Tradición democrática
Un vino requiere su proceso natural para envejecer. Existen caldos jóvenes que están francamente buenos, pero generalmente un reserva tiende a ser más excelente. En democracia pasa algo parecido. España es una democracia joven y consolidada, pero, cuando cruzas el canal y observas cómo funcionan las cosas, te das cuenta de que nos falta solera, tiempo, tradición, llamémosle como queramos.
Hace muy poco, Tony Blair, acosado por las críticas y las encuestas en contra, pasó cuentas ante sus correligionarios laboristas, que, por cierto, se las exigían. Ya lo hace continuamente ante el Parlamento de forma natural. Fue al grano, explicó por qué tomó las decisiones y afrontó con valentía una situación compleja. A pesar de todo, lo tiene muy difícil, pero no elude el debate ni el contraste de ideas. A mí me enseñaron que eso se llama liderazgo. Sé que uno de los objetivos del primer ministro ha sido recuperar la presencia y la influencia de Gran Bretaña en el mundo, y creo que lo ha conseguido, pero, de verdad, no llego a comprender qué le une a Bush y no digamos a Aznar. Es obvio que con Estados Unidos no le queda más remedio. Blair reiteró ante los suyos que no era una marioneta de Estados Unidos, que, seguramente gracias a la intervención británica, Bush no ha caído en manos de los ultraconservadores. Admitió la posibilidad de haberse equivocado, pero reiteró que, con la información de que disponía, volvería a hacer lo mismo.
¿Se imaginan al presidente Aznar en la misma tesitura, hablando de la guerra, de la reforma de los estatutos de autonomía, del pacto por la justicia, de la reforma educativa y un largo etcétera? Ayúdenme a imaginármelo. ¿Es extraordinario lo que hace Blair en su país? Creo que no, que lo sorprendente es que en España no nos lo podamos ni imaginar. Este fin de semana pediré un reserva, seguro.
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