Una pica en Durban
Andalucía defiende el modelo mediterráneo en el Congreso Mundial de Parques
Lo más llamativo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) es su capacidad para aglutinar a Estados, entidades gubernamentales y todo tipo de ONG. Ningún otro organismo ambiental es capaz de sentar en una misma mesa a tan variopintas delegaciones. En total reúne a más de 900 miembros de 140 países, entre los que se encuentran representantes oficiales de 71 Estados y de más de 750 ONG. En los diferentes grupos de trabajo que mantiene participan alrededor de 10.000 técnicos e investigadores, responsables de los 500 proyectos que esta institución desarrolla.
Ya en 1962 esta asamblea mundial de la naturaleza convocó en Seattle (Estados Unidos) el primer Congreso Mundial de Parques que, desde entonces, se reúne una vez por década para analizar el estado de las áreas naturales protegidas en todo el planeta. La última de estas citas, celebrada el pasado mes de septiembre, fue en Durban, a donde acudieron más de 3.000 delegados de 154 países.
Andalucía tuvo una presencia destacada en la reunión, ya que Hermelindo Castro, director general de la Red de Espacios Naturales Protegidos de Andalucía (RENPA), presidió uno de los talleres técnicos del Congreso, dedicado a analizar los vínculos en el paisaje marino y terrestre. Además, el sistema de organización de los espacios protegidos andaluces se expuso, por petición expresa de la UICN, como referente pionero a seguir por otras regiones.
Pero más allá de lo que atañe estrictamente a la comunidad, la Consejería de Medio Ambiente defendió en Durban un modelo de gestión adaptado a las peculiaridades de los ecosistemas mediterráneos, donde se entrelazan las relaciones ecológicas, culturales y sociales. A este empeño se sumó el Centro de Cooperación del Mediterráneo, oficina regional de la UICN que desde hace tres años funciona en Málaga.
Patrimonio natural
En los meses previos a la reunión, ambas instituciones reflexionaron sobre la mejor manera de preservar el patrimonio natural de la extensa región mediterránea, y cómo debían superarse los viejos esquemas conservacionistas que, en muchos casos, han desencadenado graves conflictos sociales, por la resistencia de sectores como los ganaderos o los cazadores.
"Ha habido un cambio conceptual sobre la tradicional visión estática de conservación de la naturaleza", explica Castro. "Ahora se reconoce que los intercambios entre zonas de interés ecológico son fundamentales para la supervivencia de las poblaciones e indispensables para la recolonización de hábitats degradados". Y todo este esfuerzo no tiene sentido, y difícilmente llegará a buen puerto, si el componente humano no se integra en esos mismos espacios protegidos.
En definitiva, las áreas protegidas mediterráneas no son, ni pueden ser, "islas en el territorio o en el paisaje". Siguiendo este principio, la aportación andaluza al congreso de Durban habla de una necesaria evolución desde los sistemas que gestionan de forma unitaria los diferentes espacios naturales hasta el desarrollo de verdaderas redes funcionales que interconecten todos esos territorios excepcionales que, en su conjunto, componen un complejo sistema ecológico y económico.
"El territorio mediterráneo", precisa Carlos Montes, catedrático de Ecología de la Universidad de Madrid, "es heterogéneo, más cultural que natural, y por eso su alta diversidad biológica tiene mucho que ver con las prácticas humanas seculares, sabias integradoras de distintos usos y aprovechamientos".
Pero no sólo se trata de conectar naturaleza, sociedad y cultura, también hay que superar los límites administrativos, las barreras que, de forma artificial, delimitan hoy, sobre un mapa, lo que es un espacio protegido. Hay límites funcionales que no pueden cartografiarse. Los procesos ecológicos fundamentales, como la regeneración del aire o la conservación de los suelos sobre los que se asientan los cultivos, se manifiestan dentro y fuera de los espacios protegidos, por lo que resulta absurdo aferrarse a esta frontera administrativa.
Toda esta filosofía está a punto de plasmarse en el plan director de la RENPA, un ambicioso documento que servirá para organizar la extensa nómina de espacios protegidos declarados en Andalucía.
En la actualidad son 144 los enclaves que disfrutan de alguna figura que ampara su conservación, ya sea por iniciativa regional, nacional o internacional. Más del 18% de la superficie regional forma parte de la RENPA y, lo que es más importante, cerca del 40% de los municipios andaluces están vinculados a algún espacio protegido.
Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es
Los albores del ecologismo
Buena parte de los espacios protegidos que se han declarado en la región mediterránea son, en realidad, paisajes seminaturales, territorios modelados por el hombre a lo largo de siglos. En España, por ejemplo, el 80% de la superficie que ocupan las Zonas de Especial Protección para las Aves, una figura tutelada por la Unión Europea, se corresponde con áreas sometidas a agricultura extensiva en mayor o menor grado.
Esta vinculación entre lo natural y lo cultural ha servido para que la preocupación por el medio ambiente sea una inquietud presente en los pueblos mediterráneos desde muy antiguo, aunque ésta parezca una virtud exclusiva de los más modernos movimientos ecologistas.
Las Hemas, áreas protegidas en las que se evitaba el sobrepastoreo para conservar la vegetación y con ella frenar el avance del desierto, aparecieron en la cuenca Sur del Mediterráneo incluso antes de que se estableciera el islam. Y en el mundo árabe se sabe de la existencia de cotos de caza en donde se implantaba la veda durante determinados periodos del año, cotos cuya existencia, en el caso de Túnez, se remontan hasta los albores del siglo XIII.
En la Córdoba califal, los tratados de historia, o de control de los mercados, incluían ya en el siglo X múltiples referencias al saneamiento urbano, de cuyo cumplimiento se encargaba el zabazoque o señor del zoco. Él ordenaba la demolición de edificios en estado ruinoso, impedía la invasión privada de espacios públicos y regulaba el tráfico de peatones y animales en las áreas comerciales. También vigilaba la eliminación de materiales perecederos y residuos de fábricas, obligando a sus propietarios a deshacerse correctamente de ellos.
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