisario de la exposición, Juli Capella), hay una fotografía del artista con unos amigos en el famoso concierto que los Beatles dieron en la Monumental. Tusquets está de pie, con la mirada desafiante y los brazos en jarras y parece estar preguntándose qué demonios tendrán esos melenudos que no tenga él.

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