Un largo adiós
Ni el arroz ni el saber ocupan lugar. M. Vázquez Montalbán.
En el momento que conocí a Manolo ya empezó a decirme adiós. Era noviembre de 1984 (coincidencias de la historia conmutada). Vino a Valencia invitado por el Club de Tertulias, después de una estancia de reposo y reflexión en el balneario de Fortuna (Murcia) recomendado por su médico (allí concibió y escribió la novela El Balneario). Le pregunté por qué y me dijo: "Mi médico me ha dicho del mal que tengo que morirme". Por afecto y discreción, no le pregunté cuál era la amenaza, sólo dijo que un día llegaría y tenía que cuidarse. Su aspecto era lozano, campechano y razonablemente feliz (era un hedonista, no un epicuro). Yo era un fiel y agradecido seguidor de sus artículos y libros desde los tiempos de Triunfo, y de su actividad política, por tanto era claro candidato a una de las tertulias con las que el mencionado club intentaba recuperar la tertulia y los espacios de libertad de expresión que la reacción blavera y las clases dirigentes habían reprimido en Valencia en su inacabada transición democrática. Eran los tiempos duros de la batalla de València, y el Club de Tertulias estaba en la primera línea de defensa de la democracia. La acción y pensamiento de Vázquez Montalbán, su visión crítica y su solidaridad con las pequeñas y grandes causas nos atraía de forma inevitable. Y por eso su tertulia. Quedé con él y su mujer, Anna, en el Ateneu Mercantil, pero llegó en su coche, que aparcó, sin saberlo, en el lugar que había ocupado la retirada estatua del dictador Franco, (otra coincidente y premonitoria conmutación de la historia)
La acción y pensamiento de Vázquez Montalbán, su visión crítica y su solidaridad nos atraía de forma inevitable
Comimos con los compañeros de la Cartelera Turia; Vanaclocha, Antonio y Vicente Vergara, Sigfrid y con Manolo Muñoz entonces delegado del diario EL PAÍS. Al igual que la cena y la comida del día siguiente, estuvo planeada para que disfrutara de la cocina y los vinos del País Valencià que él gustaba tanto, como se vio en el prólogo del libro de Vergara (Comer en el País Valencia): "Se dice que el País Valenciano no tiene cocina, es una barbaridad. Yo diría que tiene una interesantísima cocina popular". Y en su solidaridad con este periodista gastronómico que recibió una demanda de un restaurante por una crítica culinaria. Comimos en el restaurant Venta del Toboso de Valencia, de entrantes: tellinas de sorra y gamba rallada de Dénia, con una cava del Penedés, después Zárate, el patrón, nos preparó un inolvidable arroz caldoso de setas, caracoles y conejo, regados con un tinto de monastrell crianza. Cerramos la comida, hablando de política, de la situación en Valencia y de cine, especialmente de Apocalypse Now y de las precisas referencias visuales del film con la obra en que se basaba, la novela La línea de sombra, de Joseph Conrad (Kurz, el Ivory File, Sir Roger Casament, ahorcado por ingleses en la Torre de Londres, después de haber luchado en Congo lepoldiano contra el horror que denunciaba Conrad). Esta sobremesa larga y apasionada acompañada por el Fondillon de Alicante, magnífico vino de postres, nos hizo llegar tarde a la sede del club. Situado en la rebotica de un almacén de vinos del marítimo, allí estaban los demás tertuliantes: Vicente Fornés, Manolo Sopena, Norberto Jorge, del restaurante La Moñica de Sant Vicent del Raspeig, Pedro y Juanmi, del restaurante La Rosa de Valencia, y los periodistas Rafa Marí, Vicent Sanchis y Mari Carmen Dolz. También estaba Felipe López, vinatero de Parcent, que organizó una simpática columna para que todos los tertuliantes descargaran un camión que llegó sin avisar. Felipe y Manolo se apiadaron del camionero y así descargamos 300 cajas de un excelente crianza de la Rioja alavesa -que estaba mejor criado que sus elaboradores- del que dimos buena cuenta en la tertulia.
Cenamos en el restaurante de Armando Gil, Gargantúa, una magnífica merluza a la vasca, regada con O Vinho del Rosal, de Santiago Ruiz, por aquello de piensa globalmente, actúa localmente.
Al día siguiente llevé a Manolo a comprar el mejor embutido del país, el que unos pequeños carniceros con corral propio en Les Cases del Senyor y el Xinorlet en la carretera de Monòver a El Pinòs (llonganises amb especies, butifarra d'arròs). Durante el viaje le pregunté ¿porqué Carvalho quemaba libros?Él contestó: "Para que yo los escriba alguien tiene que quemarlos". Después pasamos por la sacristía de una bodega de Monòver y le enseñé el sancta santorum del Fondillon donde Salvador Poveda había trabajado en la recuperación del mítico caldo, al que Manolo se había aficionado la noche anterior. Allí me dedicó Los mares del Sur la novela de todas las suyas que yo prefería, por la todavía ingenua mirada de Carvalho, cuando ya el escepticismo que anunciaba a los bárbaros estaba a punto de injertarse en nuestros corazones. Y por el amigo de Carvalho, el gestor, valenciano que le había enseñado a beber una mistela de Alcalà de Xivert. Cuando regresamos a Valencia, comimos en La Rosa, donde los Contell nos hicieron un plato que habían recuperado de las barcas de pescadores (La Rosa, La Kubala, La Beltrán), arròs caldòs de llamantol, que acompañamos con un tintorea de Cheste de mi elaboración.
Poco después Manolo y Anna nos invitaron a su casa de Vallvidriera, donde nos hizo un caldero murciano típico del cabo de Palos (Manolo era un gran cocinero) que bebimos con tintos del país y sobreseímos con Fondillon. Jugaban el Barcelona y el Madrid, ganó el Barçaa por 3 a 2 con un magnífico gol de Esteban, era el año que ganaron la Liga y lo entrenaba Terry Venables.
Volví a compartir mesa con él, y los compañeros de la edición de Catalunya de El País Eduardo Mendoza y Félix Azúa, en el restaurant L'Agut de Avinyon, tomamos un exquisito cordero con setas con un fino pero recio Priorat. Volvimos a decirnos adiós y hola en diferentes ocasiones. Pero en mi corazón y en mi mente nunca le diré adiós, por el cariño que sentía, por el agradecimiento a sus enseñanzas humanistas y gastronómicas y por mantener el compromiso con lo mejor de nosotros mismos (como en la novela de Joseph Conrad que tanto le gustaba: Lord Jim, Manolo era uno de los nuestros). Y por su decencia en la defensa de la eticidad que él mismo señaló en Un polaco en la corte del rey Juan Carlos (en los últimos años hizo los mejores ensayos; Panfleto desde el planeta de los simios, Y dios llego a la Habana), en el que citaba una frase de Margarita Riviére: "Una realidad en la que hay personas que prefieren no ser lobos, enfrentados a otros lobos".
Joan C. Martín es Enólogo y Escritor.
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