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Columna
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Victoria pírrica

El que británicos y estadounidenses negaran a un Nasser todavía pro-occidental la financiación de la presa de Asuán llevó al presidente de Egipto a nacionalizar el canal de Suez. En octubre de 1956, una intervención militar conjunta de Gran Bretaña, de una Francia indignada por el apoyo egipcio a la rebelión de Argelia y de un Israel que no podía desaprovechar la oportunidad para romper el cerco árabe, culminó en una victoria militar tan rápida como contundente, que, sin embargo, al no contar con la aquiescencia de Estados Unidos y de la Unión Soviética, se saldó con una humillante derrota. La operación, militarmente impecable, se reveló ser el canto del cisne del imperialismo británico y francés. De aquella experiencia los británicos aprendieron la lección de que nada podrían ya sin Estados Unidos, pero todo tal vez con ellos; los franceses, en cambio, sacaron la conclusión de que una política independiente de Estados Unidos sólo resultaría factible en una Europa fuerte y unida.

Estados Unidos está viviendo hoy una experiencia semejante. A una victoria militar, que ha resultado mucho más fácil de lo esperado, sigue la incapacidad manifiesta de controlar la situación. Irak no sólo no tenía armas de destrucción masiva, es que su ejército convencional, destruido en 1991, no se distinguía por su eficacia o moral combativa. Desde un punto de vista militar, la intervención en Irak no ha ofrecido la menor dificultad, pero, como les ocurrió al Reino Unido y a Francia en 1956, Estados Unidos tampoco ha podido aguantar los costes de la victoria.

Las opiniones públicas británicas y estadounidenses están reaccionando ante la sarta de mentiras que justificaron la agresión. La única admisible, librar al pueblo iraquí de la dictadura de Sadam Husein, no podía alegarse atendiendo al derecho internacional y a la Carta de Naciones Unidas. La excusa de que había que prevenir la proliferación de las armas de destrucción masiva, sobre todo las atómicas, ha tenido el efecto contrario: si Irak las hubiese tenido, no hubiera resultado tan fácil la agresión. En un mundo en el que sigue imperando la voluntad del más fuerte, la lección que se desprende es que son indispensables para disuadir a posibles agresores. En fin, una operación militar según el modelo de las viejas potencias colonialistas no podía sino levantar a la población contra la ocupación extranjera. A un Afganistán muy lejos de estar sometido, se añade ahora un Irak, altamente conflictivo, en el que, derrocado el régimen más laico de la región, al islamismo más radical se le ofrece una nueva oportunidad. El nacionalismo en el mundo árabe tiene un componente claramente religioso y cabía muy bien esperar que una intervención extranjera no haría sino exacerbarlo.

La gran potencia militar, que desde la mayor arrogancia había manifestado que el que no estaba con ella, estaba contra ella, y que con el consentimiento de Naciones Unidas, o sin él, actuaría según lo juzgase conveniente, mucho antes de lo previsto ha tenido que distanciarse, al menos en la práctica, del unilateralismo proclamado, sin otra salida que buscar ayudas en las organizaciones internacionales y en los países aliados. La primera guerra del Golfo contó con la aprobación de Naciones Unidas y, sobre todo, con los aportes económicos de Europa y de Japón, hasta el punto de que Estados Unidos recaudó más que lo que gastó en la guerra. El ex canciller alemán Helmut Schmidt se preguntaba qué tipo de potencia era ésta que hacía la guerra con tecnología en buena parte extranjera (japonesa) y con el dinero de los socios. La superioridad militar, tecnológica y financiera de Estados Unidos no basta para dominar un mundo en el que se han consolidado otros centros de poder (Europa y Japón), a los que hay que añadir los países ascendentes del mundo subdesarrollado (Brasil, India, China). El Oriente Próximo constituye el área en el que se va a decidir la hegemonía mundial en el siglo que empezamos, de modo que su reestructuración importa a todos, y el que se haga tan sólo de acuerdo con los intereses norteamericanos se ha revelado una tarea que sobrepasa con mucho las fuerzas de Estados Unidos.

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