El Depor sufre ante la escuela francesa
Un gol de Tristán en el tramo final derrota en Riazor a un magnífico Mónaco
La vieja academia francesa, esa del gusto exquisito, anterior a la contaminación atlética que ha sufrido el fútbol galo en los últimos años, hizo pasar un mal rato al Deportivo. El Mónaco se presentó derrochando buen gusto y durante casi una hora levantó temblores en Riazor, aquejado de las tristezas de su luto reciente. El Deportivo necesitó mucho tiempo para sobreponerse. Y sólo lo consiguió rebuscando en su veta más guerrillera, el único modo que encontró para derrotar a la añeja cosecha francesa.
Ocurrió lo previsible y el recuerdo del hincha deportivista muerto hace quince días llevó la frialdad a las gradas de Riazor, que no se llenó y que se quedó sin los cánticos del sector juvenil, donde sólo un pequeño grupo de irreductibles coreó sin descanso las viejas consignas que la mayoría había decidido arrinconar tras la tragedia. Era justo que así sucediese, aunque sólo fuera por el respeto que merecía el fallecido y por la necesidad de una catarsis para reflexionar sobre el brutal saldo de la violencia. Pero como el fútbol es -o debería ser, si algunos no se empeñasen en utilizarlo para dar rienda suelta a sus frustraciones- un acontecimiento festivo, el partido quedó mutilado desde el principio, desprovisto de uno de los elementos circunstanciales que contribuyen a su atractivo.
DEPORTIVO 1 - MÓNACO 0
Deportivo: Molina; Manuel Pablo, Andrade, Naybet, Romero; Sergio, Duscher; Víctor (Scaloni m. 80), Valerón (Pandiani m. 64), Luque (Fran m. 56); y Diego Tristán.
Mónaco: Roma; Givet, Squillaci, Rodríguez, Evra; Plasil (Prso m. 83), Bernardi, Cissè, Rothen; Giuly y Morientes (Adebayor m 79).
Árbitro: Frank De Bleelkere (Bélgica). Amonestó a Bernardi y Givet.
1-0. M. 81. Diego Tristán, a pase de Scaloni, remata ante la salida del portero y un defensa despeja cuando el balón ya había sobrepasado la línea.
Unos 28.000 espectadores en Riazor, entre ellos los príncipe Rainiero y Alberto de Mónaco.
El conjunto monegasco derrochó buen gusto y durante una hora levantó temblores en el estadio
Sin la corriente de emociones que suele emanar de la grada, el Depor también se quedó algo tieso, como echando de menos la teatralidad que siempre exigen los choques europeos. No fue una cuestión de pasividad, de falta de ideas o de interés. No, el Depor estuvo más que correcto en todas esas facetas. Si tardó en cogerle el tranquillo al partido fue más por ese déficit pasional que Riazor sufrió anoche como una luctuosa penitencia. Y también, claro está, por el trabajo del rival. El primer propósito del Mónaco, antes que defender, presionar o lanzarse a la carrera, es jugar al fútbol, cuidar la pelota para tocarla con precisión y rapidez pero sin incurrir en los vicios derivados de la prisa. Aunque a los equipos así se los suele tener por ingenuos y agradecidos para el rival, no es el caso del Mónaco, que a todo lo anterior suma una sólida planta y una perfecta organización defensiva. Si todo conjunto suele mirarse de algún modo en el espejo de su entrenador, el Mónaco parece un caso palmario. Todo lo que hace recuerda a aquel inteligente futbolista que fue Didier Deschamps, su jefe en el banquillo.
Además de magníficos propósitos, el Mónaco también exhibió futbolistas. Por encima de todos, Giuly, habitual de la banda derecha a quien Deschamps situó ayer en punta junto a Morientes. Giuly es rápido, hábil y con buena visión de juego. Durante toda la primera parte fue una advertencia constante para el Depor. Si no logró mayores conquistas fue porque al llegar al área se le notaba ajeno a su ambiente. Ahí estuvo el problema del Mónaco, que jugó muy bien, pero le faltó mala leche en el área. Morientes, mucho más participativo que en el Madrid a costa de alejarse de la caldera donde se cuecen los remates, llegó a marcar culminando un contragolpe. El árbitro lo anuló por fuera de juego, y no quedó muy claro que acertase.
En el Deportivo lo más novedoso fue la ausencia de Pandiani. Irureta prefirió rescatar a Tristán, con buenos detalles pero discreto en líneas generales. No hay duda de que Tristán es un futbolista infinitamente más dotado para el juego que la fiera rematadora de Pandiani. Con él, el equipo tiene más capacidad para combinar en las cercanías del área. Pero la cosa no estaba dando mucho resultado e Irureta decidió ponerle al partido la pasión que no encontraba su equipo. Y para ese tipo de cuestiones nadie mejor que Pandiani. Pero el relevado no fue Tristán sino el intocable Valerón. Una decisión siempre discutible y muy elocuente del tipo de soluciones que buscaba Irureta. A la tropa de reemplazo se sumó también Fran, que volvió a confirmar todo lo bueno que había mostrado hace un par de semanas ante el Atlético de Madrid. Y lo cierto es que entre la clase de Fran y el ardor guerrero de Pandiani, el Depor tomó aliento. Metió otra velocidad al partido, fue empujando al Mónaco poco a poco y finalmente hasta obró el milagro de que el público se sacudiese la modorra para levantarse del asiento y tirar emocionalmente de su equipo.
Tristán rozó el gol con un bonito remate de espuela, pero tuvo que esperar a que compareciese Scaloni en el campo. Tal y como estaban las cosas, con el choque metido en un subidón temperamental, nadie mejor que Scaloni. El argentino rompió con una estampida por la banda y un pase agónico a Tristán, que al fin pudo terminar con la indigestión francesa que había paralizado al Depor. El Mónaco aún tuvo más que decir y volvió a poner en aprietos a los locales en un angustioso arreón final. Pero el Deportivo y Riazor habían recuperado su discurso más pasional y lograron resistir entre apreturas.
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