¿Vuelos tripulados o robots?
Decía en mi libro, Una mirada al espacio, que muchas veces se ha suscitado la controversia de si es necesario el hombre en el espacio, si es más barato realizar misiones con robots que con seres humanos, y otra serie de preguntas similares. Personalmente estoy convencido de que la discusión no tiene sentido. Si vamos a explorar el espacio es simplemente porque así lo deseamos y decidimos, independientemente de cualquier consideración de otra índole. Casi con toda seguridad en la Antártida, en la cima de un monte, en el fondo del mar o de una caverna, podrían realizarse la mayoría de labores de investigación con robots y con bastante más eficacia que con las costosas expediciones de científicos. El hombre visita estos lugares inhóspitos porque es libre y su curiosidad le incita hacerlo.
Cuando se cancela o reduce un programa tripulado, los recursos no van a la ciencia
Quizá en este momento de encrucijada, de serias dudas sobre qué rumbo debe tomar el espacio después del desastre del Co
lumbia, conviene reflexionar sobre la pregunta de si ¿vuelos tripulados o robots? Además, el vuelo de Pedro Duque a la Estación Espacial para realizar la misión Cervantes pagada por todos los españoles, donde se realizarán una veintena de experimentos, ha vuelto a despertar el interés de muchos españoles por la exploración del espacio.
Las misiones tripuladas son caras porque la seguridad de los astronautas requiere redundancia en muchos sistemas y pruebas de fiabilidad al 100%. De hecho la NASA dedica del orden del 30% de su presupuesto anual a las operaciones tripuladas de los transbordadores. Sólo EE UU y Rusia, y ahora China, tienen capacidad para mandar seres humanos al espacio. Otras agencias espaciales como la ESA europea, la NASDA japonesa y la CSA canadiense, participan en misiones tripuladas pero precisan la colaboración de EE UU o Rusia para llevar a sus astronautas al espacio.
Creo poder asegurar que cualquier proyecto futuro de cierta envergadura sobre la exploración del espacio tendrá su origen en EE UU o requerirá una contribución importante de este país. Por tanto, es imprescindible conocer la opinión de los estadounidenses si queremos hacer una reflexión seria sobre el futuro de la exploración espacial. Les invito a que indaguen en la prensa de ese país publicada desde la desgraciada explosión del Colum
bia y verán la gran controversia que se ha suscitado en torno a la NASA y sus misiones tripuladas. Pero, para evitar todo el ruido que pueda generar la prensa diaria en asuntos tan debatidos como éste, debemos referirnos a publicaciones más especializadas.
En un artículo editorial de Space News de septiembre pasado puede leerse: "El Gobierno de EE UU necesita usar el accidente del Columbia como catalizador para una discusión nacional acerca del propósito y dirección del programa de vuelos tripulados del país.
Volver a la Luna o ir a Marte debe ser una parte importante de la discusión (...) Las tragedias crean oportunidades para reexaminar prioridades y esta oportunidad no debe malgastarse". En otro artículo editorial, este mismo semanario argumenta que "la NASA tiene mucho más que hacer en los vuelos tripulados que simplemente volver a las condiciones de vuelo de los transbordadores. La agencia necesita objetivos que permitan a la gente de los programas tripulados extender su considerable talento al máximo, capturando la imaginación del mundo".
Según Robert Zubrin, presidente de la Mars Society, la permanente denuncia de los miembros del Congreso al hecho de que EE UU esté atado a las órbitas bajas de la Tierra es un problema serio. Es preciso reexaminar en detalle los objetivos del espacio y el modo de operación de la NASA. Según este autor, la historia demuestra que se han aplicado dos modos distintos de enfocar las operaciones del espacio. Lo que podría llamarse el modo Apolo (1961-1973) y posteriormente el modo transbordador (Shuttle). En el primer modo se escoge el objetivo, vuelos tripulados a la Luna, y luego se pone en marcha el plan para lograrlo con los correspondientes desarrollos tecnológicos. En el segundo se desarrollan primero las técnicas y equipos que posteriormente podrían ser utilizados en grandes proyectos (por ejemplo, el desarrollo del transbordador para posterior uso de la Estación Espacial). Si los objetivos son simplemente mantener laboratorios y estaciones en órbita baja debería desarrollarse la segunda generación de aviones espaciales, pero si el objetivo es explorar la Luna y Marte se tendrán que diseñar y construir las naves apropiadas para tal fin.
Rick Tumlinson, fundador de la Space Frontier Foundation, propone un plan de retirada total de los tres transbordadores que quedan, que el Congreso cancele el sucesor Avión Espacial Orbital y transfiera los 10.000 millones de dólares presupuestados para su desarrollo a otros programas, y, sobre todo, que se establezca una visión de gran altura respecto a los objetivos espaciales. Steeve Hoeser, científico de la NASA, va incluso más lejos y opina que EE UU debe abrir las fronteras del espacio a toda la humanidad. Debe tomar la iniciativa y demostrar las capacidades necesarias, no sólo para explorar el espacio, sino para crear colonias espaciales de ocupación permanente. Él cree que con una visión más noble la NASA puede fácilmente exceder la grandeza de la visión Apolo.
Para mí está claro que el debate ha mostrado la gran discrepancia de la sociedad americana con los métodos y procedimientos de la NASA y sus proyectos de vuelos tripulados actuales; da la impresión de que la agencia americana se hubiera oxi
dado. Acostumbrados a los éxitos del Apolo y los descubrimientos planetarios, a los desarrollos tecnológicos y las capacidades operativas de los satélites de aplicación que, entre otros logros, han permitido la sociedad global, no pueden aceptar la mediocridad de los resultados actuales con unos medios que parecen grandiosos. La discrepancia no es tanto entre si deben ser vuelos tripulados o no, como en que lo que sea merezca la pena y atraiga lo suficiente para embarcarse en el proyecto como cuando Kennedy propuso llevar un hombre a la Luna y traerlo de vuelta sano y salvo.
No creo que el debate deba centrarse sobre si con lo que cuestan los vuelos tripulados se podría hacer mucha ciencia, en el espacio y en tierra. La experiencia nos ha demostrado que cuando se cancela o reduce un programa tripulado, los recursos liberados no van precisamente a engrosar las arcas de la ciencia, en general van a usos mas prosaicos. Lo importante es que, sea cuál sea el objetivo y eje conductor de los futuros programas espaciales, tripulados o no, deben de ser capaces de despertar la imaginación del ser humano, que es quien en definitiva los paga.
Andrés Ripoll es fundador del Centro Europeo de Astronautas y Académico de la Real Academia de Ingeniería y de la International Academy of Astronautics.
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