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Columna
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El desliz andorrano

Joan Subirats

La ocurrencia andorrana de Artur Mas no ha sido ni brillante ni adecuada. Ha conseguido sin duda el efecto esperado: los titulares. Pero, los llamados efectos colaterales han sido tremebundos. Hasta el punto de que puede que alguien empiece a preguntarse si el candidato Mas es la persona más adecuada para ocupar un puesto en el que ya no podrá contar, como hasta ahora, con la probada capacidad de maniobra de Jordi Pujol. No voy a entrar en el fondo del asunto. Se ha escrito suficientemente sobre él, y si el Gobierno andorrano ha pedido un poco de respeto, las propias federaciones deportivas han pedido un poco de tranquilidad. Creo que ya fue un error el vincular a los promotores de una iniciativa legislativa popular como la de las selecciones catalanas, que contó con amplio apoyo popular más allá de afiliaciones partidistas, a unas siglas específicas. Pero mucho más grave ha sido el tratar de responder a esa maniobra de corto vuelo con una iniciativa que resulta insostenible a poco que uno se detenga a pensarlo. La campaña electoral tiene muchos inconvenientes: exceso de verborrea; promesas desatadas en torno a cuestiones graves, que afectan seriamente a muchas personas y que acaban siendo planteadas como si de ganado en subasta se tratara; demasiado dinero gastado sin tener claro de dónde fluye, etcétera. Por otra parte, las campañas tienden a personalizar en exceso las opciones en juego, caricaturizando políticas y sesgos ideológicos. En la tele no salen partidos, salen personas. Pero entonces, las personas escogidas para representar a esos partidos tienen que saber transportar valores, sensibilidades, y demostrar criterio y buen hacer. Por tanto, en medio de los claros inconvenientes mencionados, las campañas tienen asimismo la ventaja de ver el grado de sensatez y de capacidad de navegar en aguas agitadas de cada candidato. En ese navegar, ya no vale ser un alumno aventajado en asuntos de gestión, o llevarse bien aprendidos los papeles; se necesita una piel curtida y un olfato político que evite los escollos que colocan los demás y los potenciales errores propios. Y ello es más significativo cuando uno representa no una opción nueva, fresca y sin pecadillos que ocultar, sino nada más y nada menos que la fuerza política que ha ocupado el Gobierno en Cataluña en los últimos 23 años.

A Pasqual Maragall se le acusa de proferir maragalladas, pero como comentaba Enric Company en estas mismas páginas, uno acaba viendo en medio de mensajes aparentemente deslavazados un hilo argumental de cierta coherencia en la complejidad que deriva de su propio partido y de la situación del socialismo en España, y por encima de todo, detrás del candidato hay una historia. La foto no es plana, tiene mucha textura. Para unos buena, para otros mala, para algunos excesivamente ambigua, pero indudablemente no hay quien pueda separar al candidato de su pasado antifranquista, de su excelente gestión en los primeros años de municipalismo democrático, de su capacidad para manejar la complejidad olímpica, o del esfuerzo para colocar a Barcelona en el mundo. El perfil de Joan Saura tampoco es el de un candidato estándar. Su campaña es firme y digna. Nadie puede hablar de ambigüedad ni llamarse a engaño. Hay voluntad de coherencia entre lo que se dice y lo que la opción que defiende representa. Orgullo de heredero del PSUC y orgullo por simbolizar una nueva radicalidad democrática y por la voluntad de apuntalar un cambio a fondo. Con Carod Rovira compartí celda en la calle de Entença (dentro de unas semanas hará 30 años de ello y de la previa detención de los 113), y me atrevo a decir que su tenacidad y honestidad personal no pueden tampoco producir confusión. Creo que es plenamente consciente de la responsabilidad que ostenta al representar unas siglas históricas, y de lo que conlleva tratar de renovar ese legado con unos mimbres jóvenes y entusiastas. Una vez más, un candidato, sí, pero también alguien que lleva en la mochila mucho más que ganas de estar en el candelero. El mismo Piqué, dentro de lo tortuosa que ha sido su trayectoria política, o precisamente por ello, es más que un candidato circunstancial del PP, y se le puede juzgar y ver con esa profundidad de análisis.

En contraste con todo ello, la candidatura de CiU tiene ciertas dificultades estructurales que, por mucho dinero y empeño que se ponga en ello, están aflorando cada día que pasa. La escapada andorrana es para mí un ejemplo de ello. Nadie sabe aún lo que es CiU sin Pujol. Probablemente, todos podemos imaginar lo que sería CiU sin Pujol, pero con Roca Junyent o con Trias Fargas si ello fuera aún posible. Artur Mas ha sido el encargado de personalizar la voluntad de renovarse para quedarse, y lo ha hecho con la brillantez de alumno de escuela de élite, y con su demostrada capacidad de gestión, estudio y trabajo. Pero su mochila, su urdimbre política, parece carecer de ese halo extraño que acompaña a aquellos que llegaron a la política sin quererlo, simplemente porque el franquismo les obligó a ello. Es muy probable que ese rasgo sea cada vez menos relevante. Es indudable que en España no lo ha sido para Aznar (aunque, por lo que vemos, su política no tiene necesidad alguna de ello, ya que más bien conecta con todo aquello que el antifranquismo quería combatir), pero, por ejemplo, no creo que nadie pueda imaginar a Pujol diciendo la barbaridad de Andorra. Su olfato político se lo impediría por mucho que sus asesores electorales le empujaran a ello. Mas ha caído en la trampa andorrana empujado por la dinámica del todo vale, del regate en corto y de la respuesta rápida a las maniobras de los demás. Ha sido quizá víctima del group thinking. De la confusión a la que conduce el vivir en una cierta realidad virtual creada por un estrecho grupo de asesores y profesionales de la mercadotecnia política, sin que él haya tenido capacidad de filtrar, de separar mensaje y escenario. Es indudable que necesitamos renovación, ideas nuevas y personas que encarnen ese cambio. Pero esas personas, dando por supuesto que tienen valores y que representan opciones ideológicas claras, tienen que saber transportar, transmitir y convencer de esos valores, y muchas veces algunos de los nuevos políticos transmiten más profesionalidad que contenido. Me puedo equivocar totalmente y, como dice Pujol, sólo el 16 de noviembre sabremos si todo eso ha sido importante o una simple lucubración de opinante. Pero, para mí que del desliz de Andorra se trasluce un problema de fondo. ¿Qué es CiU sin Pujol aparte de un conglomerado de cargos políticos, una buena articulación de intereses y una militancia desconcertada?

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